de lo nuestro Historias Heterodoxas

Huyendo de los malos humos

Mierenses de núcleos cercanos a la fábrica de Guilhou protagonizaron desde fines del siglo XIX un éxodo hacia lugares como la Patagonia

Visión de la emigración, por Alfonso Zapico.

Visión de la emigración, por Alfonso Zapico. / Alfonso Zapico

Ernesto Burgos

Ernesto Burgos

Asturias ha sido siempre una tierra de emigrantes, especialmente en el siglo XIX y sobre todo a partir de 1880, cuando este proceso se convirtió en un verdadero fenómeno social. Cuba fue durante años el destino preferente, hasta que la guerra convirtió la isla en un lugar peligroso y empezaron a elegirse otros países más seguros. Según Germán Ojeda y José Luis San Miguel, entre 1885 y 1898 el promedio anual llegó a los 4.500 emigrantes y, si contamos los que se fueron entre 1835 a 1900, sumaremos unas ciento diez mil personas, aunque el flujo se prolongó en el siglo XX, teniendo su pico en 1912, fecha en que se alcanzó el máximo histórico de 15.550 emigrantes.

Huyendo de los malos humos

Huyendo de los malos humos / Ernesto BURGOS

La mayoría eran jóvenes que embarcaron sobre todo en La Coruña y Vigo y en mucho menor número en Santander, ya que hasta 1911 no se iba a habilitar para estas salidas el puerto de Gijón. Y sus principales destinos fueron Punta Arenas, en Chile, y Río Gallegos, la capital y el asentamiento más grande de la provincia patagónica de Santa Cruz, en Argentina, a 2.600 kilómetros al sur de Buenos Aires. Desde allí, algunos siguieron ruta; sin embargo, otros muchos decidieron establecerse definitivamente.

Desgraciadamente, es difícil conocer con exactitud la procedencia de quienes arribaron a esta zona, porque hasta 1924, salvo en algún periodo excepcional, los inmigrantes se registraron con su apellido, nombre, edad, nacionalidad, estado civil, profesión, nombre del barco, puerto y fecha de llegada, pero sin anotar la ciudad en la que habían nacido. De todas formas, sabemos que el grupo más numeroso provenía de Mieres y después de Langreo y Oviedo.

En este proceso tuvo mucho que ver el ya mítico José Menéndez, el avilesino conocido como "el rey de la Patagonia" por la desmesurada cantidad de terrenos que llegó a poner a su nombre, por el éxito de sus negocios y por el millón de ovejas que contó en sus rebaños. Este terrateniente, cuya vida ha sido recreada en películas y documentales y escrita en varias ocasiones, había llegado a Punta Arenas en 1875 y transformó aquel lugar inhóspito, que apenas era más que un penal y estaba poblado por aventureros, en un lugar atractivo para los campesinos asturianos que querían mejorar su vida.

Menéndez, casado con María Beheti, terminó allí tras haber pasado por Cuba y Buenos Aires trabajando en diferentes oficios. Después de abrir un almacén de efectos navales, casó a una de sus hijas con el hombre que era su rival en los negocios. Entonces comenzó a fletar barcos a vapor y a multiplicar su dinero en un proceso no exento de dificultades, ya que pocos años más tarde se declaró en la zona un sangriento motín en el que abundaron los incendios y saqueos que arruinaron sus almacenes, pero supo reponerse y no frenó en su empeño hasta convertirse en uno de los hombres más ricos de América del Sur.

Junto a él, hay que destacar a otros dos asturianos, José Montes Pello, nacido en Ribera de Arriba, y Rodolfo Suárez, de Mieres, cuyos éxitos animaron la corriente migratoria hacia aquellas tierras. El primero hizo crecer su fortuna relacionándose con otros hacendados como Alejandro Menéndez Behety, otro hijo del "rey de la Patagonia", y de su mano llegó a Punta Arenas en 1882 Rodolfo Suarez, natural de La Pereda, quien tuvo también una vida aventurera antes de enriquecerse.

Después de trabajar como peón de hacienda y buscar oro en las arenas costeras de Cabo Vírgenes, adquirió a medias con otro socio 300 ovejas en el territorio chileno de Tres Chorrillos, y en 1890 se trasladó a los límites con Argentina para abrir junto a otro asturiano un pequeño comercio en Río Gallegos. Allí se casó con Albanie Ladouch, una joven que pertenecía a una familia de importantes ganaderos de la región y, ya con dinero, pudo dedicarse a poblar con ovejas traídas de las Islas Malvinas y ganado comprado a otros terratenientes las estancias de Kilik-Aike-Sur y las Horquetas, hasta reunir una enorme cabaña.

