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Desde mi Mieres del Camino

Fiestas del Carmen, un recuerdo casi histórico

La celebración del barrio de La Villa compitió durante años con los festejos de San Xuan

Se acerca el tiempo de fiestas, con la visión plena puesta en las tradicionales del patrono de Mieres, San Xuan, ahí, a la vuelta de la esquina y con un programa que promete. La concejalía de Festejos del Ayuntamiento asumió, ya hace cierto tiempo, esta organización, junto con la Folixa na Primavera, romería de los Mártires en Insierto del Valle de Cuna y Cenera, la cabalgata de Reyes por las Navidades, y alguna cosilla más, por lo que cabe considerar que el espectro anual está más que cubierto. Sin embargo? la historia está ahí para contarnos la realidad de otros tiempos.

¿Se figuran ustedes un cartel con el álbum anunciador de las "Grandes fiestas de San Juan Bautista y Nuestra Señora del Carmen", y que comiencen el veintitrés de junio hasta el diecisiete de julio, es decir, cosa de veintitantas fechas con el consabido trasiego diario de actos festivos, según reza en el folleto editado expresamente por Manuel Bárdena Sordo, en el que se podrían incluir también, en do menor, las patronales de San Pedro en Oñón? Pues tal suceso ocurrió allá por el año 1927, es decir, hace noventa periodos anuales y dentro de diez cumplirá el centenario de tal efemérides. Tampoco le sonará mucho eso de que, al menos hasta 1969, las fiestas del barrio de La Villa, con la Virgen del Carmen al frente, llevaban, como añadido insólito el título de "Fiestas de Nuestra Señora del Carmen y Exaltación del Trabajo". Uno no sabe si era una titularidad normal, habitual o respondía a otras razones.

Lo cierto es que La Virgen del Carmen en el barrio de La Villa llegó a tener tal magnitud y popularidad que, en ocasiones, superó a las patronales de Mieres, e incluso hay quién asegura, categóricamente por su condición de bien documentado, que alcanzó la categoría de "copatrona" de Mieres, al mismo nivel que San Juan, por supuesto. Y de ello va nuestra reflexión periodística de hoy acompañando los recuerdos de una mierense que tuvo y retuvo relaciones directas con el acontecimiento. Se trata de Elena Estébanez García, hoy vecina del barrio de Santa Marina, pero con una densa huella en el de La Villa, en sus treinta años de vecina e industrial de panadería.

Como todo hijo de vecino las Fiestas de El Carmen en el barrio de La Villa -a tiempo estamos de decir que este núcleo histórico es el embrión de lo que más tarde sería capital del concejo- tenían su parte religiosa y lúdica. En ambos capítulos, según palabras de Elena, sobresalían lo que habrían de considerarse actos tradicionales como la novena y las procesiones en el primero de los capítulos; la danza prima, la puya del ramu, más los concursos de entibadores y de albañilería, en el segundo.

De auténtico sabor se envolvía, unas fechas anteriores al programa oficial, el desarrollo del llamado "baile del farolillo" que, en un buen puñado de ediciones tenía como marco la magnífica Pista de Sampil, el llamado "Parque de Atracciones" que ubicaba su sede en la hoy denominada calle La Vega, de aquella Conde de Guadalhorce, y que desemboca en la plaza de Pepa La Lechera, magnífica entrada al medio restaurado barrio origen de Mieres. Tal día como un sábado anterior al comienzo de los festejos, en la amplia cancha de baile, tanto en el exterior si hacía buen tiempo, como en el interior en caso de lluvia, la parejas se movían al ritmo del pasodoble, bolero o similares, casi siempre bajo los acordes de la Orquesta "Royal" con su vocalista Cuqui. Era de obligado cumplimiento llevar un farolillo encendido y al final se repartían premios y otros obsequios. Era el esperado comienzo de las patronales de El Carmen que, en pleno mes de julio, animaban el cotarro por el entorno de la comarca del Caudal. Todo ello adobado con la llegada de muchos visitantes, porque, sea también mencionado el hecho de que, en aquella, años cincuenta y sesenta, todavía las modestas economías de la mayoría, no permitían la cita veraniega a base de vacaciones en otros puntos de la geografía española o en las costas del Cantábrico y menos con aires extranjeros.

