DE LO NUESTRO | Historias heterodoxas

La segunda oportunidad de Pedro Avelino Díaz

Un minero de Mieres sobrevivió tras permanecer atrapado una semana por un derrabe de carbón en el pozo San Antonio, en 1961

La historia de hoy vista por Alfonso Zapico.

La historia de hoy vista por Alfonso Zapico. / Alfonso Zapico

Ernesto Burgos

Ernesto Burgos

En 2007 escribí una "Historia heterodoxa" contándoles unos cuantos casos de mineros que habían pasado por la terrible experiencia de permanecer enterrados a causa de derrabes de carbón. Cité entonces a Francisco Fernández "Quico La Peruyal", quien en abril de 1950 pudo resistir una semana de soledad echando un pulso con la muerte en la mina de Coto Musel, en Laviana.

Quico falleció en 1995. Pocos meses antes había sido entrevistado por Albino Suárez, al que le contó que la angustia le hizo perder los nervios, desesperarse, y esto salvo su vida, ya que en un momento de desesperación lanzó su lámpara contra una mamposta haciendo un ruido que dio la pista al grupo que trabajaba para localizarlo.

Después he leído en otros reportajes que Francisco Fernández fue el minero asturiano que más tiempo pasó atrapado en la historia reciente de Asturias; pero lo cierto es que habría que contar las horas para confirmar si esto es verdad, porque hubo otro caso, menos conocido, de un minero allerano que también pasó una semana aprisionado por el carbón. En cualquier caso la diferencia entre los dos tuvo que ser mínima, y esto es lo menos importante, porque, sin conocerse, ambos quedaron hermanados para siempre por haber vencido a la muerte.

El diario LA NUEVA ESPAÑA dio la noticia el 6 de diciembre de 1961 de que a las seis de la tarde del día anterior se había producido un grave accidente en un pozo de la Sociedad Hullera Española a consecuencia del cual tres mineros permanecían sepultados y se temía por su vida. Se trataba de un desprendimiento en la capa "María" del pozo San Antonio, en Moreda, muy castigado ya por desgracias anteriores. Y aquí debo anotar la casualidad de que el accidente de Coto Musel también se había producido en una rampla que llevaba el mismo nombre: "María".

Tres atrapados

En fin, los obreros que en aquel momento estaban aislados bajo el carbón del San Antonio eran Mario Barreiro, picador, de 34 años, casado, con dos hijos, natural de Vigo y vecino de Moreda; Pedro Avelino Díaz Santervás, también picador, de 31 años, casado y con un hijo, natural y vecino de Santa Cruz de Mieres, y Benjamín Díaz Castañón, cronometrador, de 23 años, soltero, natural y vecino de Boo. Como después de unas horas no se había logrado comunicar con ellos, todo parecía indicar que no existía ninguna posibilidad de que se encontrasen con vida.

A pesar de los esfuerzos de las brigadas de trabajadores y técnicos de la Hullera Española, al día siguiente la prensa llegó a los quioscos anunciando que seguía sin haber novedades y que la enorme cantidad de carbón acumulada y las elevadas temperaturas de alguna capa que estaba ardiendo dificultaban los trabajos de rescate, de manera que el calor sofocante forzaba a cambiar los relevos cada dos horas, y no podía calcularse el tiempo que se iba a tardar en llegar al lugar del derrabe.

Entre tanto, como siempre sucedía en estas situaciones, los familiares de los desparecidos no se separaban de la boca del pozo, esperando con angustia cualquier noticia sobre su estado. Siguiendo las normas de la época, los periódicos resaltaban el interés de las autoridades por los trabajadores: "Desde los primeros momentos, los delegados de Sindicatos y Trabajo y la Jefatura de Minas se interesan vivamente por la suerte de los sepultados"; aunque, eso sí, lo hacían "a través de sus representantes en contacto con los hechos". En contraste con esta actitud más propagandística que de verdadero interés, cuando todo acabó se supo que el ingeniero Isidro Fernández "desde el primer instante estuvo presente en los trabajos de rescate, afrontando peligros y vicisitudes".

A las cuatro de la madrugada del día 7 ya fue rescatado el cadáver de Benjamín Díaz, que fue enterrado doce horas más tarde en el cementerio parroquial de Boo. La ceremonia estuvo presidida por el ingeniero jefe y otros técnicos del Distrito Minero, el delegado provincial y jefe de la Inspección de Trabajo, el delegado local de Sindicatos y el director, ingenieros, capataces y otros mandos de la Hullera Española. También asistieron el Alcalde de Aller, el comandante de la Guardia Civil y otras autoridades, junto a una multitud de vecinos y mineros de este concejo y del de Mieres, que guardaron un impresionante silencio.

