El peor momento para un accidente

Una explosión en la caldera de la casa de aseo del pozo Barredo mató a cuatro trabajadores en 1962, con el conflicto de "la Huelgona" aún vivo

El peor momento para un accidente

El peor momento para un accidente

Ernesto Burgos

Ernesto Burgos

Como ustedes saben, 1962 fue el año de "la Huelgona", que ha pasado a la historia como uno de los hitos del movimiento obrero asturiano. El gran paro, que llegó a afectar en Asturias a 65.000 obreros entre mineros y trabajadores de diferentes industrias, se inició a principios del mes de abril para cerrarse en falso dos meses después con la incorporación gradual de los huelguistas. El Gobierno había accedido a muchas de las peticiones, pero la represión fue enorme, con despidos y deportaciones, dejando la puerta abierta a nuevas movilizaciones.

Como era de esperar, la cosa volvió a torcerse después del verano. El miércoles 15 de agosto la chispa saltó otra vez en las minas de Fábrica de Mieres, y se mantuvo con intermitencias las semanas siguientes, extendiéndose hasta el Nalón.

En la semana que se inició el lunes el 27 de agosto varios pozos estaban precintados por las autoridades y la situación seguía marcada por la confusión ya que, mientras en el Caudal se estaba volviendo poco a poco al trabajo en los que estaban abiertos, en el Nalón seguía aumentando el número de huelguistas, que el martes ya pasaban de 20.000. Y con este escenario de fondo, el jueves 30 una inesperada tragedia sacudió la villa de Mieres: a las once y media de la mañana, una tremenda explosión en la caldera instalada en la casa de aseo para el servicio de agua a las duchas del pozo Barredo alcanzó a cuatro trabajadores que fueron trasladados al hospital de Fábrica; uno ya llegó muerto y, los otros fallecieron allí.

El ingeniero técnico Mario García Antuña, que nos dejó en febrero de 2019, dedicó varios años a recopilar informaciones e investigar sobre todos los siniestros que causaron cuatro o más muertes en nuestras explotaciones antes de publicar su libro "Catástrofes mineras asturianas". Según su versión, el vigilante del cuarto de aseo, Vicente González Álvarez, quien llevaba en ese puesto dos años, había avisado el día anterior, miércoles 29, al encargado del taller mecánico de que no había agua en el servicio de duchas porque la llave de paso colocada inmediatamente a la salida del depósito de alimentación estaba cerrada. La incidencia se le comunicó al vigilante de la caldera que lo solucionó sin más. Sin embargo, la mañana siguiente se produjo la explosión.

Los fallecidos fueron Santiago Pérez Romero, vagonero, de 47 años, natural de Bailén, en Jaén, vecino de La Reguerona y soltero; Luis Fernández Hidalgo, picador de 1ª, de 30 años, natural de Mieres y vecino de la Costona, casado y con dos hijos; Alejandro Isaías Sánchez Blanco, también vagonero, de 31 años, natural de Argañán, cerca de Ciudad Rodrigo, en Salamanca y vecino de El Pedroso, casado y sin hijos y Juan García Díaz, encargado de la caldera, 39 años, casado y con un hijo, natural y vecino de Paxío.

Lo cierto, es que el único que conocía bien las características de la caldera era Juan García, cuyo puesto fijo estaba en el mantenimiento de esta instalación, al contrario que los otros tres, quienes como acabamos de ver, pertenecían a la plantilla de interior, pero estaban allí porque habían tenido accidentes leves de los que se recuperaban realizando temporalmente labores de limpieza en la casa de aseo, que era uno de los llamados puntos compatibles, destinados a este fin.

A la hora en que se produjo la deflagración, el relevo trabajaba con normalidad en el pozo y en la sala solo se encontraban ellos sin que hubiesen observado nada raro, ya que poco antes, dos trabajadores que estaban de baja habían pasado por allí para ducharse –un hecho que no era raro en aquella época de necesidades–, pero cuando estos se fueron, notaron que el agua volvía a salir con dificultad hasta agotarse. Para saber lo que ocurrió entonces, recurrimos a la versión oficial que recogió Mario García Antuña en su libro:

"La caldera causante del accidente se destinaba a calentar el agua para las duchas y por lo tanto no contenía vapor a presión. Como el accidente ocurrió después de haberse duchado un operario, el ingeniero actuario considera que el siniestro se produjo "al faltar el agua en la alimentación de la caldera". Esta falta de agua se pudo originar al hallarse cerrada una de las llaves del circuito de alimentación del agua fría, proveniente del depósito habilitado al efecto. Al darse cuenta el personal de la falta de agua, se dio paso al agua fría originándose un desprendimiento de vapor instantáneo y una gran presión interior que, actuando sobre el fondo de la caldera, cuya resistencia estaba muy rebajada por el calentamiento a que estuvo sometida sin agua, produjo la explosión causante del accidente".

