Entrevista | Celestino González García Constructor y fundador de Goncesco
"En seguida me gustó trabajar y divertirme y me organicé bien para ir al baile"
"Ir a la Escolanía de Covadonga fue un cambio muy grande y lloré muchas noches los seis primeros meses; luego me adapté y lo dejé por falta de vocación"

Celestino González, en las oficinas de la constructora Goncesco, en la calle Asturias de Oviedo. / Irma Collín
Una buena voz de mando en el negocio
Celestino González García, "Tino" (El Requexáu, Mieres, 1943), tiene una bonita voz 30 años menor que él con la que fue solista y alcalde en la Escolanía de Covadonga. Iba para perito industrial, pero su precocidad le impulsó a trabajar de albañil y mecánico en Mieres, picador, barrenista y mecánico en Charleroi (Bélgica), expropiador para obras públicas, constructor menor, vendedor de seguros, comprador de maquinaria por España y, al fin, después de tres años con un socio constructor, fundador de Goncesco, una empresa que supera el medio siglo, que saltó de Mieres a Oviedo en 1992 y viajó a Hispanoamérica después de la crisis de 2008.
Llegó a tener 370 trabajadores en torno a 2000.
Ha construido más de 3.000 viviendas y muchas plazas de garaje cerradas, "no dos rayas pintadas en el suelo".
Le ha empujado y salvado su gusto por tener terrenos. "Ahora no es el mejor de los momentos, aunque nosotros estamos vendiendo 35 aquí, 40 allá... No hay mucho ritmo en la construcción porque no tenemos gente".
Se casó en 1971 con María José García Castañón, a la que conoce desde hace 54 años, y tienen dos hijos –Noemí y Celestino– y cuatro nietos.
Nació en El Requexáu (Mieres) el 14 diciembre de 1943.
Entonces El Requejado. Cuatro hermanos: Chelo, que me lleva 4 años; Conchita, 3; yo, y Manuel, 4 menor. Tuteábamos a nuestros padres, que no era frecuente. En casa se trabajaba duro y se vivía bien con tres vacas y gochas parideras. Eso me tocaba a mí. Cuando parían, dormía en la cuadra con ellas para que no los matasen los animales. Una siempre ganaba el primer premio del concurso. Mi padre...
Celestino González Otero, maestro de horno en Fábrica de Mieres.
Le fui a ver dos veces a la boca del horno dando la vuelta a los tochos con una barrona que pesaba 50 kilos con un calor tremendo. Era una buena persona que estuvo siempre con los junos y con los jotros y fue alcalde pedáneo desde Santullano a Siana. Era muy hablador y le gustaba estar con la gente joven como a mí, entonces, con la mayor, porque me aportaba. Ahora prefiero tratar con gente joven.
Su madre, Celestina.
Bastante ilustrada: escribía libros de cocina y era sobrina de Elvirina Castañón, escritora en bable. Era ama de casa y tenía bar tienda y bolera y unas casucas. Era muy ahorradora y con un carácter que tenías que apartarte un poco. Como estaba enferma de bronquitis crónica mis hermanas lavaban la ropa y yo iba a la fuente. Cuando le daban achuchones nos mandaba a alguna de las casas de sus 11 hermanos. A mí me tocaba ir dos o tres meses a Cenera, con la abuela –que era dura– y con mi tía Elvira, que había tenido dos abortos y me trataba como a un hijo. Tenía un tío que en un accidente quedó como un crío. Allí recibía más atención y era el que más revolvía. En 1949 y 1950, cuando vinieron los andaluces y extremeños que llamaban "de la sequía", reparamos unas casucas para arrendárselas con un trozo de tierra para huerta.
¿Qué ideología había en su casa?
Mucho orden e ir a misa, con familia cercana de curas y monjas.
¿Cuándo empezó a la escuela?
A los 6 años en la nacional de El Requexáu, con Doña Manuela y 60 compañeros. Forzaba la máquina porque en casa se controlaban los estudios. Por parte de madre eran cantarines y yo cantaba con ellos en las fiestas. Mi padrino, cantor en el Seminario, me dijo que tenía que ir a la Escolanía. Fueron a ver a mi madre y le dijeron que me vendría bien como enseñanza. Me examiné con "Dime, xilguerín parleru" y "La Virgen de Covadonga". A los 9 años ingresé y estuve dos años y medio sin venir un día a casa.
¿Fue un cambio grande?
Muy grande. Lloré muchas noches los seis primeros meses porque me acordaba. Dormíamos 30 en un pabellón y a las 7 y media de la mañana a ducharse con agua fría que bajaba del manantial. Tuvimos una buena cocinera, la tía Flora, prima carnal de mi padre. Me adapté y surgieron más aficiones: hice una colección de mariposas y me dio por ir a murciélagos a la Basílica. Vivíamos en "la nevera", en la falda de la Basílica, ahora museo. Hacía un frío que pelaba y aprendí algo que me fue muy útil en Bélgica: sacas la ropa de abajo, tapas la cabeza, envuelves los pies y a dormir.
