El gran socavón: así fueron los daños de la minería del mercurio en el Caudal
Hechos y daños de la minería del mercurio en Mieres, con enormes hundimientos que a punto estuvieron de tragarse las casas

La historia de esta semana vista por Alfonso Zapico / Alfonso Zapico
La historia de la minería del mercurio en Mieres es más antigua que la del carbón. Cuando en la década de 1840 se empezaron a profundizar las explotaciones en la zona de La Peña, los técnicos se encontraron con huellas del laboreo romano e incluso se recuperaron algunos martillos, cuya pista desgraciadamente ya se ha perdido. Después de redescubrir las posibilidades del cinabrio en el siglo XIX, La Fraternidad, El Porvenir, La Esperanza, La Unión, son algunos de los hermosos nombres que disimulaban el terrible mercadeo entre el dinero rápido que ofrecían los capitalistas y el dolor, la enfermedad y la muerte lenta que entregaban junto a su trabajo los mineros; hasta el punto de que la zona llegó a conocerse como "el valle de las viudas".
En 2014 tuve el honor de sentarme junto a Luís Felipe Capellín en la presentación en Gijón de "Morir en El Tarronal", un documental en el que se recogen testimonios de algunos testigos que vivieron este infierno. Les recomiendo que lo vean si quieren conocer algunos detalles sobre la vida cotidiana en este mundo cerrado donde abundaron las quimeras y el sufrimiento.
En una fecha tan temprana como 1847, el alcalde de Mieres , Rodrigo Vázquez Prada, ya tuvo que paralizar la construcción de un horno de cámaras para el azogue y ordenó suspender los trabajos de su destilación por las protestas de los vecinos que se veían afectados por los gases nocivos: dificultades respiratorias, envenenamiento de las tierras de cultivo, daños en las viviendas. Estas constantes acompañaron a la terrible enfermedad del hidrargirismo, comúnmente conocida como "baile de san Vito", cuyos efectos describió en 1850 Pascual Madoz en aquellos jóvenes de 20 a 30 años, a los que vio sin dientes, con un hedor insoportable en la boca y atacados por un temblor que les impedía sujetar una cuchara para comer.
Cien años más tarde, después de muchos altibajos en la producción, las compañías Astur Belga de Minas y Minas de la Soterraña vivieron una buena época en la que aumentó la demanda del mineral, lo que hizo que intensificasen su producción pasando por alto las mínimas normas de seguridad que siempre se habían mantenido. El 20 de abril de 1958, esta imprudencia tuvo sus consecuencias en un suceso que ha permanecido casi en el olvido. Así lo contó LA NUEVA ESPAÑA dos días más tarde:
"Hacia las tres de la madrugada del domingo, los vecinos de El Llano, o Despeñaperros, en el barrio de La Peña de esta villa de Mieres, despertaron por un extraño ruido que les alarmó. En seguida comprobaron que se trataba de un grandísimo hundimiento que ponía en peligro sus modestas viviendas, que quedaron al borde del enorme embudo. Varios vecinos de este barrio se acercaron a nosotros para que fuésemos a comprobar la dimensión de este desprendimiento de tierra. En efecto, un descomunal foso se abre como un enorme cráter que tiene unos 2.400 metros cuadrados y una hondura de unos 20 metros. Las humildísimas viviendas que allí existen diseminadas quedaron a pocos metros de borde del foso y milagrosamente se salvaron de ser tragadas por la mina".
El periodista no se equivocaba: una vez medida, la distancia perimetral del gran socavón era de 50 x 40 metros; la boca del embudo se ajustaba a lo apuntado por el periodista y su profundidad media estaba nada menos que entre los 20 y los 25 metros.
En el libro "La minería del mercurio en Asturias" publicado en 2006 por Carlos Luque Cabal y Manuel Gutiérrez Claverol, se describe otro hundimiento ocurrido en la noche del 2 de octubre de 1969, de nuevo en la zona de El Llano: "El socavón presentaba una morfología de cono invertido, con unos 8 metros de diámetro y 10 metros de profundidad y dejaba al descubierto galerías antiguas, existiendo en su parte inferior una explotación antiquísima realizada por huecos y pilares". Los autores también se refieren más adelante al ocurrido en 1958 como "otra subsidencia de menor envergadura que afectó únicamente al terreno más superficial".
Aunque afortunadamente en ninguna de las dos ocasiones hubo desgracias personales, creo que por sus dimensiones y profundidad, la importancia del socavón de 1958 fue más grande. En la portada del semanario "Comarca" de aquel 26 de abril puede verse una instantánea del recordado fotógrafo Paco con el enorme derrumbe, que pone los pelos de punta.
