Mágicas Montañas: El Cantu l’Oso en la belleza de Redes

A la cima de esta montaña casina, próxima a Brañagallones y de hermosas vistas, se puede subir andando, pero no sin esfuerzo

Pedro Escobio fotografía a Mario Llamazares, al pie de la arista del Cantu l’Oso; en el recuadro, el Cantu visto desde la carretera al puerto de Tarna.

Pedro Escobio fotografía a Mario Llamazares, al pie de la arista del Cantu l’Oso; en el recuadro, el Cantu visto desde la carretera al puerto de Tarna. / M. F. D.

Melchor Fernández

Melchor Fernández

La montaña casina, y por extensión, del Parque Natural de Redes y su entorno, es preciosa ¿La más admirable de Asturias? Irá en gustos responder a esa pregunta, pero será difícil encontrar respuestas que, si no aceptan ese liderazgo estético, no se acerquen al menos a tal valoración. Si la confluencia de picos tan altos como esbeltos, bosques admirables en todos los aspectos y praderías deliciosas ha sido el resultado de una generosa prodigalidad de la Naturaleza, la actividad humana añadió sin duda la colaboración adecuada. Pudimos comprobarlo una vez más un día de comienzos de otoño del año 2023 los integrantes de Caminando, un estupendo grupo montañero al que, por una invitación que agradeceré siempre, había tenido la fortuna de incorporarme apenas un año antes.

Yo no estaba en mi mejor forma física. Al desgaste de la edad se habían añadido las secuelas de la rotura del maléolo del peroné de una pierna por una caída y la consiguiente colocación de una escayola, de la que se derivarían luego varias mermas musculares con cuyas consecuencias estaba luchando. Pero pensaba que esas limitaciones estaban lejos de convertirse en un impedimento para intentar ganar la cima de un accidente montañoso que me atraía desde hacía mucho tiempo, pues lo identificaba, con su aspecto retador, desde muchos lugares de Caso, ninguno más accesible que la carretera que sube al puerto de Tarna.

A Brañagallones. Como en todos los proyectos de Caminando, el desplazamiento en ese miércoles de octubre se hizo en coches de los miembros del grupo, previa convocatoria debatida por WhatsApp. El punto de encuentro para iniciar la ruta quedó fijado en Bezanes, pero esa vez, por excepción, no significaba que allí se comenzaría a caminar, pues el lugar para ello se había fijado en Brañagallones, que está a 12 kilómetros de distancia. Hasta hace no mucho la única forma de llegar a esa famosa vega era subir andando, pero ahora, más para acortar el tiempo que para aligerar la aproximación –que también— se puede subir en coche, siempre que vehículo y conductor sean adecuados. Nosotros contratamos un taxi todoterreno, con capacidad para ocho viajeros, al que Pedro Escobio, estupendo conductor, añadió su coche, capacitado para hacer recorridos de este tipo. Poco después de las diez de la mañana los once "caminantes" que nos habíamos sumado al intento nos pusimos en marcha. Al principio, para disfrutar del paisaje, que pronto se manifestó admirable y a partir del Tesu la Oración, decididamente soberbio, con el calificativo más alto para el valle de la cabecera del río Monasterio, de imponente belleza, con sus profundas y casi verticales laderas, pobladas por una bellísima vegetación arbórea. Tardamos una media hora en salvar los 600 metros de desnivel que separan Bezanes de la vega de Brañagallones, situada a 1.240 metros de altura, en la que finalizaron su recorrido los coches, al dejarnos al lado del refugio. Este existe desde hace bastantes años, aunque no tantos, desde luego, como las cabañas antiguas que, junto con otras más recientes, bordean las laderas de esta planicie verde, justamente famosa por su privilegiado emplazamiento y que, al parecer, debe su nombre a que estuvo muy frecuentada por los "gallones", que ahora llamamos urogallos.

Hacia el objetivo. Nuestro objetivo, el Cantu l’Oso, es la más tentadora de todas las cumbres que rodean a la preciosa vega, a una distancia tan de respeto que parece que quisieran contribuir a realzar al máximo su atractivo. El interés montañero de ese cantu es evidente, tanto por su altura (1.793 metros) como por su emplazamiento, relativamente próximo a la vega, lo que no quiere decir que sea fácil o cómodo, como comprobaríamos en seguida.

