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Velando el fuego

Nacerán hojas verdes

Historias necesarias para superar este tiempo de incertidumbre

Seguro que cada cual saldrá de este encierro pertrechado con abundante material, producto de las experiencias que estamos viviendo. Que las aprovechemos es otro cantar distinto, si bien, seríamos muy torpes si nos negáramos a quedarnos al menos con el estribillo.

En mi caso, una llamada telefónica de un colaborador de este diario, José Manuel Ibáñez, comenzó a tejer un nudo que llegaba a muchos kilómetros de aquí, en concreto hasta Chile, país que, además de bañarse en las aguas del Océano Pacífico, se sumerge en la plétora de excelsos poetas: Pablo Neruda, Nicanor Parra, Gabriela Mistral... son algunos nombres que ahora asoman a mi memoria. Allí posó las maletas un vecino de Cotorraso, Juan Bautista Jove Llaneza, amigo de Ibáñez, cuando el año 1967 se colaba por entre las hojas del calendario. Nada novedoso en unos tiempos en los que viajar no era sólo un artículo de lujo. Nada extraño tampoco que, a pesar de la distancia, hubiera leído un artículo que yo había escrito en este diario, Itaca en el siglo XXI, referido a la obra escrita por el langreano Néstor Fernández Zapico. Más lo sorprendente era que había conocido a mi padre, del que después, cuando ya nos pusimos en contacto por whatsapp, me hizo una semblanza que, además de acertada, estaba llena de ternura, recordando, entre otros, cuando siendo un "guajín" entró a trabajar en la oficina de topografía de Duro Felguera, donde fue acogido con mucho cariño por mi padre.

Siempre se dijo que las relaciones de los hijos con el padre son míticas, a lo que no tengo nada que objetar, muchas son las narraciones que se ocuparon de ello a lo largo de la historia. Si los mitos se refieren a relatos muchas veces prodigiosos, el que se ocupa de esa relación familiar procede de nuestra propia creación, suceso extraordinario donde los haya. Por lo que a mí se refiere, Jesús, ese era el nombre de mi padre, cabalgó siempre entre un gigante de las siete leguas y un honesto trabajador de la Duro, que allá en su oficina de topografía medía el mundo con la vara de la justicia y la humildad. Interesado desde niño por el teatro y la cultura en general, un símil con Antonio Machado, ese hombre bueno y comprometido, sería el mejor espejo para contemplar su figura, escasa de estatura pero, a un tiempo, sobrada de talla moral.

Recrear el tiempo que pasé pegando la hebra del whatsapp con Juan Bautista (hace años estuvo aquí para recoger un premio a la Solidaridad que le concedió la Asociación Langreanos en el Mundo), sería largo de contar; incluso era ya conocedor de los problemas de mi progenitor con la vista: al final, un glaucoma severo hacía necesario que saliera a la calle acompañado. Pero el momento cumbre llegó, como llegan los buenos desenlaces en ese teatro que tanto le gustaba, cuando me contó una anécdota donde ambos fueron protagonistas. Sucedió en la estación de trenes de La Felguera, donde se encontraba con unos amigos de Cotorraso cantando una canción de la película "El Álamo". "Tu padre se acercó -son sus palabras literales de whatsapp-, y después que la terminamos, nos solicitó, con todo respeto, si se la podíamos volver a cantar".

Que regresen de nuevo los brotes verdes en estos tiempos de penuria se hace muy necesario. Y que todos a un tiempo podamos entonar esa maravillosa estrofa de una canción de la que mi padre estaba enamorado (y yo también, lo reconozco): "Nacerán hojas verdes, nacerán otra vez...".

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