La historia de Ángel y Nieves, dos de los 1.100 "Niños de Rusia" que nacieron en Mieres y Aller pero tuvieron su "flechazo" en Moscú

"A pesar de una vida tan dura, nos dieron todo el amor que tenían", afirma su hijo, Francisco Lago | La exposición "Dos patrias llevo conmigo" repasa en Mieres la vida de cientos de menores exiliados

Ángel Lago y Nieves Cuesta, poco después de casarse. | Asociación "Niños de Rusia"

Ángel Lago y Nieves Cuesta, poco después de casarse. | Asociación "Niños de Rusia"

Nieves no había pasado tanto frío en su vida. Caminaba del brazo de una amiga, encogida de la cintura a los hombros. Al otro lado de la calle, escuchó una risa: “Vaya frío, ¿eh?”. Y, cuando levantó la vista, vio a un chaval. Guapo, alto, vestía una chaqueta tres cuartos y un gorro con orejeras. “¿Quién es?”, le preguntó ella a su amiga. Y el destino hizo su trabajo: era Ángel Lago. 

Nieves Cuesta y Ángel Lago nacieron a poco más de diez kilómetros de distancia. Ella en La Pereda (Mieres), él en Moreda (Aller). Fácilmente, podrían haberse enamorado bailando un pasodoble en una verbena. Pero la vida les dio mil vueltas. Se conocieron en Moscú, a 5.000 kilómetros de casa. Son dos de los 1.100 “Niños de Rusia” de Asturias -se estima que fueron 30.000 en toda España-, a los que embarcaron para librarlos de la guerra civil. Se iban por unos meses, pero la mayoría o no volvieron o se quedaron en la antigua URSS durante más de veinte años. La exposición “Dos patrias llevo conmigo”, de la Asociación Niños de Rusia, recoge la historia de cientos de estos menores. Está abierta al público, hasta el día 24, en la Casa de Cultura “Teodoro Cuesta” de Mieres. 

Francisco Lago, tesorero de la entidad “Niños de Rusia” y uno de los impulsores de la muestra, es el hijo de Ángel y Nieves. Explica que la exposición es el resultado de años de documentación, cientos de imágenes y horas de testimonios. “No me gusta hablar solo de mis padres, porque este es un homenaje para todos”. Y que así sea, pero la historia de estos dos asturianos merece ser contada. 

Francisco Lago, con el panel de sus padres en la muestra "Dos patrias llevo conmigo". | C. M. B.

Francisco Lago, con el panel de sus padres en la muestra "Dos patrias llevo conmigo". | C. M. B.

Mucho antes de aquella tarde tan fría en la que se encontraron, las vidas de Nieves y Ángel parecían lejos de cruzarse. La madre de Nieves era viuda, tenía seis hijos. Pudo quedarse con el más pequeño, pero a los otros cinco los dio en adopción. Nieves Cuesta se fue a Alicante, explica Francisco Lago: “Su madre adoptiva se llamaba Estefanía, y su padre Antonio Guardiola, que llegó a ser Conseller por el Partido Comunista. Vivió muy bien aquellos años”. De calzar unas alpargatas rotas, a un armario lleno de vestidos y lazos. 

La familia de Ángel Lago pasaba por dificultades. Fue por eso que su madre decidió enviarlo a él y a su hermano Kiko a una colonia en Salinas. “Era una especie de campamento, en el que las familias podían dejar a los niños para descansar económicamente”. Aunque solo era para chicos, su hermana Nieves -se llamaba como su mujer- fue a visitarlos para quedarse una semana. 

Nieves Cuesta, a los 18 años. | Asociación "Niños de Rusia"

Nieves Cuesta, a los 18 años. | Asociación "Niños de Rusia"

Era el año 1937, en España casi nada salía como estaba previsto. Sin pedir permiso a la familia, o al menos así le consta a Francisco Lago, los tres hermanos embarcaron en el Dairiguerme desde El Musel (Gijón). Rumbo a la antigua URSS. “Pensaban que irían por unos meses, porque el pronóstico era que la guerra se ganara. Pero ganó Franco”, señala Lago. Nieves Cuesta llegó a Moscú, desde Alicante, en el año 1939. Fue uno de los últimos viajes con exiliados de la Guerra Civil. 

Las "casas de niños"

Los primeros años de los “Niños de Rusia” fueron relativamente tranquilos. Como todos los menores exiliados, Nieves y Ángel acudieron a "casas de niños”. “Eran centros en los que se procuraba su alimentación, su calidad de vida en general, y su educación”, explica Francisco Lago. Varios paneles de la exposición muestran la vida en estas casas, en las que eran educados por docentes de la República. “El principal objetivo era que mantuvieran el español y que siguieran con su educación en su idioma, que el desarraigo fuera menor. Pensaban que era una etapa de tránsito”. 

En las “casas de niños” hacían deporte, Lago era un buen atleta, y organizaban actividades de ocio. Fue en una de esas fiestas, tras aquel encuentro fortuito en la calle, donde Nieves y Ángel empezaron a hablar. Se sorprendieron de haber nacido tan cerca el uno del otro, bailaron. Y no se volvieron a soltar.

A pesar de sobrevivir a otra guerra (la Segunda Guerra Mundial), a pesar de todo lo difícil, siguieron adelante. Juntos contra el mundo. Ella estudió una carrera de experta en ferrocarriles y otra de literatura e idiomas. Él era mecánico de aviones. Tuvieron dos hijos, intentaron hacer su vida allí. Pero querían volver a casa. “Cuando yo tenía nueve años, en el 57, llegamos a Asturias”. 

Nieves Cuesta y Ángeles Lago, al poco tiempo de casarse. | "Niños de Rusia"

Nieves Cuesta y Ángeles Lago, al poco tiempo de casarse. | "Niños de Rusia"

Fueron perseguidos. Tuvieron que casarse por la Iglesia cuando pusieron un pie en España. Los niños se bautizaron e hicieron la Comunión sin saber español. “Yo aprendí castellano a marchas forzadas, mis padres tenían miedo de que me escucharan hablar en ruso. Olvidé el idioma, era lo que tenía que hacer entonces”, explica Lago. De su vida en Rusia, qué imprevistos tiene la memoria, solo recuerda su bici de piñón fijo.

Una vez al año, Nieves y Ángel tenían que ir a Madrid para someterse a duros interrogatorios en los que participaba la CIA. Ángel Lago repasa con la vista todos los paneles: “Tuvieron una vida difícil, pero nos dieron todo el amor que tenían. Intentaron que nosotros no sufriéramos nada”. Nieves Cuesta escribió un libro con su historia, para que sus nietos la conocieran. Era una mujer creativa, siempre con la palabra precisa. Unos días antes de fallecer, escribió unos versos para despedirse: 

“No lloréis por mi eterna despedida, / olvidaros de mi cuerpo y de mi alma, / disfrutad mientras sigan vuestras vidas / que, aunque yo ya no esté…/ ¡No pasa nada!”. 

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