de lo nuestro Historias Heterodoxas

Diez años sin Felipa del Río

Fue, seguramente, la persona que más trabajó en la Montaña Central para restañar las heridas de las familias perdedoras en la Guerra Civil

Felipa del Río, vista por Alfonso Zapico.

Felipa del Río, vista por Alfonso Zapico. / Alfonso Zapico

Ernesto Burgos

Ernesto Burgos

Cuando hablamos con rigor de memoria histórica, nos basamos en tres ideas igualmente importantes: verdad, justicia y reparación, lo demás son fuegos artificiales que algunos disparan en su propio provecho. Los historiadores nos ocupamos de buscar la verdad comparando los testimonios de los testigos directos, que ya son muy pocos, con la documentación de todo tipo que sí se conserva, para determinar con imparcialidad qué ocurrió realmente en el pasado que investigamos. Lo de la Justicia es otro cantar porque, a falta de respuesta en los tribunales españoles, quienes la demandan tienen que buscarla en organismos internacionales. En cuanto a la reparación, se ha conseguido mucho, aunque quedan cosas por hacer, pero tampoco ha sido fácil.

Diez años sin Felipa del Río

Diez años sin Felipa del Río / Ernesto BURGOS

Este 23 de marzo se cumplen diez años desde que falleció Felipa del Río, seguramente la persona que más trabajó en la Montaña Central para restañar las heridas de las familias perdedoras de la Guerra Civil y equipararlas en derechos a las de las vencedoras. Lo hizo en dos frentes: organizando y orientando a las viudas del bando republicano para que solicitasen las ayudas económicas que tanto necesitaban y empeñándose en dignificar la fosa común de Oviedo, donde fue fusilado y está enterrado su marido Narciso Gil.

Felipa del Río Fernández había nacido el 13 de septiembre de 1917 en Villagómez la Nueva, un pueblo en el norte de la provincia de Valladolid; fue la última de los seis hijos (tres hombres y tres mujeres) que tuvo el matrimonio formado por Emilia y Mariano, un herrero que trasladó a su familia a Ujo, donde fue asesinado en la posguerra por unos falangistas que lo arrojaron delante de un tren en marcha en la estación de esta villa.

Como he adelantado más arriba, también el marido de Felipa fue detenido cuando cayó Asturias y, después de pasar por un "juicio farsa", lo ejecutaron el 31 de mayo de 1938. Contaba 26 años y dejó a su mujer al cargo de dos hijos: Narciso y Olga.

Los tres hermanos varones de Felipa sufrieron también las consecuencias de la contienda. Uno murió en el frente de Bilbao, coincidiendo con el nacimiento de su hijo en Mieres. El segundo desapareció, dejando viuda y seis hijos, y su cadáver seguramente se encuentra en alguna de las fosas comunes del Alto Aller. El tercero pasó en prisión más de una década, primero por su pertenencia al ejército republicano y, más tarde, por su militancia política.

Felipa y su madre tuvieron que dedicarse al estraperlo para poder sobrevivir; luego, después de estar cuatro años sin noticias de su hijo Narciso, quien había salido de casa para trabajar en Belmonte de Miranda, decidió dejarlo todo y emprender una búsqueda que la llevó a encontrarse con él en el País Vasco. Allí se quedó trabajando varios años, primero en un pequeño comercio y, luego, en Zarauz, cuidando a una anciana, hasta que, 1972, regresó definitivamente a Mieres.

Con ese bagaje y el conocimiento que obtuvo en esos años sobre la burocracia que reinaba en las oficinas y registros, decidió implicarse en la Asociación de Viudas de la República "Rosario Acuña", que comenzó su actividad en noviembre de 1977, aunque no fue legalizada hasta cinco meses más tarde. Felipa del Río formó parte de la primera junta directiva, elegida en la asamblea de 1979, constituida por 18 mujeres y presidida por María de las Alas Pumariño.

Gracias a su gestión, el 11 de abril de 1980 llegó a Mieres el primer dinero tramitado con carácter de urgencia para hacerlo coincidir con el día en que cumplía 100 años su beneficiaria, otra mujer que casualmente se llamaba como ella: Felipa García Rojo, de Ribono, quien había perdido tres hijos en la guerra. Después ya se produjo un goteo constante, tanto en las pensiones que se fueron consiguiendo como en las afiliaciones, que llegaron a tres mil en Asturias. Tras una intensa década de movilizaciones, entrevistas, peticiones y rebusca en los archivos, a finales de los años 80, cuando muchas demandantes ya habían fallecido y los trámites eran más sencillos, la Asociación empezó a decaer hasta acabar por desaparecer.