Además de cantar, ¿que aprendió?
De cultura general, poco porque cantábamos mucho. Una boda, otra boda. En el coro vi una puerta, exploré y hallé una colonia increíble de murciélagos que cogíamos y tirábamos por la ventana de un subsótano. Alguien se chivó y cuando fueron a verlo estaba lleno de esqueletos boca abajo. Vi tres guardias civiles pescando truchas en un pozo del regato de la cueva. Me metí por un túnel de la antigua teyera que daba al pozo, cogí cuatro truchas y se las llevé a la tía Flora. Frió una para Don Florentino, otra para Don José Ramón, otra mí y otra para no sé quién. Vinieron a quejarse y oí cómo un sacerdote les recordaba que pescar era ilegal. Entonces la Iglesia mandaba más que la Guardia Civil y en Covadonga ni te cuento.
¿Por qué los dejó?
No tenía vocación. Mi tío me dijo que siguiera y me dediqué a hacer picardías hasta que me echaron de aquella manera, por no "cantar" quién había cogido una armónica. Como mi padre trabajaba en Fábrica de Mieres pasé a la escuela de los hermanos de Lasalle. Iba retrasado dos cursos, me espabilé, saqué dos años en uno y luego me examiné para entrar en la Escuela de Aprendices y aprobé. Me gustaba mucho el deporte y en casa nunca me privaron.
¿Qué rapacín era usted?
Muy inquieto, me gustaba toda clase de deportes. Jugué a balonmano de delantero medio, al trallazo y los penaltis, cuando dejaban empujar. Me gustaba más el baloncesto, pero me sentaron en el banquillo a los diez minutos por empujar. Era muy aficionado al boxeo y no me dejaban entrar en la Casa España porque no era falangista los que luego fueron socialistas. En seguida me gustó mucho trabajar y divertirme y siempre me organicé bien para ir al baile.
No acabó en Aprendices.
Lo dejé en segundo curso. Si acababa podía ser un maestro de la industria, posiblemente, perito; igual ingeniero de caminos, pero no me veía estudiando más allá de perito y no quería estar al frente de ocho compañeros en Fábrica de Mieres con el salario de todos los meses y sin hace otra cosa.
Lo dije un día de verano en Perlora. Mi madre se tiró al pino y mi padre, muy tranquilo, dijo: "O sea, que lo que quies ye trabajar". Al día siguiente me consiguió trabajo en la Cimsa, empresa de construcción de Fábrica de Mieres, para después de vacaciones. Me pusieron de pinche de dos albañiles –Alfredo y Cilio, un par de oficiales fantásticos– para ver si doblaba. Nada más llegar limpié los andamios, puse los ladrillos en su sitio, atendí el arca donde ponían las herramientas que limpié... Al mes y medio estaba tirando de paleta con ellos y rápidamente empezamos a hacer chollos los fines de semana por los pueblos. Así 18 meses.
¿Le daba tiempo a ir al baile?
Andaba con tres amigos mayores. La romería importante en La Villa era el Carmen, más que San Juan, que San Juan en Mieres. Se me daban bien les moces porque siempre las respeté y nunca hablé de ninguna. Esos amigos estudiaban para ingenieros de minas y para sacar a bailar llevaban la insignia de la escuela. Yo veía que iba un poco corto y fui a la escuela de Eligio, muy buen profesor, y a Juan, otro de la villa, y aprendí muchas matemáticas y geometría y a leer bien.
¿Y después del año y medio?
Otro año y medio, en el garaje Farpón -en el puente de la Perra- porque me gustaba la mecánica, los motores. Había unos camiones rusos 3HC, "los tres hermanos comunistas" que se llamaban, que arrancaban a manivela.
¿De qué trabajó?
Picando carbón. Dije en casa que era mecánico en la mina porque teníamos prohibido bajar desde que un hermano de mi padre se mató en el pozo Barredo. A los 3 meses marché a ayudante de barrenista, que ganaba más, otros 3 más.
¿Cómo era la vida allí?
Íbamos al bar "El Español". Decían que era de un exiliado asturiano, pero ni uno ni otro. Su cerveza era una birria. Había un "petit comité" revolucionario que sólo decía cagamentos y estaba obsesionado con matar a Franco. La tercera vez que estuve dije "Franco está en España y vosotros aquí, ¿por qué no formáis a batallón y vais a matarlo?". "Esti ye un facha", me dijeron. "No, soy dos fachas". Convencí a mis amigos para ir a sitios mejores. Los viernes preparábamos el apartamento, limpiábamos, íbamos al zapatero, al supermercado y nos poníamos de tiros largos para las mozas. A veces bajábamos a Bruselas, una hora en tren. En una cervecería junto a la Ópera vi entrar a Silverio, el ingeniero brasileño que tenía en la mina. Charlamos, nos llevamos bien y me ofreció montar cintas transportadoras en la mina.
