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El optimismo de la Asturian Mining Company

Los avatares del origen de la industrialización en la Montaña Central

Un dibujo de Alfonso Zapico sobre el artículo de Ernesto Burgos Alfonso Zapico

El francés Numa Guilhou fundó Fábrica de Mieres en 1879, pero este no fue el origen de la industrialización en esta villa. Antes se había recorrido un largo camino de proyectos, ilusiones y desencuentros empresariales que se inició el 17 de septiembre de 1844 con la constitución en Londres de la Asturian Mining Company en la que coincidieron capitalistas ingleses, españoles y también algún francés. Y de cualquier forma, tampoco podemos decir que fuese la primera de nuestras grandes empresas, ya que la precedieron los fracasos de la Asturian Coal and Iron Company y la Compañía Francesa de Minas.

Lo cierto es que la Asturian Mining Company sí tuvo éxito fundiendo buen hierro según el método inglés de emplear coque como combustible, aunque esta labor, iniciada a mediados de 1848, apenas duró un año hasta que la sociedad fue disuelta por un Real Decreto, de forma injusta, como ya les he contado y les recordaré para cerrar esta historia.

A veces me he preguntado por los motivos que llevaron a estos ingenieros extranjeros a invertir en la cuenca del Caudal a pesar de que conocían perfectamente la relación de fracasos que les precedieron. Ahora he encontrado la explicación en un folleto publicado por la imprenta londinense de Jones & Causton que recoge el acta de la primera Asamblea anual celebrada por los propietarios de la Asturian Mining Company el 30 de junio de 1845. Siguiendo sus intervenciones puede verse el ambiente de optimismo que mantenían entonces aquellos capitalistas.

Voy a intentar resumirles esta reunión a la que asistieron diez miembros de su Consejo de Administración, dos auditores, cuatro banqueros procedentes de Londres, París, Madrid y Santander, abogados, un secretario y un notario, pero todavía ningún asturiano.

En primer lugar tomó la palabra el presidente de la sociedad, Gideon Colquhoun, para hacer el balance de los primeros meses de la sociedad: ya se estaban comprando tierras, adquiriendo minas y abriendo caminos en la zona de Mieres y se había contratado con una empresa inglesa el abastecimiento de la maquinaria necesaria para la fabricación de arrabio y hierro.

El envío llevaba algún retraso porque el Gobierno español exigía demasiado por los aranceles de la importación, de manera que un miembro de la Junta Directiva se encontraba en Madrid intentando rebajar estos impuestos y una carta que se acababa de recibir ofrecía la certeza de que esto se iba a lograr, ahorrando a la Compañía varios miles de libras. De modo que se confiaba en tener los hornos en funcionamiento en marzo de 1846.

La suma total de los gastos iniciales para la puesta en marcha de la fundición se estimaba en 23.000 libras, pero como estaba prevista una producción anual que iba a rondar las 1000 toneladas de arrabio, con un beneficio de 18.080 libras, todo hacía pensar que la sociedad no tardaría en ser muy rentable, sobre todo si se tenía en cuenta que en España ya se habían hecho grandes fortunas fabricando hierro con la grave desventaja de usar carbón vegetal como combustible y ellos iban a emplear el coque.

En este sentido, la zona de Mieres era muy rica en carbón y los experimentos científicos para determinar su calidad estaban dando buenas impresiones; además en Pola de Lena, colindando con los grandes yacimientos de hulla, se trabajaba en una mina de cinabrio que se acababa de descubrir y había que tener en cuenta que las acciones de las empresas españolas del mercurio estaban dando unos beneficios que podían llegar al 3.000 por ciento.

Mister Gideon expresó también su opinión sobre la excelente conducta de los mineros nativos y el carácter laborioso y pacífico de la población asturiana, algo que contradice lo que yo he apuntado en otras ocasiones sobre la oposición de algunos aldeanos mierenses a las obras de instalación de esta empresa, que por miedo a “aquellos judíos” arrancaban las estacas de medición que los técnicos ingleses iban colocado para delimitar sus terrenos.

