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Desde mi Mieres del Camino

Punto negro de la ruta de la muerte

Los accidentes en el cruce de la Perra y las protestas para acabar con ellos

Hay lugares, escenarios determinados, medios concebidos en su día, que pudieron haberse quedado simplemente en la autenticidad de un servicio prestado y pare usted de contar. Otros sobrepasaron ese listón para bien y alguno lo hizo para mal. Todo tiene su historia y el puente de la Perra, vía obligada en su día para acceder a la margen izquierda del río Caudal, llegó a convertirse en el "punto negrísimo" de un tramo de carretera que también fue bautizado como la "ruta de la muerte" entre Oviedo, capital del Principado, y Mieres, capital de esta comarca minera. Y como los relatos tienen un principio y un final, vayamos con la correlación temporal de los hechos.

Debió de ser por 1874 cuando se construyó el primer puente de La Perra, en esta acción inicial a base de madera para el paso de vehículos de tracción animal y el propio andar de los humanos. Había que darle movimiento socioeconómico y habitable a esa característica zona de la villa, donde hoy se asientan pueblos de larga trayectoria histórica. Sin embargo fue treinta y cuatro años más tarde cuando se reforzó la pasarela a base de hormigón. Lo malo es que llegaron las lluvias allá por 1926 y una crecida del Caudal rompió con todas las amarras arrastrando el puente, que hubo de ser nuevamente reconstruido y bien asegurado siete años más tarde con mayor carga y consistencia. Y así hasta el momento actual.

El año 1968 tuvo una influencia decisiva en la historia de este bautizado "puente de La Perra" que, según la leyenda, su denominación le viene de cuando, por lo visto, era obligado, para los carruajes, el abono de diez céntimos de peseta por atravesarlo, dato este que no ha sido posible confirmar pero que lleva mucha carga a favor de la autenticidad.

Precisamente en esa década anual de los sesenta es cuando entra en escena el verdadero motivo de este reportaje. Y es que se pone en circulación el nuevo tramo de carretera general, la N-630, entre Oviedo y Mieres, atravesando los concejos de la propia capital asturiana, Ribera de Arriba, Morcín y Mieres, casi todo el recorrido en clave de valle, a la contra del discurrir del río Caudal que en Soto de Ribera une sus aguas al Nalón. Hasta aquel entonces la única vía de unión entre ambos extremos, por carretera, se veía obligada a salvar, con fuertes ascensos y descensos, los macizos de El Padrún y Manzaneda, lo que suponía, aproximadamente, una duración de viaje cercana a la hora, sobre todo teniendo en cuenta el retraso que imponía el famoso paso a nivel de Renfe en Olloniego. A partir de la puesta en escena del nuevo tramo, el tiempo de viaje se redujo a unos veinte minutos. Y es que, aparte de las dificultades orográficas y las distancias, aquí ocurrió un hecho trascendental que tuvo consecuencias gravísimas y que merece un punto y aparte.

Dado que los vehículos a motor por El Padrún y Manzaneda no podían desarrollar grandes velocidades teniendo en cuenta la dificultad del trayecto, una vez inaugurado el nuevo tramo los conductores dejaron correr una especie de sentimiento de "franca libertad" pisando el acelerador que, a tono con ello, provocó uno de los resultados más espectaculares. Fue la frecuencia de accidentes de tráfico y por añadidura balances trágicos, lo que le valió, a la distancia aproximada de veinte kilómetros, el sobrenombre de "la ruta de la muerte". Y como punto álgido de la cuestión el puente de La Perra, donde su condición de cruce de vías, una general y sin limitación de velocidad específica, salvo la propia de toda la carretera -los cien kilómetros por hora-, hizo acto de presencia el constante peligro de choque de vehículos, la mayoría de consecuencias irremediables.

Aunque los accidentes se contaron por decenas a lo largo de la vía, dos hechos verídicos vienen a certificar esta conclusión. Por el respeto que merecen sus infortunados protagonistas, se guarda el oportuno silencio sobre la identidad, pero sin que ello suponga faltar a la verdad de los hechos. El más grave lo padeció una pareja de novios que acudieron a celebrar el acto religioso a la iglesia de Seana y que al retorno sufrieron un terrible accidente falleciendo ambos. El segundo un conocido y apreciado mierense que se disponía a cruzar la vía siendo embestido por otro vehículo que lo desplazó y despeñó hasta el río Caudal, cuyas aguas bajaban bastante crecidas, siendo arrastrado y localizado su cadáver, muchos días después, tras una tensa y doloroso espera, cerca de Fuso de la Reina.

Toda esta situación puso en pie de guerra a la masa social de Mieres, encabezada por las autoridades encargadas, en un principio, de demandar soluciones al ministerio correspondiente, el de Obras Públicas y Urbanismo, puesto que por aquel entonces todo dependía de Madrid. De momento no hubo respuestas satisfactorias y la situación continuó arrojando unos resultados negativos. Ello movió los hilos para una protesta unánime que se tradujo en la manifestación multitudinaria que planteó, enérgicamente, las medidas adecuadas y cuyo reflejo gráfico acompaña este texto. En la fotografía se puede observar, al frente de la demanda ciudadana, a los máximos dirigentes políticos y sindicales, entre ellos el alcalde Álvarez-Buylla, Gerardo Iglesias (PCA), Maximino Vicente (PSOE), Miguel R. Muñoz (MCA), Padilla (UGT), Pedro Álvarez (CC OO), Berto Barreo (PCA), Mario Martínez, presidente de la Unión de Comerciantes del Caudal, y Zapico, que más tarde sería consejero del Principado de Asturias, junto con dirigentes vecinales y otras representaciones.

Por fin y tras la construcción de lo que hoy se denomina Puente de Seana, en 1992, ya con la autopista A-66 en plena circulación, el puente de La Perra pasó a ser paso peatonal, previo un pequeño túnel subterráneo, y decorativo en el escenario mierense, presentando actualmente algunas deficiencias por falta del necesario mantenimiento. Pero su historia ha quedado grabada con fuego en el corazón de muchos mierenses.

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