Eran las once menos diez de la mañana cuando comenzamos a caminar. El Cantu l’Oso no se ve desde la vega, aunque el praderío, al estrecharse hacia el Nordeste para penetrar cuesta arriba en el hayedo parece indicar el camino a seguir para alcanzarlo. En cuanto apareció la cuesta, el grupo de once personas se estiró. El camino dejó de ser de hierba para discurrir por entre afloraciones calizas. Estábamos caminando por el corazón de Redes, un territorio que fue declarado Parque Natural en 1996 y es Reserva de la Biosfera desde 2001.

Una ayuda decisiva. Cuando el itinerario se puso pindio Pedro Escobio y yo quedamos al final del grupo. Mario Llamazares, que a su muy amplia experiencia montañera, que incluye la ascensión a grandes cumbres en España y lejos de nuestro país, une una admirable sensibilidad de compañerismo, se dio cuenta de nuestras dificultades y dejó la cabeza del grupo para venir con nosotros. Caminábamos ya todos por el bosque cuando llegamos a una bifurcación del camino. Seguir de frente implicaba elegir la subida directa hacia el objetivo, la más corta de las posibles, pero también la más dura, por su fuerte pendiente. La pista que salía hacia la izquierda era más larga pero menos inclinada. Mario, que fue quien, desde su experiencia, hizo esa valoración, nos aconsejó a Pedro y a mí la segunda opción, que tenía además la ventaja impagable de que él nos acompañaría. Que fuera menos pendiente no quiere decir que el camino elegido resultara cómodo, como pronto comprobaríamos. Se veía que estaba poco utilizado y que el último desbroce que le habían hecho quedaba lejos en el tiempo. Pero no por ello nos rendimos. Cuando al fin logramos llegar al borde superior del arbolado tuvimos la compensación de que, al mirar hacia atrás podíamos alegrar la vista con un hermoso paisaje, que incluía las cumbres de la cordillera que rodea Brañagallones. Al Visu la Grande, la primera en aparecer, se añadió pronto la espléndida, por esbelta, Peña’l Viento. Y tras dejar atrás un piornal, que hubo que superar a brazo partido, y ganar más altura, pudimos contemplar desde arriba la sierra de Brañapiñueli, con un elegante cabalgamiento geológico, tan vistoso ya desde Brañagallones.

De izquierda a derecha, por arriba: Iñaki, subiendo desde Brañagallones; Mario Llamazares, en la escotadura próxima al Cantu l’Oso; al fondo, el Tiatordos y el Maciédome; más lejos se pueden divisar el Macizo Central y el Occidental de los Picos de Europa; Melchor Fernández y Pedro Escobio, cerca del Cantu l’Oso; Bajando desde el Cantu l’Oso hacia Brañagallones; El circo montañoso al oeste de Brañagallones con la Peña’l Viento como elemento más destacado y El grupo de “Caminando”, en la comida en el refugio de Brañagallones.

De izquierda a derecha, por arriba: Iñaki, subiendo desde Brañagallones; Mario Llamazares, en la escotadura próxima al Cantu l’Oso; al fondo, el Tiatordos y el Maciédome; más lejos se pueden divisar el Macizo Central y el Occidental de los Picos de Europa; Melchor Fernández y Pedro Escobio, cerca del Cantu l’Oso; Bajando desde el Cantu l’Oso hacia Brañagallones; El circo montañoso al oeste de Brañagallones con la Peña’l Viento como elemento más destacado y El grupo de “Caminando”, en la comida en el refugio de Brañagallones. / M. F. D.