Mientras tanto, los cuerpos de los otros dos accidentados seguían sin aparecer, pero ya se tenía la impresión de que no podían estar muy lejos. Hasta que el corresponsal de LA NUEVA ESPAÑA en Aller, José Prieto, dio la sorprendente noticia de que en la tarde del día 8 se habían escuchado señales de que uno de ellos estaba vivo y podría ser rescatado en cuestión de horas.

Aquello hizo que las Brigadas de Salvamento redoblasen sus esfuerzos hasta que lograron establecer comunicación verbal con quien en un principio fue identificado como Mario Barreiro Álvarez. Es difícil imaginar lo que sintieron sus familiares cuando poco después se confirmó que en realidad este había fallecido y quien seguía vivo era su compañero Pedro Avelino Díaz .

A las once de la noche del 12 de diciembre se llegó hasta él y los servicios médicos de la empresa le prestaron los primeros auxilios para cerciorarse de que estaba bien. Su obsesión era que le llevasen un bocadillo de queso y una cerveza, pero inicialmente tuvo que alimentarse solo con suero antes de trasladarlo al sanatorio de Bustiello, donde el director, Arsenio Lavandera, y su colega, el doctor Cándido González, explicaron que el ingresado permanecía con ánimo sereno y no daba señales de schok nervioso.

Más tarde, Pedro Avelino pudo explicar en varias ocasiones los detalles del accidente y del rescate: según su testimonio, los tres mineros estaban trabajando en un tramo vertical y ya habían terminado prácticamente la tarea para dirigirse al punto de salida buscando un atajo, cuando de repente se hundieron unos seis metros de la galería inferior arrastrándolos a todos. Él quedó milagrosamente en un lugar a salvo del desprendimiento y, mientras el suelo iba desapareciendo lentamente, pudo ir ascendiendo hasta encontrar un pequeño hueco donde se acomodó.

Allí permaneció seis días, bebiendo agua gracias a una gota que caía cerca de su refugio y respirando el aire que se filtraba a través de los minados. Los primeros días no pudo descansar, pero poco a poco el agotamiento y la creencia en la "ley de la mina", que asegura la búsqueda de los sepultados hasta dar con ellos, le hicieron dominar el pánico. Hasta que pudo escuchar unos ruidos que se acercaban; entonces, después de llamar a voces, sin ningún resultado, gritó lo que la prensa describió como "una sonora alusión, una celtibérica alocución familiar", que fue lo primero que llegó hasta quienes lo buscaban. Al oírlo, los miembros de la brigada avisaron con rapidez al exterior y no quisieron ser relevados para ser ellos quienes llegasen hasta su compañero.

"A ver si trabajáis más"

Sus primeras palabras fueron para decir que se encontraba bien, que aún tenía luz en la lámpara y que era mejor que accediesen hasta él por arriba, donde había menos peligro. Después bajaron hasta el lugar del accidente varias personas, entre ellas el párroco de Boo para darle ánimos, pero estaba claro que él ya no podía aguantar más y lo único que quería era salir de una vez, de modo que pudieron oírle decir: "A ver si trabajáis más y cascáis menos".

Finalmente, a las once de la noche del martes pudo estrechar por un agujero la mano de uno de sus salvadores: era Félix Collanzo y con él, Pepito Quintana , José Abundio, "Pulgarín", otro al que llamaban "El Nuevo" y don Leandro Viñas.

Pedro Avelino afirmó que él era un hombre muy religioso y, además de acordarse continuamente de su mujer, de su hijo de cinco años y de sus padres, rezó mucho y confiaba en ser salvado precisamente el día de la Purísima, como así fue. El minero habló de sus cambios de ánimo, de la alegría al sentir a lo lejos los martillos de sus compañeros y los "tiros" de dinamita; también de la desesperación cuando los ruidos cesaban para poder cambiar los relevos. Dijo que había tenido luz gracias a que su lámpara era eléctrica y alimentada con pilas, y que pudo contar el tiempo por su reloj: "Cada dos vueltas, un día; cada día, un siglo allá adentro".

En 2010, Pedro Rodríguez Cortés, cronista del Centro Asturiano de Oviedo, escribió que el minero no había recibido ningún golpe y que pudo alimentarse con cortezas de pino; también que "en las primera horas de su estancia en el centro sanitario mostró buen estado de salud, con vendaje ocular, alterado únicamente por algunos episodios de delirios a consecuencia de la desnutrición y deshidratación". La verdad es que Avelino ya había desmentido lo de las cortezas poco después de ser rescatado, pero lo segundo no nos extraña.

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