Despoblados

Ricardo V. Montoto

Ricardo V. Montoto

Una visita a unos cuantos pueblos castellanos sirve para apreciar la dimensión real de eso que llaman la España vaciada. Localidades, una tras otra, mayores y menores, que parecen haber sido arrasadas por un tornado. Paseas por sus zonas céntricas con sensación de soledad, en una atmósfera silenciosa en la que las nobles edificaciones que enmarcan las plazas principales se mantienen dificultosamente en pie, solas y abandonadas. Asusta recorrer las calles que parten del ayuntamiento o de la iglesia, que permanece cerrada a cal y canto y ser testigo de la desaparición de todos los negocios, la muerte de las pequeñas economías con las que antaño se mantenían las familias, se enviaba a los hijos a estudiar, se compraban los muebles, el coche y hasta se costeaban unas vacaciones de vez en cuando. Hoy los escaparates están descoloridos por el sol y el polvo acumulado tras años de inactividad. Calles enteras, del primer al último número, situadas en lugares que fueron principales, en las que hoy no sobrevive ninguna actividad.

Me doy la vuelta buscando algún indicio de vida y veo pasar un furgón de reparto. El mundo cambió, pero dudo de que haya sido para bien. Caminamos por la calle Mayor y lo poco que escuchamos suena a árabe, alguna lengua eslava y español con acento caribeño. Son ellos los que mantienen la presencia humana en los pueblos. Los originarios murieron o se estabularon en alguna ciudad. Y sólo volverán para las fiestas.

Afirmaba José Mujica, y también mi madre, que no comprendía esta vida moderna, envuelta en los vapores de la inteligencia artificial, la realidad virtual, las falsas verdades, el dinero ficticio o el infinito desarrollo tecnológico aplicado al mantenimiento de la población en la ignorancia. Yo tampoco entiendo cómo, siendo numéricamente más, los habitantes de España nos apiñamos en unas cuantas ciudades habiendo abandonado la mayor parte del territorio, donde crece lo que necesitamos para alimentarnos, donde aún es posible respirar aire limpio y dormir sin ruidos. El lugar al que cada día me apetece más volver.

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