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Quilino el de Polio y Julio Anguita, gracias

El adiós a dos ejemplos de coherencia, austeridad, respeto al oponente y sólidas convicciones

Se suele decir con frecuencia que las desgracias no suelen llegar solas y el pasado 16 de mayo, por desgracia, el adagio se hizo realidad. En estos duros tiempos de pandemia, cuando las muertes de nuestros semejantes arrecian como la lluvia en primavera arrojando cifras que nos dejan petrificados por la constatación cotidiana de lo efímero de la existencia, la pasada mañana de sábado tuve noticia -con escasos minutos de diferencia- del fallecimiento de Aquilino el de Polio y de Julio Anguita.

Ambas personas tenían una significación especial en mi universo interior y los identifico como precursores en muchos sentidos de mi forma de pensar, de entender la vida y el mundo que nos rodea.

Me explico. Cuando la Securitate rumana abrió fuego contra el pueblo y cuando la dirigencia china dio la orden de entrar en Tiananmen a sangre y fuego, yo tenía 15 años, una edad crucial para conformar las bases de pensamiento político y aquellos sucesos históricos me alejaron de la izquierda.

Sin embargo, la claridad discursiva de un político como Julio Anguita con su retórica acrisolada, esa didáctica de maestro ilustrado y la honestidad valiente de sus acciones, me reconciliaron poco a poco con dichas ideas. Eso sí? con mis propios matices, aristas y asteriscos.

Por esos asteriscos que aludo tardé en comprometerme activamente en política, aunque llevaba años militando en CC OO y como "compañero de viaje" de las gentes de Izquierda Unida. Ese día me encontré con Aquilino el de Polio en la calle.

-Nenu, ¿qué tal por casa? ¿A dónde vas?

-Pues a afiliarme al PCE y a IU.

-Si estás decidido... te acompaño. Vas a entrar en el partido conmigo.

Y así fue que Quilino era para mí una especie de padrino de militancia y me consta que quiso serlo por el aprecio que mi padre y él se tenían, pero deseo pensar que también porque sabía que yo profesaba y profeso sus valores democráticos, de respeto al oponente, de progreso y libertad. Esa era la tradición de la cual Quilino fuera exponente al enseñarnos no solo en el PCE, sino desde Amigos de Mieres, desde la Asociación Monumnto de la Colladiella, en el seno del Movimiento Vecinal y en tantos otros espacios en los que trabajó con sensibilidad y denodado esfuerzo que -aunque había padecido la represión en primera persona- había que ser tolerante con el discrepante, consolidar la reconciliación sin dejar de reivindicar la memoria democrática y que se luchaba mejor por la justicia si se arrinconaba el odio pues no hay peor cosa que acabar convertido en aquello que pretendes combatir.

Ideales los de Aquilino y los de Anguita unidos a la coherencia, basados en buenos valores de austeridad, de respeto al oponente, de sólidas convicciones que no necesitan de malas artes para sostenerse y salir triunfantes porque triunfar, para ser un ganador, no es necesariamente arrollar en las elecciones ni ser adulados por los medios de comunicación ni sentarse en agradecidos consejos de administración de grandes empresas.

Triunfar en la vida (y así hay que explicarlo a nuestra juventud) es lo que lograron Anguita y Aquilino: alcanzar el respeto y el afecto de la sociedad y conseguir mediante sus actos que se valoren sus ideas. Porque la ética aún se valora y dignifica a las personas. Una muestra de ello es la anécdota que paso a relatar. Hace algunos años, creo que más de 20, Anguita dio un mitin en el Parque Jovellanos de Mieres con un éxito de público que ya por entonces era infrecuente y que hoy sería impensable en el lugar (pandemias aparte). Hacía una tarde agradable, buena temperatura. La cosa es que con tanta ilusión que estábamos allí esperando las palabras de Julio al poco de empezar a hablar vino un fuerte aguacero. Un chaparrón notable. Julio estaba en el "quiosco de la música" de nuestro parque y no se mojaba, pero dijo que interrumpía el discurso hasta que aflojara la lluvia para que la gente no se empapara. Pues bien, por aclamación popular el acto tuvo que continuar porque nadie se movió y en cambio el parque entero (y la calle Aller repleta de público) prorrumpió en una ovación cerrada y prolongada.

Una suerte haber vivido y sentido esas situaciones. Gracias, Anguita. Muchas gracias Quilino.

Por eso, mi corazón llora triste vuestras ausencias y mi llanto es únicamente uno entre otros muchos. Una gota en la mar. Pero será una mar llena de esperanzas, pese a todo, porque aunque nuestro tiempo vaya pasando otros vendrán que harán realidad los sueños legítimos y hermosos de Quilino y de Julio, nuestros sueños.

Sueños, que no quimeras.

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