En el relato de los hechos, esta publicación mierense narró cómo los técnicos municipales y varios concejales dirigidos por alcalde Rafael Almazán Pons –recién estrenado en su cargo–, llegaron hasta el lugar ordenando el desalojo de las humildes casas que habían quedado colgadas y con huellas de cuarteamiento, antes de decidir el alojamiento provisional de sus habitantes en los locales de lo que entonces se llamaba Casa España.
Los vecinos atribuyeron este tragante a que se había aprovechado el mineral de las partes que habían guardado los antiguos sin explotar a guisa de soporte, dejando completamente en vano las gigantescas bóvedas, por lo que temían que tanto la carretera como las viviendas del barrio La Peña estaban corriendo el mismo riesgo.
"Mire usted –alegaba uno de los damnificados– antes existían unas columnas de la misma roca que respetaban los antiguos para que sirvieran de sostén. Ahora esos grandes soportes se explotaron para aprovechar el material y quedan unas bóvedas enormes que habrán de irse cayendo irremediablemente. No es la primera desgracia que ocasiona".
En el mismo número de "Comarca", un colaborador llamado Jesús Rodríguez apuntaba en una reflexión personal que los vecinos de El Tarronal, la Güeria de San Tirso y La Peña llevaban once años protestando por las emanaciones de gases nocivos, tanto por las chimeneas, como por las compuertas de los hornos de la fábrica de mercurio y también por el polvo provocado por el descargue del mineral quemado en la escombrera sita a menos de cien metros de las casas.
En ese tiempo se habían perdido cosechas, árboles y salud: "Son otros tantos años de promesas que vuelan al compás de los deseos de los empresarios -decía-, lo único que deseamos es que se nos abonen los daños y perjuicios de los años pasados y que se agote el mineral para no sufrir más en el futuro (…) Uno piensa si sería oportuno y provechoso abandonar las casas y las fincas e ir a pedir al nuevo señor alcalde las viviendas que suponemos tendrá dispuestas para tales fines. Y es que, amigos, las rentas y las contribuciones se nos cobran lo mismo que a los demás".
En octubre de 1959 los vecinos de El Ruciu, Alperi, La Rampla, El Llano y Las casas de Arsenio volvieron a quejarse a la autoridad municipal de que por la noche se oían las explosiones subterráneas y en algún caso llegaban a notarse temblores en sus viviendas. Entonces las dos empresas -Astur Belga y Soterraña- indemnizaron a partes iguales a los damnificados. Al mismo tiempo, se estableció una hora fija para que las detonaciones no causasen alarma, se obligó a respetar el grosor de los pilares que sustentaban las cámaras dejando una distancia menor a 5 metros entre ellos y a realizar las labores de arranque al menos cincuenta metros por debajo de la superficie.
Sin embargo, los disparos nocturnos volvieron a repetirse poco después con las consiguientes denuncias de los afectados, mientras cada compañía minera culpaba a la otra de estos hechos, ya que en todo este tiempo fue una constante que ambas incumpliesen sus normas continuando sus trabajos en la zona hundida y luego pagasen los daños de manera proporcional.
Yendo de nuevo al libro "La minería del mercurio en Asturias", Carlos Luque Cabal y Manuel Gutiérrez Claverol recogen dos reclamaciones vecinales de noviembre de 1971, una dirigida al ingeniero jefe de la Delegación de Industria y otra al Ayuntamiento, que señalaban los problemas de siempre: ruido de las explosiones, vibraciones y grietas en las viviendas.
Es interesante leer en la primera una relación de los hundimientos de los que se guardaba memoria: un socavón de unos setenta metros de diámetro, que motivó el desalojo de dos viviendas; otro en El Llano de unos diez metros de diámetro, causa del abandono de cinco viviendas; el de La Carba, muy extenso con el desalojo de cinco viviendas; el de El Ruciu, con sesenta metros de diámetro, afectando a otras cinco casas y el de La Frecha, con unos veinte metros y una vivienda desalojada. El primero era sin duda el de 1958.
En esta ocasión, el alcalde transmitió las quejas al gobernador civil pidiendo una inspección, explicándole en un párrafo la opinión general: "La causa más inmediata de todo ellos es, al parecer, la excesiva extracción de roca mineral, hasta el punto de llegar a extraer las columnas o parte de la roca dejada como sostén de la bóveda".
Ya estamos en otro tiempo, pero desgraciadamente acabamos de ver cómo algunos empresarios mineros aún siguen anteponiendo sus ganancias a cualquier otra consideración.
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