Gracias a estos adelantados, emigraron hasta la América más austral centenares de familias –la mayoría del concejo de Mieres– que se emplearon en sus estancias antes de emprender sus propios negocios. La mayor parte fueron jóvenes que formaron nuevos hogares con otros asturianos, aunque tampoco faltaron los matrimonios con ingleses, que también tenían allí una colonia numerosa y monopolizaban toda la producción de lana para su industria textil. Por ejemplo, en el archivo de la iglesia catedral de Santa María de Luján, construida en 1899 en Río Gallegos, figura la unión de María García Cueva, hija de Severino y Filomena, natural de Mieres, quien se casó a los 18 años con Arthur Andrew Wilson, de 30 años, natural de Liverpool, el 31 de enero de 1920.

Sin embargo, otros decidieron retornar a España. En 1967, Jaime Huelga entrevistó para el semanario "Comarca" a uno de ellos, llamado Ramón Fernández, quien ya en España fue juez y fiscal en la villa navarra de Castejón antes de cerrar definitivamente su ciclo en Mieres. El hombre le contó su aventura en la emigración: había embarcado en 1905 en el puerto de La Coruña rumbo a la Patagonia y, ya en Santa Cruz, fue buscador de oro y lavó platos en los restaurantes hasta que otros mierenses de Punta Arenas lo acogieron para que trabajase en sus estancias ganaderas. Se acordaba de sus nombres: Cesáreo Pello, Raúl Garrido y Rodolfo Suárez, este último de Baiña.

Ramón describió como era ese trabajo: desde cuidar ovejas, esquilarlas y alambrar los terrenos hasta evitar que los pumas las diezmasen. Este último era su cometido: había matado 44, a razón de una libra esterlina por cada uno, y con ese dinero se fue a Río Gallegos, donde compró el "Hotel Español". También recordó a dos mierenses establecidos en este lugar: el farmacéutico Ángel Banciella y "Pinche Velasco", que era hijo de Severo, molinero de El Poliar, y alcanzó la fama como jinete y domador de caballos bravos.

Ramón García también hizo referencia en la entrevista a la revolución que sacudió el sur de Argentina en 1921, aunque él solo fue un testigo más de aquellos hechos. Sin embargo, otra mierense sí dejó memoria en este conflicto por su valiente actitud que aún no se ha olvidado en Santa Cruz. Se llamaba Matilde Luisa Alonso y había nacido en Cardeo en 1891. Después de estar con su marido Alfredo Fernández González en el establecimiento Camusu-Aike, ambos abrieron en Río Gallegos la "Fonda Asturiana", en la que se hospedaban principalmente gente sencilla y peones rurales, aunque no tuvieran dinero para el alojamiento.

Según relató en sus memorias su sobrina Argentina Ruiz Alonso, durante aquella huelga acogió a trabajadores del campo perseguidos por las fuerzas policiales, ocultándolos en pozos de agua o bajo camastros que ocupaban falsas parturientas e incluso en una ocasión, con riesgo de su propia seguridad, le negó el paso a su fonda al sangriento capitán Diego Ritchie, salvando así varias vidas.

Matilde Luisa Alonso falleció en Buenos Aires, sin dejar descendencia, a la edad de 45 años, y el establecimiento "La Matilde" aún lleva su nombre.

En 1982, un artículo de Ramón Pérez González publicado en la revista "Pasera" a partir de los datos que se conservan en el archivo municipal de Mieres anotaba la procedencia de quienes emigraron desde este concejo a América en 1908. Aquel año marcharon 152. De ellos, 32 eran de Requejo y 16 de La Villa, los dos grandes barrios urbanos, pero luego se reseñan 18 de Baiña, 15 de La Rebollada y 8 de La Peña, zonas muy próximas a la Fábrica de Numa Guilhou. También hay 10 de Santa Cruz y 8 de Ujo, núcleos mucho más poblados en aquel momento; en cambio, las anotaciones de los valles de Turón y Cenera son muy escasas.

Con estos datos, es evidente que los pequeños pueblos que rodeaban a la instalación fabril –salvo Ablaña, que fue elegida como residencia por muchos ingenieros y mandos intermedios– fueron los que más sufrieron el éxodo, al mismo tiempo que familias llegadas de otras regiones ocupaban las viviendas que ellos dejaban. Es un ejemplo más de la sustitución del viejo mundo rural por el industrial en la Montaña Central: el humo de los hornos, el polvo del carbón y el reemplazo de las costumbres tradicionales por otras costumbres extrañas. Esto, junto a graves crisis agrarias como las registradas en 1882 y 1887, animaron a muchos jóvenes a buscar una nueva vida en la que entonces era una de las tierras más inhóspitas de América.

Río Gallegos ronda actualmente los 100.000 habitantes y allí sigue abierto un activo centro asturiano donde se reúnen los descendientes de aquellos pioneros. Muchos todavía conocen anécdotas y recuerdos sobre el Mieres de sus antepasados, que han ido pasando de generación en generación. De esta forma nunca han dejado de ser nuestra gente.

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