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Opinión | De lo nuestro / Historias heterodoxas

Por el amor de una asturiana

La obra de Fidel Fidalgo, un posible pseudónimo para evitar las críticas

La cubierta del libro, vista por Alfonso Zapico

La cubierta del libro, vista por Alfonso Zapico / Alfonso Zapico

Es difícil comentar un libro cuando se desconocen la biografía de su autor y las circunstancias en que fue escrito; pero, aun así, creo que merece la pena dedicarle una de estas páginas al titulado «Por el amor de una asturiana», porque no son muy abundantes las novelas que hacen referencia al ambiente prerrevolucionario de nuestra Montaña Central, aunque en este caso su argumento principal se basa en una pasión romántica.

He conocido este texto gracias a la generosidad de mi amigo el ponferradino David Martínez Vallejo, y ahora voy a reseñarlo brevemente por si algún interesado quiere seguir esta pista, aunque ya les aviso que solo se encuentra en bibliotecas especializadas.

Lo firmó Fidel Fidalgo, sobre quien no encuentro ninguna información, lo que me hace pensar que su autor empleó un pseudónimo para evitar las críticas que iba a provocar con su visión frívola del personaje principal entre quienes propugnaban en aquel momento la acción directa para cambiar la sociedad.

Inicio

La narración comienza en el café Oriental de Gijón donde el protagonista, Ernesto Villaverde, se reúne con otros correligionarios, Julio Domínguez, Salvador y Miguelillo, para preparar una gran huelga en La Felguera donde la industria metalúrgica sufre la crisis que siguió a la Gran Guerra, sin poder colocar en el mercado toneladas de materiales ya trabajados, lo que trae entre otras consecuencias la reducción de la jornada laboral y la consiguiente baja en los salarios de los obreros:

«Más de dos mil familias iban a quedar en completo desamparo, a sufrir las terribles consecuencias de una huelga que a pasos agigantados iba a caer sobre ellos como una tromba colosal sin diques que la pudiera contener».

Ernesto es un hombre consagrado por completo a sus ideas, capaz de dormir cuatro horas antes de iniciar una gran batalla, que ya se ha jugado la vida innumerables veces, aunque solo muestra la cicatriz de un balazo en el brazo izquierdo, producto de un tiroteo con la fuerza pública en un pueblo sevillano. Sin embargo, tiene un alma muy sensible y un carácter cautivador y simpático que le hace ser apreciado por todo el mundo. Casi treinta años, alto, con proporciones de atleta, ojos acerados y firmes, tez morena, cabello ondulado, perfectamente afeitado, salvo un pequeño bigote que aviva más la expresión de su rostro, andar resuelto, con movimientos firmes y decididos y vestido de manera impecable.

Hasta aquí, salvo por el detalle del bigote, la descripción física del personaje parece claramente inspirada en la figura de Buenaventura Durruti, a quien, como se puede ver en las fotografías de época, le gustaba intervenir en los mítines con traje, corbata e incluso pajarita.

Dandi

A Fidel Fidalgo le convino exagerar estas características y convirtió a Ernesto Villaverde en un dandi: «Siempre se hospedaba en los hoteles de más lujo y confort. Disponía de un magnífico Rolls y frecuentaba las fiestas y los banquetes mundanos de gran gala». La razón era que así ocultaba su verdadera personalidad haciéndose pasar por un inteligente arqueólogo que recorría España para hacer una historia de sus monumentos.

Esta segunda parte del retrato parece bastante mal hilvanada, porque a nadie que quisiese pasar desapercibido en La Felguera o en el Gijón de los años 30, se le podía ocurrir pasearse en un Rolls por sus calles. Aunque, como suele decirse, son exigencias del guion; ya que de otra manera el escritor iba a tener muy difícil enmarcar el encuentro con la dama de la que se enamora el revolucionario.

Se trata de Victorina, nacida en Gijón, pero que pasa temporadas en la villa del Nalón porque su padre es Norberto Reyes, «un fuerte accionista de las fábricas metalúrgicas de Duro-Felguera». La joven es el amor eterno de Miguelillo, a quien Ernesto no duda en traicionar cuando conoce a la bella en el teatro Pilar Duro viendo una compañía de revistas. Había ido con su amigo para inspeccionar el ambiente antes de declarar la huelga y allí se produce el flechazo: a los veinte días de haberse cruzado fugazmente, esta le entrega su amor en una fiesta del Club Astur de Regatas, bajo el cielo de la noche otoñal.

