de lo nuestro | Historias Heterodoxas
Una malformación con consecuencias
La muerte de Carlos II "el hechizado" desembocó en una guerra entre los Habsburgo y los Borbones; Asturias apoyó a los segundos

Una malformación con consecuencias / Ernesto BURGOS
El 1 de noviembre de 1700 falleció el rey Carlos II a los 38 años de edad después de haber padecido a lo largo de su existencia una lista tan larga de enfermedades que llenaría esta página. Por eso lo llamaban "el hechizado". Recientemente se está revisando su reinado y parece que contrariamente a los que siempre pensamos no fue tan malo e incluso resultó positivo en muchos aspectos. Pero lo que hoy nos interesa es lo ocurrido tras su muerte: en su autopsia se describió que tenía un solo testículo, negro y arrugado como una uva pasa, por ello no pudo tener hijos y con él se extinguió la rama española de los Habsburgo.
La consecuencia fue que el país se convirtió en un plato muy apetitoso para las dinastías europeas, con sus correspondientes partidarios españoles y se inició una guerra que duró desde 1701 hasta la firma del Tratado de Utrecht en 1713 extendiéndose por gran parte de Europa, norte de África y hasta América. En el interior de España se enfrentaron dos bandos: los defensores de la Casa de Austria, mayoritarios en lo que habían sido los territorios de la Corona de Aragón, y los que apoyaron a la casa de Borbón, que finalmente resultó vencedora. Entre los segundos estuvo Asturias, que para ayudar a la causa de Felipe V volvió a organizar su glorioso Tercio para disgusto de las humildes familias que habitaban la región y vieron a sus mejores trabajadores abandonar los cultivos.
El Tercio de Asturias ya había intervenido en otros dos conflictos anteriores y el 6 de julio de 1703 fue levantado por tercera vez por la Junta General del Principado bajo el mando de don Álvaro Navia Osorio y Vigil, marqués de Santa Cruz de Marcenado, cuyo busto tocado con un enorme pelucón podemos ver actualmente colocado en una de las esquinas del Campo de San Francisco en Oviedo. Don Álvaro era entonces coronel y designó como su segundo al lenense Francisco Bernaldo de Quirós Benavides, un hombre con una biografía muy difícil de cerrar para los investigadores, porque existen varios personajes de su familia con el mismo nombre y en muchas ocasiones se han mezclado los datos de unos y otros.
Parece claro que nació en Pola de Lena hacia 1678 y aunque destacó como militar ha pasado a la historia de Asturias por ser el autor del poema "El caballu", que lo convierte en el segundo escritor más antiguo (hasta el momento) de los que conservamos obra en lengua asturiana. Se trata de un romance de 300 versos, hecho precisamente en el transcurso de la Guerra de Sucesión y dedicado a Pedro Solís, entonces Alférez Mayor de Oviedo.
Francisco Antonio Bernaldo de Quirós había sido gentilhombre de la Artillería del Principado y después de estar varios años en Flandes y Ceuta se incorporó al Tercio de Asturias que mandaba el señor marqués, quien le dio el puesto de teniente coronel. Combatió con valentía en Galicia, Navarra, Aragón y Cataluña, siendo herido y apresado en Tortosa por los austracistas, lo que valió un nuevo ascenso a coronel poco antes de morir en combate en la batalla de Zaragoza.
Y es que esta guerra fue especialmente sangrienta. Aunque los investigadores difieren en las cifras, los muertos pueden calcularse entre 400.000 a 500.000 soldados, la mitad de ellos a causa de las enfermedades, y de 100.000 a 200.000 civiles, la mayoría alemanes, italianos y españoles. Fue un desastre para los dos bandos, aunque las diferencias entre las fuerzas que movilizaron los distintos países también fueron enormes: En la Gran Alianza a favor de Carlos III de Habsburgo Holanda movilizó 130.000 soldados, el Sacro Imperio 100.000 e Inglaterra 75.000; entre los aliados de Felipe V de Borbón, Francia 350.000 y Baviera 12.000, mientras España llevó al combate a 30.000 hombres, que siguiendo nuestra querencia tradicional por los enfrentamientos civiles se dividieron entre los dos bandos.
Desde que se conoció el fallecimiento de Carlos II, los españoles fueron conscientes del grave problema que iba suponer la aceptación de otra dinastía y las regiones se posicionaron por cada candidatura. Asturias se alineó desde el principio por los Borbones que ya reinaban en Francia y tuvieron que aportar a esta causa dinero y soldados de leva, pero esta tierra por un lado era extremadamente pobre y por otro necesitaba de muchas manos jóvenes para la labranza. De modo que cuando el 14 de septiembre de 1702 se recibió en el Principado la petición de ayuda para la movilización militar, la Junta General decidió otorgar doce mil escudos de vellón, cantidad que equivaldría a 300 soldados, en un intento de no aportar ningún mozo para el Ejército.
