La historia de Tina, que aguantó 55 años de palizas de su marido: "No me separé porque tenía miedo de que me matara"

Los juzgados de las Cuencas tramitaron 497 investigaciones por violencia de género | La hija pequeña de la mierense relata su historia, una vida llena de violencia física, psicológica y sexual, en el libro "Las heridas del alma"

Tina Rueda, en el centro cultural de Moreda.

Tina Rueda, en el centro cultural de Moreda. / C. M. B.

Tina Rueda vivió 55 años con miedo. Un miedo que hasta le dolía en el pecho. Medía cada paso, callaba cada palabra. Pedía a Dios todas las noches que su marido no se enfadara. “Me pegaba a diario; no me separé por miedo a que me matara”.

Cuesta creer que la sonrisa de Tina haya vencido a tantos golpes. Pero así es, no la apea. Tuvo cinco hijos, a su hermano pequeño también lo crio. La única niña que tuvo, Mónica, ha publicado su primer libro: “Las heridas del alma”. Es la historia de Tina. Una vida llena de violencia física, emocional, sexual y vicaria -la que ejerce un maltratador sobre los hijos de su víctima para hacerla sufrir-. “Es duro, aún no he podido leerlo”, reconoce la mujer, que tiene ahora ochenta años.

Vivió otra época, cuando la violencia de género ni siquiera tenía nombre. La lacra, a pesar de los avances, sigue: los procedimientos por violencia contra las mujeres aumentaron en un 70 por ciento tras la pandemia. Los juzgados de las Cuencas -Mieres, Langreo, Laviana y Lena- sumaron 497 casos en un año.

Dice Tina que ella no es ejemplo de nada. Los que la conocen afirman que es ejemplo de todo. Nació en un pueblo de Mieres y, desde niña, tuvo que ayudar en casa. Cuando era una adolescente, sus padres arrendaron una habitación a un joven minero que trabajaba en la zona. “Era muy pero que muy guapo. Yo era una nena, muy nena, y me enamoré”, explica la mujer. La relación empezó volviendo de una verbena. “Íbamos con más amigos, él iba delante de mí; se volvió y me dio un beso. Yo no le rechacé, me gustó”. Ella tenía 16 años, él casi treinta. “Me duele mucho pensar que haya mujeres pasando por lo que yo pasé”, afirma.

Son demasiadas. El año que siguió al estallido de la pandemia del covid-19, según el último balance de actividad judicial en Asturias, los juzgados tramitaron 497 casos de violencia de género. Son casi el doble de las que se habían registrado en 2020 -un total de 292-. Para la correcta interpretación de los datos, hay que tener en cuenta el confinamiento por el virus, que mantuvo paralizados casi por completo los juzgados durante más de dos meses.

El maltrato no empieza por los golpes, afirma Tina. Su marido, cuando eran novios, era agradable. “Cariñoso nunca fue mucho”, reconoce la mujer. Llevaban la relación a escondidas, sus padres no podían saberlo. Se veían de camino a las fiestas, también a la vuelta. En la oscuridad de los caminos. “En casa teníamos que disimular, él era mucho mayor y no quería disgustar a mi padre”, explica.

Pasaron unos pocos meses en secreto. Él tuvo que ir a otro pueblo una temporada, para arreglar un asunto familiar. Tina empezó a preocuparse por un retraso en la menstruación. Le había dicho que, si le bajaba la regla, le enviaría una carta con un mensaje en clave: “Está despejado en el picu Polio”. Nunca escribió la misiva.

Cuando el hombre volvió, Tina estaba tan contenta que su madre intuyó lo que ocurría. “Le dijo a él que lo iba a echar de casa, y él respondió que ya era tarde”. La barriga de Tina crecía, su cara se afilaba. “Mi madre, a pesar de los tiempos en los que estábamos, me dijo que tuviera al chiquillo pero que no me casara. Me dijo que era un hombre muy mayor para mí, y que se le veía violento. Yo no la escuché, yo estaba enamorada”.

La violencia, lo sabe ahora ella, nunca es amor. Por juzgados, Langreo fue el que registró una mayor actividad por asuntos de violencia de género durante 2021, con un total de 176 casos. En Mieres se registraron 136, frente a los 100 de Laviana. Lena tuvo menos actividad, con medio centenar de procedimientos.

Tina decidió casarse. Pronto empezaron los problemas: “Si estaba borracho, se ponía muy agresivo. Salía bastante”. Ella se quedaba en la cama muy quieta, para no enfadarlo. Cuando nació el primer hijo, la situación no fue a mejor. “La primera paliza grande que me dio fue por celos”, explica ella. La golpeó con una vara tantas veces y tan fuerte, que toda la parte izquierda de su cuerpo quedó amoratada.

“Fui a la Guardia Civil, pero no me hicieron caso”, señala Tina. Afortunadamente, tampoco la trataron mal: “Me dijeron que podían hacer poco para arreglar lo que pasaba dentro de una casa. Cuentan que te podían decir ‘algo harías tú para que te pegaran’, pero a mí eso no me pasó”. “Aquella vez sí que lo amenacé con irme de casa, me dijo que estaba muy arrepentido y que iba a cambiar”. El “cambio” le duró unos días.  

“Ahora sé que los maltratadores hacen eso, pero entonces no tenía información. Es bueno que estas historias lleguen a gente joven, a colegios o institutos”, afirma Tina. Solo así, considera ella, será posible luchar contra la violencia desde la raíz y mejorar el balance actual. De los 497 casos de violencia de género en las Cuencas, 168 fueron procedimientos urgentes. Se celebraron, entre todas las salas, 146 juicios rápidos. Hubo 81 conformidades.

Después de aquella paliza, llegaron muchas más. Tina tenía poco más de veinte años y cuatro hijos a los que cuidar. Su madre falleció de un cáncer a los 46, así que tuvo que hacerse cargo de su hermano pequeño. “También tenía que atender a mi padre, a mis hermanos… Un total de once hombres, yo era la única mujer”.  

Violencia vicaria

Cada día tenía más preocupaciones. “Ya casi no me importaba que me pegara a mí, lo único que quería era que no les hiciera daño a los niños”. A uno de ellos le pegó una paliza siendo casi bebé, quizás solo para tenerla a ella en vilo. Es lo que se conoce como violencia vicaria. El carácter solo se le suavizó un poco con el nacimiento de la niña, a la que adoraba. En la adolescencia, también la trató mal.

Los mayores fueron dejando la casa, la situación era insostenible. Un día había insultos, otro golpes. Llegó a amenazar a Tina con un cuchillo en varias ocasiones. “Tenía miedo y, por eso, estaba paralizada. El miedo es lo que más te paraliza”, dice. Es creyente, muchos días le pedía a Dios: “Le decía que me abriera una rendija, que veía la vida muy cerrada para mí”.  Lanza un mensaje a las mujeres que viven el infierno que ella conoce tan bien: “Que denuncien, que se vayan, que luchen por vivir”.

Tina se queda callada un momento. Se mira las manos, tan cuidadas y con la manicura roja. Tiene los ojos brillantes, otra vez la sonrisa. “Yo lo he perdonado todo ya, no puedo vivir enfadada para siempre. No soy una santa, solo es que no me gusta la ira ni el enojo”. Cuando él enfermó de gravedad, ella siguió a su lado. Horas y horas de hospital.

Unos días antes de su muerte, le cogió de la mano: “¿Me quisiste alguna vez?”. Él giró la cara, ella creyó escuchar un lánguido “sí”. 

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