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La Transición, despedida y cierre

El presente de tres personajes clave en las últimas décadas como Juan Carlos I, Jordi Pujol y José Ángel Fernández Villa

La abdicación en su día de Juan Carlos I supuso un anticipo de que algo estaba cambiando en la percepción que los españoles teníamos acerca de la Monarquía y fue reflejo de cómo desde la Institución se intentaba revertir esa tendencia. Pero, aunque pudo resultar anómalo y chocante aquello de "no volverá a suceder", al fin y al cabo tampoco es tan extraño que un rey traspase en vida las responsabilidades del cargo a su hijo y heredero.

Sin embargo, ahora, con el retiro voluntario a otro país (o "espantá" dicho en términos taurinos) del Rey emérito, lo que se certifica es la superación de un relato según el cual nuestra Transición fue un modelo revestido de virtudes y oropeles, deslumbrante de luces y exento de sombras. Y tanto es así que dicho relato se construyó sobre otros relatos más concretos. Microrrelatos de vidas supuestamente ejemplares y paradigmas de vocación de servicio a España.

En este artículo quiero mencionar a tres de esos hombres que han sido noticia estos días y cuya trayectoria escondía en lo más recóndito una cara oculta menos amable. Menos aceptable. Menos confesable. Como cara oculta tenía y tiene nuestro proceso de Transición a la Democracia.

En las décadas de los ochenta y los noventa José Ángel Fernández Villa era un dirigente sindical todopoderoso en nuestra región. Tenía línea directa con Moncloa y su criterio era ley en la FSA. Villa era una especie de líder carismático en aquellos eventos de Rodiezmo donde el PSOE celebraba baños de multitudes con la vanguardia del Movimiento Obrero: la minería del carbón. Su influencia social era desmedida y las instituciones asturianas estaban a sus pies. Sin embargo, hace escasas fechas, Villa ha sido condenado por sentencia judicial tras las investigaciones que han dejado a las claras que el caudillo de Asturias, de una parte de Asturias al menos, había delinquido y se había enriquecido de manera espuria por mor de su cargo. Un desprestigio para sí mismo y para el sindicalismo. Un pilar de la Transición desmitificado.

En esas mismas décadas de los ochenta y los noventa, Jordi Pujol era un político respetado y hasta temido. Encarnó el poder político y económico en Cataluña, y fue considerado determinante en la estabilidad nacional. Pujol supo dominar al independentismo, identificar con su propia persona al discurso nacionalista y doblegar a los distintos gobiernos centrales construyendo el mito de que Cataluña era la región más rica, europea, abierta, emprendedora y tecnológicamente desarrollada de España y, además, con un tejido social mucho más maduro y sólidamente democrático que el resto. Ha quedado patente, a tenor de la actualidad, que nada era tan así. Pujol y casi todos los miembros de su clan familiar están señalados en las pesquisas por enriquecimiento ilícito en el desempeño del cargo del patriarca. Un desprestigio para sí mismo y para el nacionalismo periférico, razonable y moderado. Otro pilar de la Transición desmitificado.

Por esa época España vivía un cuento de hadas con la entrada en la UE (1986) y la celebración de las Olimpiadas y la Expo (1992). Tras aquél despegue de un país que estaba de moda (moda de España) había un mensaje de modernidad que pivotaba sobre la Transición ejemplar y modélica, admiración de otras naciones y materia de estudio en las Universidades de medio mundo. Y precisamente el artífice de ese logro, el gran timonel de la nave, era S. M. el rey Juan Carlos I. Un rey que, dejando atrás el juramento a los Principios Fundamentales del Movimiento, se erigió en símbolo de la reconciliación y se ganó a su pueblo por campechano. Modelo ejemplarizante de conducta. Un soberano que quería ser "el rey de una República". Todo era hermoso y entrañable. Desde el taconazo de Don Juan al hacerse a un lado sacrificando sus derechos dinásticos por el hijo, la Institución y la patria hasta los mensajes de Nochebuena que cada año se iban tornando más esperpénticos en fondo y forma. Aquellos veranos glamourosos en Mallorca con toda la familia real reunida y los ilustres visitantes que desfilaban por la isla. Paseos y regatas. Los inviernos en Vaqueira. Las más altas distinciones y reconocimientos internacionales, y los más exóticos regalos como aquellos osos panda que China regaló a Sus Majestades y que pasaron a ser propiedad del Estado. Muchas fruslerías iban a dar a Patrimonio Nacional llenando hangares tras décadas de viajes alrededor del mundo pero lo que ignorábamos era que presuntamente había maletines con fajos de billetes que, curiosamente, no llegaron nunca a Patrimonio. Al menos a nadie se le ocurrió llevar a los ositos panda a un salón de Zarzuela.

Todo aquello dejó paso a lo que conocemos y lo conocemos porque por alguna razón -razones habrá- desde la salida del asturiano general Fernández Campo de Zarzuela y la posterior caída en desgracia de Mario Conde las cosas empezaron a publicarse, tímidamente y con pasito fino. No en vano el ajedrez enseña que el rey es la pieza más importante del tablero pero también la más vulnerable.

Y llegó el escándalo de la cacería de elefantes y conocimos el derroche de aquella que pasaba por ser la Monarquía más austera de Europa. Y se habló de comisiones, máquinas de contar dinero en palacio, aventuras amorosas a golpe de talonario... lloviendo sobre el empedrado ya mojado por el "caso Noos". Un desprestigio para don Juan Carlos y para la Corona. Ahora no era un pilar de la Transición desmitificado. No..., era la cúspide dinamitada y la viga maestra resquebrajada.

En 2020 tanto Villa como Pujol y Borbón son ancianos con problemas de salud quienes, habiendo sido venerados, constatan hoy el repudio y la indiferencia incluso de muchos de aquellos que otrora les agasajaban. Triste epílogo para cualquier existencia. Tal vez, al menos, podría servirles de consuelo -a ellos y a nosotros- entregar el dinero sustraído (a modo de reparación y redención).

Por consiguiente, el apolillamiento de esos microrrelatos, puntales del edificio político de la Transición, anuncian la demolición de lo que se ha dado en llamar Régimen del 78 y anticipan de alguna forma la necesidad de una reforma constitucional de calado que evite y prevenga tensiones impredecibles para lo cual es preciso redefinir, desde un amplio consenso y con el concurso de todos los españoles, el marco institucional, modelo territorial y forma de elección de la figura del Jefe del Estado.

Tenemos, en definitiva, la responsabilidad histórica de zanjar querellas, afrontar traumas y conjurar fantasmas del pasado a fin de no traspasar tan triste legado a las generaciones venideras a quienes debemos entregar oportunidades y no lastres.

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