La cubierta del libro, vista por Alfonso Zapico

La cubierta del libro, vista por Alfonso Zapico / Alfonso Zapico

Y aquí surgen las contradicciones del revolucionario que quiere averiguar si el padre de su amada ha hecho su enorme fortuna con la sangre del proletariado, o si la debe a su propio esfuerzo. Y encuentra que ha sido así, superando su origen muy humilde con un trabajo constante: la riqueza de Norberto Reyes se debe a que ha sabido aprovechar la época de vacas gordas del carbón asturiano con dos minas, una en Langreo y la otra en Mieres, y también a una inversión afortunada en acciones de Duro-Felguera.

Ernesto Villaverde cada vez se ve más atraído por el mundo capitalista «Él, que había ensangrentado el suelo de Andalucía con sus movimientos revolucionarios, con sus bombas destructoras, que ponía a las masas unas frente a otras para que se devorasen; él, que iba por doquier descargando el látigo rojo sobre los capitales y las pingües ganancias, prendado ahora de la hija de un poderoso hacendista y ciego en su ambición de gloria y fortuna daba a al traste con sus ideales…».

Para Victorina, que desconoce los movimientos de su pretendiente, tampoco existe hombre más perfecto ni más distinguido: «Qué lejos estaba de imaginar que aquel hombre correctísimo y pulcro, que quería lo que ella quería y pensaba lo que ella pensaba fuera el eje principal de las perturbaciones que empezaban a sentirse en toda la provincia».

Pero los camaradas de Ernesto empiezan a darse cuenta de sus dudas y lo presionan hasta que él para callarlos decide pasar a la acción y preparar algunos sabotajes, aunque siempre encuentra excusas para no intervenir directamente y manda a los demás que afronten todos los peligros.

Entre tanto, la huelga se prolonga. Primero se había calculado que duraría unos ochos días; después, que los trabajos se reanudarían antes de que se enfriasen las baterías y los hornos, pero ya se llega a las veinte jornadas de paro y La Felguera parece dormida en un hondo letargo. Entonces, Ernesto ordena un atentado con explosivos contra un autobús en la carretera que sale desde los barrios del Natahoyo y de La Calzada hasta el Musel de Gijón y limita su actuación a dar la señal sobre el terreno a sus compañeros para volver enseguida a divertirse en otra fiesta del Club de Regatas.

Conclusión

Desde este momento, el autor precipita los acontecimientos: Miguelillo se presenta en el baile para anunciarle en secreto que todo ha salido mal y, tras un tiroteo, hay un activista detenido y otro herido, oculto tras un parapeto, al que hay que ir a rescatar. Ernesto Villaverde en principio intenta disimular y no asumir el riesgo; pero, forzado por la insistencia de su amigo no tiene más remedio que dejar a Victorina en su casa y dirigirse a una muerte segura. Como era previsible, en la carretera del puerto los espera la Guardia Civil. Intentan huir acelerando el coche y son perseguidos por dos números que van disparando desde una motocicleta hasta que logran alcanzarlos:

«Miguelillo se encontró sin saber cómo a cuatro metros del automóvil, disparado por una de las ventanas laterales, con el rostro bañado en sangre, que manaba en abundancia de una herida profunda en la frente. Ernesto Villaverde, herido de muerte por una bala que le atravesó el pecho había abandonado el volante y el coche se fue a estrellar sobre uno de los corpulentos chopos que bordeaban el camino».

El último y breve capítulo se dedica a la reacción de la bella enamorada tras descubrir que su pacífico y elegantísimo amado es en realidad un terrorista. El punto final lo pone una escena típica de novela rosa, en la que ella llora mirando al mar.

Fidel Fidalgo concluyó «Por el amor de una asturiana» en La Felguera en setiembre de 1933 y el libro se imprimió en 1934 en la imprenta propiedad de Alfredo García de La Torre con una bonita portada en la que se ve el rostro de una joven sobre un paisaje industrial. Desconozco si la intención del autor era ir un poco más allá del melodrama para criticar los preparativos prerrevolucionarios que ya eran evidentes en La Felguera, pero si fue así, está claro que no lo consiguió.

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