El esplendor de las fiestas del Carmen, como se suele decir, traía cola, o mejor venía de lejos. Así lo testifica algún álbum de ellas que dejaron testimonio imperecedero de la realidad de los hechos, con las colaboraciones, en forma de escritos y dibujos de personajes del Mieres de entonces, preparados y amigos de colaborar en este acontecimiento. En esa línea y a través de los tiempos se puede citar a Ramón Prieto, Justo Vigil, Víctor M. Trelles, el propio e insigne vate Teodoro Cuesta, Manuel G. Peláez, Silvio Itálico, Alfredo Alonso, Vivente Vicente y Sánchez, Joaquín A. Robles, Marcos de Torniello, Benjamín, Antolín Cavada, Benjamín Lope, Constantino Suárez, Francisco Caramés, J. Pérez Yáñez, Lumen, Roque de Lara, Casimiro Cienfuegos, Vicente Fraile y alguno más que pudiera escaparse.

Más recientemente está la firma del que había sido presidente de la Cofradía Luis Noriega, y a su lado el poeta Luis Aurelio, Avemar, Pérez Feito, Mario Maca, Pedro Martínez, Ubaldo Betanzos, J. M. Pellanes, Tano, B. Castillo, Rosendo Abad, A. Llaneza, Alfredo Noval, Laudelino Trapiello, Máximo Suárez, E. García, Jaime Huelga, G. Alonso, Elena García y Florentino Ardura. En fin, lo más florido en esta la que podrían considerarse última etapa de brillantez de los populares festejos.

Claro que hubo una fase final con todo el sabor y esplendor del mundo que lideró un mierense de pura cepa, recordado por estos lares, Ignacio Rodríguez Patón que, como máximo responsable del acontecimiento, supo sacarle todo el jugo posible hasta el punto de colocar el acontecimiento, bajo el mismo listón que las "sanjuaninas". De esta época y de anteriores, cabe destacar dos encuentros competitivos, uno por su tradición y el otro dada su originalidad. Se trata de los concursos de entibadores en Las Moreras, y el de albañilería en la propia plaza de la Patrona. Por aquellos tiempos, de pleno fulgor minero, la cita de entibadores arrastraba una riada de espectadores y algunos de sus participantes llegaron a lograr fama allende fronteras asturianas. En cuanto a la albañilería, en un plano si se quiere más discreto, tenía, por supuesto, su propia clientela que acudía puntualmente a tan especial escenario con el fin de descubrir las habilidades de los participantes.

Así se escribió una historia que, con los vientos de la decadencia se vino a menos y hoy queda la señal, si se quiere anecdótica, pero con cierto color de fidelidad, de la misa, la procesión y cierto actos lúdicos que se organizan en torno a la festividad del quince de julio que viene a ser aún fecha señalada para gente veterana, vecinos de La Villa que conservan fresco el recuerdo de antaño, de la Cofradía del Carmen y de su fiesta.

Nuestra Elena Estébanez, con sus ochenta y cinco años aún determina otros detalles para la historia. Recuerda personas entregadas al apoyo desinteresado de este acontecimiento, como fue el de Fidela Mangas o Victorino Ordóñez, así como los colaboradores que en su último despliegue espectacular, tuvo Rodríguez Patón, pero, como piensa que la memoria le puede hacer una pequeña jugada, se reserva la tentación de citar más nombres.

Hoy día el barrio de La Villa, ha cambiado. Por una de esas negativas trastadas de la villa, el entorno de la capilla del Carmen, en la plaza del mismo nombre, ha perdido prestancia al permitir, se supone que el Ayuntamiento, en un día lejano, construir un edificio de varios pisos y corte moderno, pegadito a la pared derecha -según se mira- de la propia capilla. Y la Casa Duró, la más antigua del casco urbano mierense, se encuentra medio escondida y ciertamente invadida, a veces, de maleza, a pesar de que su restauración se hizo con vistas a ser centro cultural con todos los honores. En fin, abates del destino.

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