En este proceso, Felipa asumió la responsabilidad de llevar esta causa en la Cuenca del Caudal, ayudando a tramitar numerosas solicitudes desde su casa de La Mayacina. Al mismo tiempo, contactó con otras asociaciones similares de varias comunidades y del exilio francés, mantuvo encuentros con políticos de todos los partidos y dirigió peticiones a los diputados de la primera legislatura constitucional y las autoridades regionales y nacionales para que reconociesen los problemas económicos, sociales, jurídicos y culturales que afectaban a aquellas viudas de guerra.

En sus últimos años tuve la satisfacción de pasar muchas tardes con ella, hablando de muchas cosas y comentando casos y circunstancias concretas que luego hice públicas en alguna de estas historias. Una de aquellas tardes me entregó su archivo personal; entonces le dije a ella, y cuando murió le repetí a su hija Olga, que el destino final de este depósito iba ser el Archivo Municipal de Mieres y este me parece buen momento para cumplir la palabra dada.

En la documentación que Felipa fue guardando, encontramos recortes de prensa sobre los actos convocados por las viudas o los trámites que rodearon las mejoras realizadas en torno a la fosa común de Oviedo, estatutos de las primeras asociaciones memorialistas de otras provincias que las asturianas tomaron como modelo en aquellos años, fotografías, cartas recibidas de mujeres de toda la región y lugares como Valencia, Castellón, Toledo, Cantabria, Euskadi…También copias de las demandas que ella dirigió a los archivos o a distintas personalidades, algunas con su correspondiente respuesta, por ejemplo la que firmó el defensor del pueblo, Álvaro Gil Robles.

Junto a esto, hay otras curiosidades, informes personales del lenense Felicísimo Gómez Villota, "Félix Espejo", o la información que obtuvo sobre la muerte de su hermano Dionisio de Río, nacido en Mieres el 26 de noviembre de 1906, un minero socialista que fue cabo en el batallón "Sangre de Octubre" nº 246 y teniente en el batallón "Juanelo" nº 223. El batallón que integró junto al "Matteoti" nº 228 y el "Somoza" nº234 la 2ª Brigada Expedicionaria Asturiana desplazada a Euskadi el 7 de abril de 1937 para posicionarse primero en el puerto de Barazar y el 4 de mayo en el puerto de Bizkargui donde los milicianos asturianos fueron destrozados en la primera semana de junio durante la operación de ruptura del Cinturón de Hierro.

Aunque lo más importante para nuestra historia local son los libros de cuentas en los que se apuntaron las cuotas de las asociadas y, sobre todo, 74 originales de aquellas fichas que, según el Real Decreto-Ley 35/1978 de 18 de noviembre, se denominaban "Solicitud de pensión para familiares de fallecidos como consecuencia de la guerra 36/39".

Estas peticiones se hacían por duplicado y Felipa se encargaba de dirigir una copia al Ministerio del Interior acompañada de la documentación correspondiente, guardando otro ejemplar por seguridad, y en ellas figuran, además de los datos de la persona interesada en el cobro de la pensión, el nombre del fallecido acompañado de la información sobre el lugar de su muerte y –si se conocía– la unidad militar a la que pertenecía.

Pero el dato más curioso, al menos para mí, son los apuntes sobre las circunstancias de las muertes. Aquí encontramos las habituales "combate de guerra" y "heridas en el frente", que en algún caso se amplían con detalle: "de heridas en una pierna que le fue amputada, trasladado a su casa, fue el motivo de morir en Siana (Mieres)". También las que hacen referencia a la represión de la posguerra, "juzgado y ejecutado", o simplemente "ejecutado" y las que anotan que se trató simplemente de lo que se conocía como un "paseo": "sacado de casa", "consecuencia del movimiento", "requerido por la autoridad", "requerido por un grupo de represión" o el más explícito "requerido por la guardia civil y no volvió a casa".

Las cenizas de Felipa del Río fueron depositadas por sus allegados en la fosa común de Oviedo, como había sido su deseo, en un sencillo acto en el que Marisa Valledor leyó un poema en su honor. Pocos meses antes de su muerte se había fracturado un brazo al caerse en una calle de Oviedo cuando intentaba tramitar una pensión para las dos últimas viudas de la revolución de octubre que quedaban en Mieres, excluidas de una Ley que solo reconoció a las de la Guerra Civil. Aquella asignatura pendiente quedó sin resolver y ya nadie cogió su testigo.

Felipa defendía la idea de que los historiadores debíamos evitar dar los nombres de los represores porque de esa forma los condenábamos al olvido; al contrario, siempre mantuvo la necesidad de recordar a aquellas personas que merecen seguir vivas en la memoria popular. Eso es lo que pretendo hoy al firmar esta página.

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