También dijo que, siguiendo la disposición del Código de Comercio español, ya se había registrado debidamente la sociedad en los archivos de la provincia de Oviedo y declaró que aunque la reunión no era tan numerosa como esperaba, él consideraba esta circunstancia como una prueba de que los propietarios confiaban en su gestión y que quería transmitirles la seguridad de que los directivos no se habían dormido en sus puestos, sino que habían usado todos los esfuerzos posibles para establecer una base firme sobre la que sustentar a la Compañía.

El presidente concluyó presentando dos proposiciones: una para entablar negociaciones con la Real Compañía Ferroviaria del Norte de España de cara a conseguir el arrendamiento de una línea de ferrocarril que uniese su factoría con Avilés y otra para comprar una mina de carbón que ya funcionaba cerca aquel puerto, que era la terminal marítima propuesta para sacar de Asturias la inminente producción de Mieres.

Al comentar este punto, debemos tener en cuenta que la mina en cuestión era la de Arnao en la que estaba abierta desde 1836 una línea de ferrocarril que la conectaba con el puerto de Avilés y que, al contrario de lo que se cree, fue la primera abierta en la península Ibérica, anterior a la que unió Barcelona con Mataró en 1848.

Dos de los asistentes, Michael Forestall y el coronel Edward Stopford se levantaron para aprobar la propuesta, pero este último matizó que el arrendamiento con la Real Compañía Ferroviaria del Norte de España debía hacerse para un trazado que conectase las minas de carbón y la fundición de la empresa con el puerto marítimo más cercano del Golfo de Vizcaya, por el periodo que la Junta considerase más conveniente y las condiciones más beneficiosas.

Para ello había que negociar un acuerdo entre la Asturian Mining Company y la Compañía Ferroviaria, ofreciéndole un incentivo suficiente y anticipándo la idea de que en un futuro se podría conectar el interior de Asturias con el norte de Castilla para acercar de una forma más barata y sencilla su cereal y sus vinos a la costa, al tiempo que las minas de carbón asturianas también podrían estar disponibles para las fundiciones del sur de España, razones por las que confiaba en que las dos compañías tratarían esto en un espíritu de amistad mutua y reciprocidad de intereses.

Después de que otros asistentes secundasen esta proposición, Samuel P. Pratt expuso su viaje por España en el que había visitado Asturias para inspeccionar las propiedades de la empresa, deteniéndose en la cuenca carbonífera de este Principado. Manifestó su impresión de que la Asturian Mining Company había elegido bien: los terrenos estaban en la parte más importante y más valiosa de este gran yacimiento y la calidad de su mineral podía equipararse a la del mejor inglés, aunque también había carbones inferiores que podrían usarse para los hogares y para el coque.

Para él, las mejores vetas eran las del valle de Mieres y además la compañía había adquirido yacimientos de hierro, cinabrio y cobre, pero pidió al Consejo de Administración que autorizase la compra de cualquier mina de carbón cercana a la futura línea del ferrocarril y a la distancia más cercana de la costa, condiciones que reunía Mieres, donde además los precios de adquisición eran muy bajos.

En este punto volvió a intervenir el presidente para cerrar la Asamblea dando las gracias especialmente a su amigo el coronel Stopford, quien había actuado gratuitamente durante más de veinte meses como agente en Madrid y superintendente de la empresa en Asturias, sin tener en cuenta el distanciamiento de su familia y amigos, hasta que logró ganarse la estima y los buenos deseos de las autoridades locales y de la comunidad asturiana en general.

El informe se publicó acompañado de dos apéndices: uno sobre los yacimientos de carbón de Asturias y otro con la escritura de constitución en Oviedo de la Asturian Minig Company para obtener y fundir carbón, hierro, cobre, plomo y otros minerales por un periodo de 25 años.

Sin embargo, la vida de la sociedad fue breve y un Real Decreto de 26 de junio de 1849 la disolvió poniendo fin a la aventura empresarial de los ingleses. El motivo fue la acusación de que los accionistas no habían desembolsado la totalidad del capital social de acuerdo a la Ley de Comercio vigente; además se paralizó el proyecto de la línea férrea entre Mieres y Avilés, necesaria para el aprovisionamiento de materias primas y dar salida a la producción. Detrás estuvo el duque de Riánsares, esposo de la reina regente María Cristina, quien se deshizo así de la competencia para sus minas en el valle del Nalón y obtuvo sin problemas la concesión del ferrocarril Langreo-Gijón.

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