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Una clase con Lucía, la "profe" de zumba con síndrome de Down que no deja parar "ni para beber agua"

La joven, de 23 años, es la monitora de este deporte en Tuilla: "Lo que más nos gusta es el arte que pone", afirman las alumnas

Una clase de zumba con Lucía, la monitora más "cañera"

Una clase de zumba con Lucía, la monitora más "cañera" C. M. B. / Fernando Rodríguez

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Una clase de zumba con Lucía, la monitora más "cañera" C. M. Basteiro

Lucía tiene 23 años. Está preparando las oposiciones de celadora. A Lucía le encantan, por este orden necesariamente: su familia, el baile y el “crimped hair” -el pelo con rizos muy pequeños, como el que se hacía Alaska a finales de los ochenta-. Lucía es monitora de zumba (deporte de baile aeróbico) en su pueblo, Tuilla (Langreo), y “da mucha caña”. Lucía nació con síndrome de Down y su historia, esta que viene a continuación, es una verdadera historia de integración. Que empiece la clase. 

Sonando “Flowers”, de Miley Cyrus. Estiramientos. Olvídense de fondos estatales, de entidades con renombre. La integración, la de verdad, está en esos veinte metros cuadrados del centro social de Tuilla. Cada lunes, unas veinte mujeres de la localidad asisten a la clase de zumba de Lucía Álvarez Martínez. 

“A ver, que hoy voy a dar caña”, anuncia la “profe” al empezar. Mira a las alumnas porque, aunque ya lo han solicitado al Ayuntamiento de Langreo, la clase sigue sin espejo. A Lucía le encantaría tenerlo, pero no le hace falta. Da cada paso en su sitio: “Empecé a zumba a los cuatro, llevo 19 años practicándolo. Me encanta”, explica ella, dirigiendo la mirada a la sala. Todas están ya en su lugar.

En primera fila, una mujer rubia estira abductores para una clase dura. Es Marta Álvarez, la madre de Lucía. Su hija, reconoce ella, no hubiera sido la misma sin el baile: "Es una actividad que nos ayuda a todos a socializar mejor, a integrarnos, a conocer a gente. A Lucía, por supuesto, le hizo y le hace mucho bien, es una parte importante de su vida". Su voz suena ahora a orgullo. "Hace algo más de un año, empezó a dar clases aquí en Tuilla. La verdad es que no nos deja parar casi ni a beber agua, estamos muy contentas”, sonríe.

En la radio, ahora, un remix de “Échame una mano, primo”. Empieza el baile. “Uve” al frente; pie izquierdo adelante, ahora el derecho. Una mujer se deshace de sus compañeras y se quita la chaqueta: “Ya ves, aquí enseguida sobra la ropa, ¿eh?”. Es la madrina de la joven, Marisa García. “Yo toy loca con ella, mejor profesora no podíamos tener. Vengo todos los lunes, es que no me lo pierdo”. 

Lucía no para. "Ye un terremoto", dice alguien al fondo de la sala. Ama el deporte, corre en la cinta a diario. Pero lo que más le gusta es bailar, baila todo. Sobre todo reggaetón y a Ana Mena, su favorita. Que, por cierto, está sonando en la clase con el tema "A las doce".

Paso a la derecha, paso a la izquierda. Chachachá. “Oye, Luci, déjame parar un poco, mujer, que estoy operada de las rodillas”, bromea Geli López. Se define como “la más vieya de toes” (aunque no parece “vieya” en absoluto), y es la “tata” de Lucía. Es prima de su madre, ejerce de abuela materna. “Disfrutamos mucho con ella, ojalá hubiéramos tenido esta clase antes. Es una maravilla como la da y lo buena que es".

Teatro

Geli desobedece, descansa para tomar un sorbo de agua y se queda un rato al fondo de la sala. Aunque sigue sin perder de vista a la "profe":  "Mira el arte que pone a todo, no es broma lo bien que baila”. Hace unos días, fue a Langreo a ver el debut de Lucía Álvarez en el teatro. "Está en una compañía desde hace poco, tuvo ya un papelín. Yo alucino con su memoria, es que no se le olvida nada de nada; podría aprenderse su papel y el de los otros", ríe.

"Al diablo con lo que dice la gente / al diablo la moral que nos detiene", se escucha en la radio. Lucía salta, la mano al cielo y un grito: "¡Vamosss, chicas!". La clase la sigue, rompe de entusiasmo. Pronto, dan las siete. Una hora sin parar, diez coreografías, y todas con ganas de volver.

"Hasta luego, Luci", se despiden. Se verán tomando un café en la confitería que está junto al centro social. Pero primero, Lucía Álvarez recoge la sala. Se toca el pelo, para cuidar el "crimped". "¿Te gustó mi clase?", pregunta a las visitas.

Sí rotundo. "Lo mejor es que quiero que lo pasen todas bien, así que no cambio mucho de coreografías. Así les da tiempo a aprenderlas y las hacemos a la vez", sonríe. Y reconoce que sí, que da "bastante caña". "Es para que también hagan deporte".

-Y las oposiciones, ¿Cómo las llevas?

-Me gustan, las estoy estudiando. Pero lo que de verdad me encanta es esto.

Abarca la sala con los brazos. Que el mundo gire, que ella va a seguir bailando.

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