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La quiebra de Plutón

Las avanzadas ideas que hace un siglo defendió Esteban García en el marco de la crisis minera que se desencadenó tras la I Guerra Mundial

En 1921 salió de la imprenta de Manuel Bárcena en Mieres un libro titulado "La quiebra de Plutón. El problema hullero". Lo firmó Esteban García de la Fuente y fue una edición corta que se ofreció a tres pesetas el ejemplar y veinticinco el lote de diez. No tardó en agotarse, por lo que aparece citado muy pocas veces en los trabajos de los historiadores de la minería asturiana. Algunas de las tesis que mantuvo el autor fueron cuestionadas por igual por los patronos y sindicatos de entonces, sin embargo parece que el tiempo acabó dándole la razón y actualmente vemos medidas muy parecidas, por ejemplo en lo referente a la política salarial. Pero antes de seguir, conozcamos al personaje.

La quiebra de Plutón

Constantino Suárez "Españolito" en su gran enciclopedia "Escritores y artistas asturianos", publicada cuando aún vivía Esteban García de la Fuente, reseñó que este había nacido hacia 1870 en Villafranca del Bierzo, pero que residía desde joven en Mieres, donde se le consideraba como un mierense nativo. Entonces ya había tenido cargos en las organizaciones socialistas y sido gerente de la sociedad cooperativa La Fiesta del Trabajo y era colaborador en el diario El Noroeste y en el semanario La Aurora Social, de Oviedo, entre otros periódicos. En la Fundación José Barreiro encontramos otro dato curioso que abunda en su carácter de polemista: en junio de 1913 fue agredido en plena calle "de un trancazo" por su implicación en la campaña "O todos o ninguno" que los socialistas desarrollaban contra la guerra.

Esteban García de la Fuente escribió su libro a raíz de la crisis del carbón que se vivía en Asturias desde 1920, precisamente tras el final de la I Guerra Mundial. Su intención era crear un estado de conciencia para asegurar el futuro de nuestros establecimientos industriales y aumentar al mismo tiempo el bienestar de la población obrera y, a pesar de tener facilidad para poder publicarlo por entregas en varios diarios, prefirió hacerlo por su cuenta para no perder su independencia.

Según él, durante el periodo de guerra se había falseado tanto la situación de bonanza económica de las cuencas mineras que llegaron a tejerse leyendas como que aquí nos bañábamos con champagne y nos alimentábamos con emparedados y nidos de golondrina, lo que hizo venir a centenares de ilusos y aventureros hasta Langreo y Mieres para encontrarse en vez de oro solo el mango de una pala, pues la realidad era que el salario máximo de un minero, salvo algún caso excepcional, nunca excedió las doce pesetas y media por jornada frente a las treinta y cinco o cuarenta que cobraban los toneleros levantinos o las veinticinco de los descargadores del muelle de Barcelona.

En aquel momento Asturias estaba sumida en una recesión económica e industrial de la que los obreros culpaban a los patronos por avaros y malos administradores; los patronos a los obreros por perezosos e indisciplinados y unos y otros al Gobierno. Además la interminable guerra de Marruecos que costaba millares de vidas y millones de pesetas contribuía a aumentar el desastre subiendo el precio de las subsistencias y provocando una escasez de vagones para transportar carbón, ya que se destinaban preferentemente a conducir pertrechos y vituallas para los soldados. Por ello era preciso que tanto los mineros como los patronos pidiesen unidos el fin de aquella tragedia.

Los capitalistas asturianos no poseían espíritu corporativo para afrontar los problemas ni contaban con una figura de prestigio que los coordinase, de modo que se limitaban a sestear en tiempos de bonanza y a no dar la cara cuando llegaba la tormenta. Solo Aniceto Sela había tenido la sabiduría necesaria para crear la Patronal minera y sentarse a dialogar directamente con Manuel Llaneza y los representantes de los trabajadores, que hasta entonces solo utilizaban la conflictividad como único argumento de reivindicación.

Todo fue bien hasta la huelga general de 1917, pero después –según García de la Fuente– llegaron a la región algunos "seudo-mineros anormales o malvados" que se dedicaron "a socavar arteramente la representación sindical, con lo cual solo consiguieron desorientar a los trabajadores, minar la disciplina y anular su eficacia y fortaleza", lo que trajo nuevas huelgas y la destitución de Manuel Llaneza que fue acusado de colaboracionista con los patronos por quienes querían "congraciarse de mentirijillas con el ogro moscovita".

