DE LO NUESTRO | Historias heterodoxas
Anesio Ruiz, testigo de un magnicidio frustrado
El allerano Ricardo Luis Arias recogió en 1959 el testimonio del vecino de Ujo que presenció el atentado contra Alfonso XIII en 1906

Anesio Ruiz, testigo de un magnicidio frustrado
Se cumple ahora el primer aniversario del fallecimiento de Ricardo Luis Arias. Contaba 104 años y con él se fue un capítulo importante de la historia allerana. Era un personaje polifacético: profesor, periodista, pintor, escritor y gran defensor de las actividades relacionadas con la naturaleza y la montaña. No teníamos las mismas opiniones sobre el paternalismo del segundo marqués de Comillas y el control ideológico que sus hombres impusieron en la Sociedad Hullera Española; tampoco coincidíamos a la hora de interpretar los sangrientos acontecimientos de los años 30, que él había vivido con intensidad, y nos separaba la visión de la posguerra, el franquismo y los cambios que vinieron después.
Ricardo Luis y yo siempre nos respetamos, pero cuando teníamos algo que decirnos, para evitar debates interminables que no nos llevaban a ningún acuerdo, lo hacíamos a través de Leo Saiz, que era amigo de los dos. Con todo, su labor de búsqueda fue inmensa y sigo encontrando a menudo cosas suyas que es conveniente rescatar. Por ejemplo, la página de hoy se basa en una de las entrevistas a personajes del entorno de Caborana que fue publicando durante años en el semanario Comarca, y es de justicia reconocerlo.
Fue un encuentro con Anesio Ruiz Chaves, nacido en Herrera de Pisuerga, pero que era vecino de Ujo, porque, como muchos otros castellanos, en su juventud había venido a Asturias en busca de trabajo. En 1959, cuando se sentó a charlar con Ricardo Luis, ya debía de ser muy mayor, ya que en su relato contó cómo había sido testigo de primera línea en el atentado que empañó la boda del rey Alfonso XIII el 31 de mayo de 1906. Ahora, para enmarcar esta historia debemos movernos hasta aquel día en el que Madrid se vistió de gala acompañando el enlace matrimonial del monarca español con Victoria Eugenia de Battenberg, una joven que pertenecía a la familia real británica.
Según la prensa, antes de las ocho de la mañana ya era imposible moverse por las calles que debía recorrer la comitiva y todos los balcones estaban atestados de gente y adornados con banderas y colgaduras. En la Puerta de Sol se concentraron unas 15.000 personas, y en la plaza de Oriente y los alrededores del Ministerio de Marina las fuerzas de orden público y la Guardia Civil se esforzaban por contener a la multitud.
El trayecto fue cubierto por toda la guarnición cortesana y a las diez el laureado Regimiento de Infantería de Línea de Wad-Ras quedó formado en doble fila protegiendo las calles por donde tenían que pasar los contrayentes. Anesio Ruiz, que se encontraba haciendo el servicio militar, era uno de aquellos soldados y así se lo narró a Ricardo Luis Arias mientras daba caladas a su pipa: "Nosotros, los infantes, vestidos con el incómodo uniforme de gala, cubríamos a pie firme, calcinados por un sol abrasador, las dos líneas del extenso recorrido, mientras nuestros oficiales iban de un lado para otro dando órdenes y procurando que la formación fuera perfecta y vistosa".
Lo que ocurrió en aquella trágica jornada puede leerse en cualquier libro de historia, pero después de varias mañanas de hemeroteca, considero que la versión más fiable la ofreció 23 años más tarde el Heraldo de Madrid en un reportaje conmemorativo, cuando tanto la investigación, como las cifras de muertos y heridos llevaban tiempo cerradas.
Según este diario, la ceremonia se había iniciado con un repique de campanas anunciando la salida de las dos comitivas que llevaban por separado a los novios. El monarca partió desde Palacio Real en la carroza de la Corona precedido por un desfile de carruajes de lujo, que en su mayor parte habían sido construidos un siglo antes: tres berlinas de media gala, una de gala, un coche amaranto, cuatro coches de París, un coche de cifras, un coche de concha y otro coche de tableros dorados, todos ellos ocupados por los grandes de España y representantes de las monarquías europeas, acompañados por una vistosa escolta y sus correspondientes, maceros, timbaleros y trompetas, siempre a caballo.
A su vez, doña Victoria Eugenia salió del Ministerio de Marina en su carroza, acompañada a su izquierda por la reina doña María Cristina y enfrente por su madre, la princesa Beatriz. También iba protegida por fuerzas de la escolta real, cerrando la fila que formaban un coche con el presidente del Consejo de ministros y otros cuatro con sus familiares.
