La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ricardo Montoto

Sin paraguas

La imposibilidad de detener la actividad pese a caer enfermo por miedo a perder el trabajo o el negocio

Claramente no estaba normal. No respondía como la persona que conozco, esa compañera siempre dispuesta, competente y trabajadora, de las que no dejan nada para después. Pero desde el otro lado de la línea telefónica no me llegaban más que largas y respuestas dubitativas. Nada que ver con lo habitual en ella.

La conversación comenzó a inquietarme y, finalmente, pregunté: ¿Te pasa algo? Tras unos segundos de silencio, mi colega confesó. Esa misma mañana acababa de salir del hospital. Una angina de pecho. Y aún débil por el achuchón, el susto y el ingreso, ya volvía a estar con el móvil en la mano atendiendo los asuntos. Porque hay mucha gente que no puede permitirse el lujo de congelar su actividad laboral. Y aunque sea medio muertos, ahí continúan, arriesgándose a recaer o, no sería la primera vez, agravar su estado más aún.

La tensión, la disminución de ingresos, la incertidumbre, el miedo a lo que ya tenemos y a lo que está por llegar, unido a que somos muchos los que llevamos nuestras profesiones encima, sin posibilidad de desconexión, conducen frecuentemente al patatús. Porque el cuerpo acaba reflejando la tempestad que azota las mentes de todos esos que ven cómo aquello que tanto tiempo y esfuerzo costó levantar hoy va diluyéndose como consecuencia de la pesada lluvia en forma de pandemia que cae sobre nuestras cabezas.

Y no hay paraguas. Y si lo hay, es muy pequeño y frágil. Mi colega, con la voz débil, ha de navegar entre el imprescindible reposo y el sostenimiento de la actividad profesional para que su negocio no muera. Un imposible ten con ten. Porque el sistema no entiende de enfermedades. Y porque una parte de la clientela no acepta demoras ni aplazamientos, aunque sea por una causa tan seria como una enfermedad.

Compartir el artículo

stats