¿Sabía hacerlo?
Sí, por la escuela de aprendices y el garaje. Pasé 15 días formándome y volví al tajo, acompañado por un vigilante y un capataz que me explicó mi misión. Como tenía cara de crío la llené de polvo de carbón para enfrentarme a 25 paisanos: cuatro turcos, cuatro marroquíes, tres italianos, cuatro andaluces... Al noveno día quedé solo al mando y ya no manché la cara. Los andaluces se me quejaron de los marroquíes, con diferencia, la peor gente con la que me topé -vagos y degenerados- y quería deshacerme de ellos. Dije al ingeniero: o me los quitas o vuelvo a barrenista. Me contestó: "¿Por qué no los metéis a quitar mampostas, quitáis las cuñas de abajo, que queden ahí y certifico que fue accidente?". Me negué: "Hay que dar la cara. Si vienen a por mí soy capaz de lo que haga falta, pero en frío, no". Los quitó. Estuve 7 meses.
Volvió para hacer "la mili".
Un paseo militar. Quería permisos para acabar una casa de mis padres y di clase a analfabetos porque a cambio podía marchar el viernes y estaba exento de instrucción. Después estuve cuatro meses en el regimiento de caballería Farnesio, en Valladolid, y vine a caballería de Gijón enchufado por el teniente coronel Eduardo Represa Cortés. Eché una moza en Gijón, pero luego conocí a María José García Castañón, mi mujer desde hace 54 años, el mejor negocio de mi vida.
¿Cuándo la conoció?
Cuando nació. Es del pueblo y le llevo 6 años. En un permiso fui a una fiesta, paré con unas chavalinas, bajé con ella, que tenía 15. Fuimos quedando. Ella tenía que ir pronto para casa y yo coger el tren para volver a Gijón. Me di cuenta de que era ella. Conocía a la familia, estaba bien preparada... Fuimos novios 4 años.
Regresó a Mieres.
Entré en el Ministerio de Obras Públicas. Llevaba un coche y me encargaron la expropiación de la autopista a Gijón. Luego, al frente de 8 coches, trabajé en Piedrafita (León). Me quedó un problema de lumbares por las carreteras horribles y me dieron el 55% de invalidez para conducir. A la vez construía para el ayuntamiento de Mieres obras que otros no querían porque pagaba mal. Luego me puse por mi cuenta. Vendía seguros por la cuenca con mi R8 verde Mississippi, que compré a un piloto de rallies por 83.000 pesetas y lo vendí con 250.000 kilómetros después por el mismo precio. Compré y vendí maquinaria por toda España: todo el ferrocarril de Tranvías de la Sierra de Granada, cuatro locomotoras a Villanueva del Río y Minas, de Sevilla, 3 lavaderos de flotación en El Bierzo.
Se casó el 15 de agosto 1971.
Eso de que el calor ye malo pa eso, mentira: lo importante es una buena tienda de campaña. Tengo dos hijos: Noemí y Celestino. Celestino está en Goncesco y tiene otra empresa. Noemí tiene tres hijos: Álvaro, 28 años, Loreto y Jaime. Tino y su mujer, Olalla, tienen un crío de año y medio.
¿Fue un padre presente?
Cuando estaba en Mieres metido en construcción comía todos los días en diez minutos. Los sábados y domingos, a poder ser, los dedicaba en cuerpo y alma a la familia y siempre que podía, llegaba antes de que se acostasen. Estudiaron en los jesuitas y en Estados Unidos, Tino durante ocho años: Noemí, tres. Creímos que Tino no volvía, pero vino 15 días antes de los atentados del 11S y él entraba a trabajar donde las Torres Gemelas. Determinó venir y pumba. La madre lloraba… Los educamos sin chorraditas. A Tino no le dejé jugar con máquinas electrónicas y tuvo ordenador tarde. Los nietos no tendrán aparatos hasta donde me dejen los padres.
¿Cómo fue la crisis de 2008?
Muy mal. Mi hijo y yo libramos porque anduvimos por Brasil, Uruguay y Colombia. Aquello no dio nada y un pelín menos. A mis hijos les dije que antes de los 25 años tenían que decidir qué iban a hacer con su vida. Ambos quisieron seguir en la empresa y me puse muy ufano a comprar suelo. Suelo francamente bien comprado. Fuimos manteniendo la plantilla. Negocié bien con la Sareb (Sociedad de Gestión de Activos Procedentes de la Reestructuración Bancaria) después de un inicio malo con un chico que me hablaba del liquidador. Con el tercero me arreglé.
¿Qué tal cree que lo trató la vida?
Bien. Hice méritos porque fui formal en temas y datos, cumplí y respeté, que es fundamental salvo cuando te cogen por la solapa que, entonces, la cosa cambia y no me conoces.
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