Debemos recordar que Esteban García de la Fuente era socialista y por eso hablaba de esa forma sobre los simpatizantes con la revolución rusa y la III Internacional añadiendo que "a los que hagan juegos malabares con el frente único y la revolución habrá de contestárseles que los primero es vivir y luego filosofar".

También coincidía con Manuel Llaneza en muchos puntos, como la necesidad de construir viviendas para los obreros con habitaciones baratas e higiénicas para evitar la promiscuidad y el alcoholismo o el derecho a participar en los beneficios de las empresas para quienes llevasen determinado tiempo trabajando en ellas.

En aquel 1921 se importaba carbón inglés porque resultaba más económico y transportar minerales desde Inglaterra a España era más barato que hacerlo entre los puertos nacionales; mientras tanto en Langreo y Mieres la falta de demanda hacía que hubiese problemas para almacenar la producción obligando a trabajar solo en semanas alternas con la miseria y el desasosiego que esto producía en las familias.

Para solucionarlo, tanto los obreros como los patronos habían solicitado por separado al Gobierno de Madrid que la Marina de guerra y los ferrocarriles se abasteciesen con carbón nacional. Otro punto imprescindible era la rebaja del arancel con que se grababan las exportaciones de carbón y todos debían luchar unidos para conseguir el mismo trato de privilegio que ya tenían el azúcar, los cereales y las manufacturas.

Pero nada era gratis. Era preciso enseñar los dientes y recordar a los ministros sus visitas a la zona hullera cuando "con lágrimas en los ojos pedían a los mineros aumentar la producción para salvar de la ruina y del desastre a la economía general del país".

Entre las propuestas de García de la Fuente estaban la de regularizar el servicio ferroviario de transportes, aunque para asegurar el tráfico total de los carbones fuese necesario adquirir dos mil vagones con una capacidad mínima de veinte toneladas y además cincuenta máquinas de máxima potencia, cuyo peso fuese bien soportado por los puentes del trazado.

En el mismo sentido era preciso establecer una circulación fluida entre Asturias, Santander y Vizcaya con precios racionales. Sería suficiente con siete u ocho trenes en dirección a Bilbao y cuatro o cinco en dirección a Oviedo, incluyendo pasajeros que también se aprovecharían de estos servicios.

Con respecto a la Patronal, debía crearse un órgano que sirviese para fijar precios sirviendo de intermediario entre productores y consumidores; así habría seguridad para colocar la producción a un precio justo y asegurar la normalidad del trabajo prescindiendo de los intermediarios "que tanto han contribuido a desacreditar los carbones nacionales y exacerbar las pasiones de los consumidores contra los mineros asturianos".

A nivel estatal, defendía las cargas directas contra las indirectas que afectaban por igual a pobres y ricos favoreciendo a estos y recordaba como en la época de vacas gordas se había planteado hacer efectivo un impuesto sobre beneficios extraordinarios sin que la propuesta hubiese salido adelante en el Parlamento.

Con respecto a los salarios, en aquel momento en las minas había dos clases: los picadores cobraban según lo que avanzan y los demás tenían un jornal fijo. Según su punto de vista, esto era malo porque, al preocuparse solo por el avance, el trabajador no miraba la calidad de lo que estaba sacando, de modo que sería mejor gratificar la limpieza del carbón obtenido al margen de las tierras que lo acompañan. Además, como norma general, debería haber un plus en función de los hijos que mantenía cada trabajador, por ejemplo de 30 pesetas mensuales para los que tuviesen hasta dos hijos menores de 16 años y 10 pesetas más por cada hijo más.

Otras mejora debería ser la sustitución de la Ley de Accidentes de Trabajo por un Estatuto que abarcase la inutilidad, no solo por accidente, también por enfermedad o vejez, con seguro de paro y ayudas a las familias numerosas.

No cabe duda de que Esteban García de la Fuente fue un teórico avanzado que a pesar de sus críticas a los internacionalistas no tuvo empacho en aceptar su lema: "Ni un céntimo menos ni un minuto más", aunque matizando que si bien lo primero era justo, había que mejorar lo segundo estableciendo la jornada de siete horas sin reducción de salario. Sabemos que tras publicar su libro no dejó de ser militante socialista, pero perdemos su pista en los años treinta.

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