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Velando el fuego

No levantamos cabeza

El despido de los trabajadores de Triman en Mieres y la sensación de que muchas cosas van mal en las Cuencas

El título con el que abro esta colaboración coincide exactamente con la frase con la que un amigo saludó mi entrada en ese lugar habitual -el bar en donde tomo mi primer descafeinado del día- en el que resulta fácil encontrarme todas las mañanas. Hacía unos días que habíamos celebrado, aunque con ciertas reservas, en tanto la fábrica no comience a funcionar, la compra por parte de un empresario moscón de Mieres Tubos, la antigua Fábrica de Tubos de La Felguera. Un rayo de luz, débil, eso sí, para aclarar la oscuridad del bosque industrial que nos rodea, pero una ligera esperanza, en todo caso.

No necesité arrugar mucho la frente ni tampoco preguntarle por el motivo de sus palabras. Al igual que yo, él había leído la noticia aparecida en LA NUEVA ESPAÑA acerca de la propuesta de la administración concursal de la empresa Triman para despedir a todos sus trabajadores en Mieres. De ahí su descorazonador lenguaje: "No levantamos cabeza". A continuación, y cuando estaba ya muy próximo a él, añadió: "Como sigamos así?"

En ocasiones, la mayoría de los debates de barra o entre parroquianos no acostumbran a tener un patrón común que sirva de referencia. Hay opiniones distintas y diversas muchas veces, cuando no opuestas del todo. Sin embargo, en este tema, el cierre de una empresa de treinta trabajadores, se generó una uniformidad en torno al comportamiento empresarial, al que se acusa (con las naturales excepciones) de buscar sobre todo su beneficio económico, sin importarle gran cosa el reguero de paro y de desolación familiar que acostumbra a dejar a sus espaldas. Y como siempre en estos casos, no faltaron los expertos en citas y refranes de todo tipo, que lo mismo mezclan el dinero con el estiércol o que recuerdan las palabras de Montesquieu cuando se refería a la pobreza, que no lo es solo por carecer de todo, sino también por no trabajar.

Mas llegados a este punto, y una vez que la codicia empresarial había sido aceptada como la ruta de inicio del problema, quedaba internarse en la parte más difícil del camino, la que lleva a buscar las soluciones más idóneas para acabar con tantos destrozos laborales como observamos a diario. Y es aquí donde el debate se tornó copioso en cuando a la cantidad de opiniones expresadas, pero escasamente fructífero, dado que al final de todas ellas solo quedó en el ambiente la sensación de que de momento no íbamos a ser capaces de ver la luz.

Hubo quien mostró desde el principio una actitud de resignación, pues vista la fuerza de las tormentas que caen, lo mejor era protegerse de los rayos, dijo, y esperar a que vengan mejores tiempos. Y quien, en el lado contrario, mostró su confianza en las soluciones colectivas, seguro de que si todos diéramos un paso al frente y saliéramos a la calle a protestar se acababan tantas injusticias. Como es lógico, no faltó quien dijo que eso estaba muy bien, pero que dónde se encontraba el altavoz necesario para realizar esa masiva convocatoria, momento en el que salieron a relucir los partidos políticos y los sindicatos, sobre los que hubo diversidad de opiniones.

Salí del bar envuelto en una ligera capa de optimismo. Si bien era cierto que no habíamos dado con la fórmula mágica (suponiendo que exista), no era menos verdad que nos habíamos apasionado con el tema. Y, además, coincidíamos en el diagnóstico de salida. Lo que no era poco, precisamente...

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