Detonación brutal

A pesar de que el pozo Barredo está emplazado en el barrio de Bazuelo, en uno de los extremos de Mieres, la detonación fue tan brutal que pudo escucharse en todas las calles de la población, ocasionando una gran alarma. La catástrofe pudo haber sido mayor, ya que la pared más cercana a la carretera reventó y los escombros volaron obstruyendo la calzada, aunque sin golpear a ningún automóvil; también el cadáver de una de las víctimas salió despedido hasta allí y quedó sobre el terreno dibujando una escena dantesca.

Además, a continuación, se produjo un espectacular incendio que requirió la intervención de los bomberos de empresa y los servicios municipales. El ruido de la propia explosión, las sirenas de los vehículos de socorro y la humareda eran señal de algo grave, de modo que muchos vecinos se trasladaron a hasta allí, sumándose a los numerosos mineros que ya se encontraban en la plaza del pozo, a la policía y la guardia civil, mientras los técnicos empezaban a acercarse al lugar del accidente.

El viernes 31 fueron enterrados los cuatro mineros tras una ceremonia presidida por el gobernador civil, Marcos Peña Royo, con la asistencia de los delegados provinciales de Trabajo y Sindicatos, el alcalde de Mieres y otros miembros de la Corporación, que acompañaron a ñus familiares, arropados en todos los casos por centenares de asistentes. Juan García Díaz y Alejandro Isaías Sánchez fueron enterrados en el cementerio de Valdecuna; Santiago Pérez Romero en el cementerio de Mieres, y Luis Fernández Hidalgo en el de Siana.

El semanario "Comarca", que salió a la calle al día siguiente de los entierros, informó así a los mierenses: "La explosión fue imponente y arrojó gran cantidad de escombro a la carretera, lanzando igualmente el primer cadáver a distancia. Enseguida se dieron cuenta en las cercanías que estaba localizado el ruido en Barredo, acudiendo al poco rato los servicios de salvamento y de incendios de la empresa y del municipio, así como autoridades y jerarquías locales; transportando los heridos al sanatorio de Fábrica. La caldera era de la sala de aseo situada en la misma plazoleta del pozo".

Los diarios repitieron esta información, visada por la censura, sin aportar otros datos y con el único comentario de lamentar el suceso y acompañar en el sentimiento a las familias afectadas. Una vez concluido el expediente que, a falta de testigos vivos, incluyó los testimonios de varias personas relacionadas de una u otra manera con los hechos, se determinó que el accidente "ha sido originado por una maniobra involuntaria, sin tener conocimiento de las consecuencias de la falsa maniobra", por lo que no se exigió ninguna responsabilidad.

La investigación de Mario García Antuña es impecable, pero no acierta al afirmar que aquel día ya había terminado la conflictividad y después de concluir las vacaciones "recuperada la paz social" los trabajos se estaban efectuando con total normalidad. El error seguramente viene porque tanto los informes mineros como la prensa evitaron en aquel momento hacer referencia al paro. En el primer caso porque esta circunstancia no afectaba directamente a la explosión de la caldera, y en el segundo por imperativo político.

Sin embargo, el mismo día en que tuvieron lugar los sepelios de los cuatro infortunados, la mitad de la plantilla del pozo San José no acudió a su puesto y tanto Nicolasa como 19 centros extractivos permanecían clausurados. Al mismo tiempo, un centenar de mineros seguían castigados fuera de Asturias y, según el historiador Ramón García Piñeiro, quien también ha estudiado a fondo las huelgas de 1962, aquel viernes, algunos despedidos del valle de Turón promovieron sin éxito la formación de una comisión para que gestionara ante las autoridades su readmisión.

Piñeiro ha escrito que entre el 5 y el 6 de septiembre se completó la normalización de la actividad en el Nalón, con excepción de los pozos Venturo y Regueral, que fueron desprecintados el día 10; un día antes se había reabierto Nicolasa. La relación de confinados se fijó definitivamente en 126, por debajo de los 150 inicialmente previstos y el número de mineros despedidos también se rebajó de 198 a 151. La relevancia de este conflicto dejó en un segundo plano a los cuatro muertos de Barredo.

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