El Cantu, a la vista. Pedro y yo estábamos cansados, pero no rendidos. De vez en cuando nos deteníamos, pero sin sentarnos. Ligeramente por delante de nosotros, Mario nos daba ánimos mientras trazaba con sus pasos la trayectoria a seguir, que era ascendente y hacia la derecha. Hasta que de pronto apareció en lo alto, aunque no mucho, el Cantu l’Oso. Lo reconocí porque, visto de cerca, su perfil coincidía con el de la montaña que habíamos visto desde la carretera cuando circulábamos entre Campu Casu y Soto. Este accidente orográfico, que remata hacia el Nordeste una larga sierra es una gran roca, casi plana en su cima y vertical en su corte, a cuyo lado se abre una escotadura, junto a la que se encontraba Mario, quien nos pidió que nos acercáramos. Vaya si merecía la pena, porque el lugar ofrecía vistas impresionantes hacia el Este. Se divisaba, por ejemplo, muy por debajo de nosotros una hermosa vega, muy verde ¿Vega Pociello?, nos preguntamos. Muy probablemente, por no decir seguro. Más allá, al fondo del Valle del Nalón, en el que se distinguía la carretera general que comunica con el Puerto de Tarna. Subir desde ella con la vista en la ladera opuesta del valle llevaba a encontrarse con una sierra coronada por dos grandes picos, bien separadas entre sí: a la izquierda, el Tiatordos; a la derecha el Maciédome. Los dos superan los 1.900 metros de altura. Y más allá, más al fondo, aparecían nada menos que los Picos de Europa, con el Macizo Occidental o Cornión en primer término, en el que se podían distinguir, entre otras montañas Peña Santa, Peña Santa de Enol, las Torres de Cebolleda, los Argaos, La Torrezuela, el Cotalba y el Requexón. Y la izquierda, y más lejos, aparecían cumbres del Macizo Central, entre ellas, la más alta de todos los Picos, Torrecerredo, como también el Picu Los Cabrones, los Albos o el Neverón de Urriellu. Mentiría si dijera que las vimos e identificamos todas, porque una nube alargada que se posaba sobre ellas y cuya posición evolucionaba lentamente no facilitaba la tarea. Pero libros y mapas complementan lo que vimos.

Hacia el Occidente no había obstáculos visuales, por lo que la descripción corresponde a lo que vimos. En el inventario no podemos incluir Brañagallones, que desde esta elevación queda empozada y la tapa el bosque. Mario Llamazares, que conoce muy bien esta zona, como altonaloniano que es, nos ayudó a identificar los accidentes geográficos que teníamos delante. Partimos de Brañapiñueli, para ir girando hacia la izquierda. Por el fondo del collado del Trave, que da acceso al lago Ubales, asoma al fondo, y lejana, la cumbre del Retriñón. Aparece luego el Visu la Grande, tras el cual puede verse el siempre imponente Picu Torres, precedido por el Valmartín. Y nos encontraremos luego con la Peña’l Viento, que con sus 1.992 metros es la cumbre más visible de Redes cuando se contempla esta zona desde la otra ladera del Valle; desde la Collada de Arnicio, por ejemplo. La siguen Les Rapaínes y La Rapaona y otras de menor altitud que forman parte de una sierra de considerable altura.

El cantu el Viento. Quedaba por alcanzar el objetivo principal, que era llegar a la cumbre del Cantu l’Oso y, cuando poco después lo conseguimos, ya Mario Llamazares nos esperaba en él. Para llegar no hubo que subir mucho ni tampoco que trepar. Solo caminar algo más, haciéndolo en oblicuo a la crestería del Cantu. Pronto nos movimos entre escares calizos. Y vimos a Mario al lado de un cilindro metálico, que resultó ser el buzón de cumbres. Era la una y media de la tarde cuando llegamos a su lado. Nos dejó acercarnos a él pero no seguir unos pocos metros más arriba para pisar la cumbre. Hacía mucho viento y nos dijo que a veces llegaban de repente unas rachas tan fuertes que podían derribar a una persona, como estuvo a punto de ocurrirle a él. Y si la caída se producía hacia el lado donde el Cantu se cortaba en vertical, sería irreparable. Realmente, añadió, estábamos en la cima. Y que, en el que caso de que pudiéramos pisarla, no veríamos mucho más de lo que ya habíamos visto desde la escotadura donde acabábamos de estar. De modo que, cumplido el objetivo, solo quedaba completar la jornada con el descenso hasta Brañagallones.

