Oración y aplauso a Juan Alonso, misionero allerano asesinado en Guatemela

Cuérigo (Aller) conmemora el segundo aniversario de la beatificación de Juan Alonso, asesinado a tiros en Guatemala por defender a los indígenas mayas

A la izquierda, la misa en honor al beato, ayer en Cuérigo. A la derecha, arriba, vecinos esperando a entrar en el oficio. Debajo, una feligresa observa la reproducción de un cuadro en el que aparece retratado el religioso allerano junto a otros misioneros. | C. M. B. / L. Camporro

A la izquierda, la misa en honor al beato, ayer en Cuérigo. A la derecha, arriba, vecinos esperando a entrar en el oficio. Debajo, una feligresa observa la reproducción de un cuadro en el que aparece retratado el religioso allerano junto a otros misioneros. | C. M. B. / L. Camporro / C. M. Basteiro / L. C.

C. M. Basteiro / L. C.

Era alto y fuerte, tenía la barba frondosa. Era bravo, en la mejor de las acepciones. Tenía una fe tan grande como su corazón.

Cuérigo conmemoró ayer el segundo año desde la beatificación del padre Juan Alonso (1933-1981), asesinado en El Quiché (Guatemala) por su entrega a los más necesitados y su defensa de los indígenas mayas. Era misionero del Sagrado Corazón. "Daba todo por los demás, era un hombre de fe", afirman los que mejor lo conocieron.

Como su hermano, Arcadio Alonso. Andaba colocando todo en la iglesia de Cuérigo, ayer por la mañana. Se le veía nervioso y muy emocionado: "Es un gran día para mí", afirmó. Una jornada para sentirse aún más ceca de su hermano, al que tanto quiere y admira, y a algunos de sus compañeros. José Antonio Álvarez, César Rodríguez y Marcelino Montoto son tres de los misioneros que estuvieron en El Quiché con Juan Alonso. "Sufrimos mucho, estábamos amenazados. Creemos que, más allá de la religión, también molestaba que ayudáramos a los más necesitados", afirmaron poco antes de la misa.

Oración y aplauso por el cura bravo de El Quiché

Oración y aplauso por el cura bravo de El Quiché / C. M. Basteiro / L. C.

El acto fue oficiado por José Ramón "Pipo" Díaz, natural de Escoyo, aunque párroco en Valladolid; Miguel Ángel Calleja, párroco de Cuérigo, y Jesús Agüeros, sacerdote que también estuvo al cargo de la parroquia allerana. La misa tuvo un momento para recordar a Juan Alonso: "Era leal, muy bueno". Decía las cosas a las claras y no tenía miedo. Era divertido, aún sin querer. Cuentan que un día se encontró con Ataulfo Argenta, director de orquesta y pianista, y le pidió un autógrafo. Resulta que el exitoso músico no llevaba un bolígrafo encima, así que Alonso le prestó su pluma. No se había dado cuenta de que aquella pluma perdía, y las manos de Argenta se llenaron de tinta. "Pero hombre, ¿Pero cómo le diste esa pluma?", le espetó un compañero. Juan Alonso se encogió de hombros y enseguida rió con ganas.

Todo lo llenaba de franqueza. Todo lo que hacía, lo hacía con el alma. Nunca quiso abandonar las misiones, aunque estaba amenazado. Comentaban ayer unos veteranos vecinos de Cuérigo que recuerdan la última visita del misionero a su pueblo: "Estuvo aquí y ya nos dijo que igual no volvía, que estaba amenazado. Le preguntamos que por qué no lo dejaba, le pedimos que volviera a Asturias, pero dijo que no".

Fue más claro aún unos días antes de morir. Tomó el crucifijo que traía colgado al cuello y dijo: "Yo por éste me hice sacerdote y, si por éste he de morir, aquí estoy". Ya había sufrido torturas, pero él siguió adelante en su labor de ayuda y evangelización. Cuando lo apresaron para matarlo, iba en su moto. Se dirigía a un pueblo para dar una Eucaristía. "Siempre nos movíamos en moto o en caballo", recordó ayer César Rodríguez. Medían el tiempo al trote: "Yo estaba a unas doce horas a caballo de donde vivía Juan", detalló.

Juan Alonso fue beatificado junto al navarro Faustino Villanueva y al catalán José María Gran. Los tres misioneros del Sagrado Corazón, los tres con un final tristemente parecido. Los tres, ahora, son "los beatos mártires de El Quiché". Los quieren en su tierra y en Guatemala, donde también los conmemoran una vez al año. El pintor Antonio Domínguez los retrató en un bonito cuadro, una oda a la vida llena de color y con referencias a su labor.

El oficio por el beato Juan Alonso culminó con inclinaciones sobre su reliquia, que se guarda en la iglesia de su pueblo natal. Ya terminada la misa, hubo un momento de silencio. Como si estuviera ensayado, todos los que le quisieron en vida estallaron en un aplauso unánime.

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