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En Turón aflora la vecindad

Un grupo de vecinas llena de plantas y adornos los patios y jardines del barrio San Francisco: “Parece un corral cordobés”

Arriba y por la izquierda, Carmen Rueda, Rosamari Fidalgo, Rosa Zapico, Mavi Fernández y Cristina Fernández, en el Puente Viejo, donde comenzaron a sembrar. D. M.

El barrio de San Francisco creció el siglo pasado mirando al castillete del pozo San José. Esta enorme barriada obrera esculpida con el característico ladrillo cara vista ha integrado durante décadas tal vez la postal más monótona del antaño industrial valle mierense. Los regulares bloques de viviendas integran un pequeño pueblo en sí mismo, con aún más de 800 vecinos en la actualidad. En su interior se ocultan varios jardines en los que apenas lucen un par de descuidados tejos. Y en este espacio aparentemente alejado de cualquier brote de pasión ornamental, ha surgido un insospechado vergel.

Una de las zonas decoradas.

El florecimiento del barrio de San Francisco es fruto del esmero de un grupo de vecinas. Poco a poco han ido llenando de colores los jardines, convirtiéndose al tiempo en guardianas de la mejora estética. “Empezamos hace dos años colocando una flores en unas jardineras que estaban abandonadas y, poco a poco, hemos ido haciendo cosas”, explican estas turonesas.

Un patio decorado por los vecinos de Turón.

Mavi Fernández, Rosa Zapico, Rosemari Fidalgo y Cristina Fernández son las cuatro vecinas más comprometidas con la mejora estética del barrio San Francisco. No solo han sufragado la compra de maceteros y plantas. Sus ganas de trabajar por la comunidad les han llevado incluso a comprar una máquina limpiadora de agua a presión. “Nos gusta ver guapo el barrio y es una labor que hacemos con gusto”.

Las primeras flores que plantaron este grupo de vecinas las colocaron junto al Puente Nuevo. Han pasado ya dos años y ahora aquel impulso brota por todo el barrio: “Da gusto levantarse por las mañanas, abrir las ventanas, y ver todo lleno de flores. Es como una especie de corral cordobés”, apunta Rosa Zapico.

El corazón de La Veguina se ha convertido en un lugar agradable para pasear. Los maceteros rebosan alegría y en las zonas de césped surgen sorpresas inesperadas. A la entrada del barrio unas bicicletas infantiles han sido reconvertidas en adornos florales: “Un día fui de visita a Novellana y vi que habían adornada el pueblo de esta manera, así que busqué aquí unas bicicletas y copiamos la idea”.

Iniciativa popular

El vecindario está agradecido con la mejoría estética que ha germinado por iniciativa popular. “Hay que valorar el esfuerzo que hacen estas mujeres, pagando de su bolsillo casi todo”. Este grupo de amigas no quiere echar cálculos del coste de su afición floricultora. Sienten, en general, que su esfuerzo encuentra gratitud. “Al principio pensábamos que arrancaría las flores al día siguiente. Nos levantábamos esperando verlo destrozado, pero la gente ha respondido con mucho respeto”. Ahora bien, siempre hay desaprensivos, una minoría sin apego comunitario. “Justo el otro día no tiraron varios maceteros al río. Esperemos que sea algo aislado”.

El empeño de Mavi, Rosa, Rosemari y Cristina ayuda a que las mañanas sean más alegres en La Veguina. En el cogollo de la localidad, el barrio San Francisco está lleno de mineros jubilados que dedicaron sus vidas a arrancar negro carbón del terreno. Ahora, un grupo de mujeres extrae de la tierra una renta menos productiva y más frágil, aunque también contribuye de alguna manera a enriquecer al fatigado pueblo de Turón.

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