Un duro descenso. No me imaginaba que ese descenso fuera a resultarme tan duro. Lo que se ofrecía a la vista en el momento de iniciarlo era una hermosa sucesión de prados bastante pendientes. No fue desagradable bajar por las huellas trazadas en la mullida hierba, siguiendo la trayectoria que, en sentido inverso, es la de la subida. Encontraríamos un cartel que indicaba que el Cantu l’Oso (de la denominación que aparece en el cartel se habla aparte) quedaba a un kilómetro de distancia y Brañagallones a 2. Casi de inmediato el camino se metió por un terreno que para mí pronto se convirtió en muy difícil y más tarde poco menos que imposible, a causa de mis problemas en las piernas. Los muslos no me respondían y tenía problemas para mantener el equilibrio cuando había que salvar un desnivel apenas mediano. La ayuda de Mario Llamazares fue entonces decisiva para que pudiera completar el recorrido. Cuando, al fin, llegamos al extremo oriental de Brañagallones, Mario pidió a Pedro Escobio que se adelantara hasta el refugio para pedir que, pese a nuestro retraso, no nos cerraran la cocina y que, de paso, pidiera huevos fritos con picadillo y patatas fritas.

La sorpresa llegó cuando entramos en el comedor, porque los componentes de nuestro grupo rompieron en un aplauso. Yo lo agradecí al interpretarlo como un gesto de ánimo. Lo que no podía imaginar era que, además de ese, incorporaba otro significado: el de que los tres habíamos sido los únicos del grupo en alcanzar la cima del Cantu l’Oso. El resto había dado la vuelta sin llegar a la cima para cumplir con el compromiso que habían contraído con el refugio, que cerraba la cocina a las tres y media de la tarde.

Final feliz. La comida me supo a gloria. Y no digamos la bebida, de cerveza sin alcohol con gaseosa. Tras el café hubo, como es costumbre en el grupo, cantarinos, con la guitarra de Víctor Argudín como acompañamiento. A las cinco de la tarde llegó el taxista que nos había subido hasta Brañagallones y ahora nos bajaría hasta Bezanes. Me dejaron sentarme en el asiento del copiloto, al lado de Andrés, el taxista, con el que tuve una conversación tan agradable como instructiva, porque conoce muy bien el concejo y sus habitantes. Al pasar por uno de los lugares más emblemáticos del recorrido me aclaró que, aunque la mayoría de la gente le llame el Texu la Oración en realidad es el Tesu, en asturiano, con ese. Y que tesu es un accidente del terreno, en este caso una elevación que se convierte en un magnífico observatorio. Fue una de las muchas cosas que aprendí en esta salida al monte.

El oso con dos oes

M. F. D.

En mapas y carteles es frecuente que el pico que constituyó el objetivo de esta ruta reciba el nombre de Cantu’l Osu. Y es un error. No todas las palabras que en castellano terminan en "o" pasan a hacerlo en "u" cuando se vierten al asturiano. Lo dice alguien que, compartiéndolo con el castellano, tuvo el bable o asturiano como lengua natal y siempre dijo cielo, viento o río, sin por ello dejar de decir regueru, güesu o xatu. Que el bable es una lengua, aunque no plenamente desarrollada, lo demuestra el hecho de que tiene normas, que siguen sus hablantes. El profesor Jesús Neira explicó muy bien cómo una de esas normas se aplica en la denominación de este pico: debe decirse "oso" y no "osu" pues la palabra se usa en su sentido genérico. Sobre el significado de la palabra "cantu", que no tiene nada que ver con cantar, se puede acudir a "Toponimia Asturiana", obra en fascículos que LA NUEVA ESPAÑA entregó a sus lectores en 2005. En la página 71 se encuentra la descripción: "Cantu: Arista, cima común a las dos laderas de la misma elevación del terreno que convergen pero que pertenecen a distinto valle". El Cantu l’Oso se ajusta perfectamente a esa definición. En cuanto al enlace de la palabra cantu con el artículo que la sigue no tiene sentido, pues en el asturiano no existe el "de posesivo" (véase Campo –o Campu– San Francisco). Si el asturiano (o bable) es una lengua, aunque haya quedado a medio hacer, lo correcto es seguir sus reglas cuando son claramente reconocibles. Aplicándolas, yo creo que hay que decir Cantu l’Oso. O Peña’l Viento, que, por cierto, luce esbelta muy cerca.

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