Sin embargo, el 4 de abril de 1703 llegó la temida orden de formar un tercio dirigido por veteranos de Flandes con 800 hombres para entrar en combate en Galicia. El organismo encargado de organizar este cuerpo era la Diputación, que regateó ese número proponiendo solo 600 hombres, basándose en el elevado número de hidalgos de esta región y el desastre que podía suponer para las necesidades del campo la pérdida de tantas manos.
Finalmente, y a cambio de que el Principado se encargase de vestirlos y armarlos, el Tercio pudo levantarse con esos 600 hombres divididos en doce Compañías, cada una de ellas con tres oficiales, dos sargentos, seis cabos y treinta y seis soldados, aunque a la hora de la verdad estos números variaron dependiendo de las posibilidades territoriales.
Resulta curioso estudiar la documentación del "Libro de la formación del Regimiento de 600 infantes que por la Majestad del Rey Nuestro Señor don Felipe V se mandó formar en este Principado" que se conserva en el Archivo Histórico Provincial, porque allí se hicieron constar, además de la procedencia y la edad de estos mozos, otros detalles curiosos sobre su fisonomía que ofrecen información sobre la extensión de algunas enfermedades en la época.
El especialista en historia militar José Luis Calvo Pérez ha publicado la transcripción de los integrantes de la 12ª compañía, que mandaba el capitán Pedro Lorenzo Yáñez de Villaamil y Bolaño. Entre aquellos soldados aparecen muchos leoneses, gallegos y gentes de otras provincias, lo que parece indicar que se prefirió pagar a voluntarios foráneos para evitar en lo posible la salida de los asturianos, pero aun así lógicamente estos son mayoría. De ellos he entresacado la descripción de los cinco nacidos en la Montaña Central que encuentro en el listado, para que veamos a qué curiosidades me refiero.
Dos eran del mismo pueblo, San Andrés de Linares, que entonces aún pertenecía al concejo de Langreo, antes de que San Martín del Rey Aurelio se convirtiese en municipio independiente en 1837.
El primero se llamaba Matías Bernaldo de Quirós y era hijo de don Manuel Bernaldo, aunque a pesar de su apellido no estaba vinculado con la rama rica de la familia que poseía el marquesado de Camposagrado. Tenía 18 años, era de buena estatura, con una cicatriz en el lado izquierdo de la frente y presentaba marcas de viruelas. El segundo se llamaba Juan del Cueto, hijo de Juan, de 30 años, mediana estatura, pelo castaño, blanco de rostro y con los ojos pardos.
Los otros tres residían en el Conceyón de Lena. Dos en la propia Pola: Pedro de Hevias (así lo transcribe José Luis Calvo), hijo de Francisco, solo tenía 16 años, y además era pequeño de cuerpo, con pelo negro, ojos garzos -como entonces se decía de los azules- y una cicatriz sobre la ceja del izquierdo. Por el contrario, Antonio García, hijo de Domingo, había cumplido los 38 años, una edad que entonces era muy avanzada para hacer la guerra, con una estatura mediana, pelo negro, ojos pardos, nariz larga, un lunar entre las dos cejas y tres más chiquitos en el carrillo izquierdo.
El último de los reclutados para la 12ª Compañía en nuestras cuencas se llamaba Francisco Fernández, hijo de Bartolomé, natural de Ujo, que como seguramente recordarán aún pertenecía a Lena porque el concejo de Mieres no se había independizado. Tenía 17 años, redondo de cuerpo, ojos blancos, pelo castaño claro y una cicatriz en la frente entre las dos cejas.
Verán que las descripciones de estos individuos incluyen muchos detalles, sobre todo de su rostro, buscando todo lo que pudiese servir para identificarlos, a falta de imágenes, sobre todo para facilitar su reconocimiento en caso de muerte en combate, pero a la vez para evitar de esta forma que pudiesen darse sustituciones engañosas y también para hacerlos públicos en caso de deserción.
Finalmente, Felipe V fue reconocido como rey de España y sus descendientes aún ocupan este trono, pero además de tanta muerte, la broma nos costó la pérdida de todas las posesiones que teníamos en Europa y la cesión a Gran Bretaña de Menorca y Gibraltar. Todo por culpa de unos testículos fallidos.
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