Ambos séquitos confluyeron en la iglesia de los Jerónimos y allí sin ninguna incidencia las bandas de los batallones de Llerena y de las Navas recibieron a los contrayentes y a sus invitados con la Marcha Real; a continuación se efectuaron los regios esponsales y tras la firma del acta matrimonial se inició el magno desfile nupcial.
¿Duró mucho la ceremonia? -le preguntó Ricardo Luis a Anesio-. Y este: "Para nosotros los soldados resultó interminable, ya que nos tiramos toda la mañana a pie firme y cuando nuestras energías estaban ya al borde del agotamiento, el cornetín de órdenes nos anunció al fin la llegada de los Reyes".
Pero entonces -cuando faltaban cinco minutos para las dos de la tarde- la carroza real pasaba frente a la casa número 88 de la calle Mayor y alguien desde un balcón del quinto piso lanzó un ramo de flores que ocultaba una bomba infernal. El estruendo fue espantoso, la confusión enorme; gritos, carreras, desmayos, atropellos y el suelo sembrado de hombres y caballos despedazados. Un humo denso cubrió el horizonte y al empezar a despejarse apareció la catástrofe.
Los reyes resultaron ilesos y solo el traje de la novia perdió su inmaculada blancura con salpicaduras de sangre. En la prensa leemos que el regimiento de Wad-Ras, diezmado por la metralla, permaneció en su puesto atento a la voz de "firmes" que momentos antes había lanzado su mando. Sin embargo, Anesio Ruiz lo vivió de otra forma: "Secundados por la policía y la Guardia Civil, cargamos sable en mano y acordonamos la casa, el terrorista consiguió huir valiéndose de la confusión originada en los primeros momentos".
En un primer instante se apuntó la cifra de once muertos y cincuenta heridos, algunos tan desfigurados que se hizo difícil su identificación; pero, en los días siguientes las portadas de los periódicos fueron añadiendo más víctimas. Aunque todavía siguen publicándose textos en los que figuran 23 o 28 muertos y un centenar de heridos, lo cierto es que, como suele suceder en estos casos, hubo víctimas que tardaron semanas en morir a consecuencia de la metralla, por lo que el balance más ajustado debe de ser el que ofreció el Heraldo de Madrid: 32 muertos y 108 heridos.
Entre los fallecidos estaba la marquesa de Tolosa, Teresa de Ulloa, una de las invitadas al enlace, y con ella muchos espectadores, un guardia municipal, un palafrenero y un soldado de la escolta real. Las bajas en el regimiento de Wad-Ras fueron el capitán José Rasilla Ceballos, los tenientes José Reinlein Gispert y Jacobo Prendergast, el cabo Guillermo Molina, el tambor Gregorio Sánchez Rodrigo y los soldados Florencio Guerrero e Isaac Romanillos, que en el momento de la explosión se encontraban presentando armas.
El autor material del atentado se llamaba Mateo Morral, un anarquista culto, que había recorrido Europa y conoció e incluso fue amigo de muchos personajes de la época, aunque relatar su vida requiere un espacio que no pertenece a estas historias. En efecto, el joven pudo huir herido en una mano y pasó la noche en la redacción del periódico republicano y anticlerical "El Motín" amparado por su director José Nakens, quien más tarde sería condenado a diez años de prisión por este encubrimiento.
Después, salió de Madrid y el día 2 de junio, sucio y todavía con un vendaje, fue reconocido por varias personas cuando comía cerca de la estación de Torrejón de Ardoz esperando para viajar hasta Barcelona. Los testigos avisaron a un guarda jurado que lo llevó detenido. Lo que pasó después sigue siendo un misterio, ya que los dos aparecieron muertos en el camino.
Se dijo que cuando llevaban algunos minutos de marcha, el anarquista mató al guarda con un tiro de su revolver y seguidamente se suicidó. Sin embargo, en el informe forense consta que el disparo que se apreciaba en el pecho no pudo ser hecho a corta distancia y el proyectil tampoco se correspondía con pistola Browning que se había disparado contra el guarda.
La figura de Mateo Morral -mártir para unos y demonio para otros- sigue alentando pasiones encontradas. En 1908 se levantó un monumento de buenas dimensiones en el lugar del atentado, que fue ejecutado por el escultor Aniceto Marinas, el mismo autor del busto del marqués de Comillas en nuestro Bustiello. Durante la guerra fue derribado e incluso se cambió el nombre de la calle Mayor por el del anarquista, pero desde 1963, vuelve a haber allí otra escultura en recuerdo de las víctimas de aquella jornada.
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