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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

La vacuna

La discusión sobre el ansiado remedio para poner fin a la actual crisis sanitaria

Las protestas en la calle de sectores de la población que se sienten perjudicados por el reciente cierre temporal de establecimientos, hosteleros y otros, se está convirtiendo estos días en el tema estrella. Nadie es ajeno a la controversia, dado que de una forma u otra nos afecta a todos, de ahí que se abran debates y se discuta con pasión. Y, como es natural en situaciones así, el abanico de opiniones se despliega con extrema facilidad.

De este modo, nos encontramos con negativas enconadas, aceptaciones a media voz, reparos de diversos colores; si bien, en honor a la verdad, hay también un segmento de la población que está demostrando una dosis de equilibrio muy interesante.

Por expresarlo de una manera gráfica, son quienes entienden que en la actual disputa todos los intereses son respetables y que, por tanto, no es bueno descalificar a nadie: el Gobierno cumple con su misión de proteger la salud de la ciudadanía, visto el creciente acelerón del virus, mientras que el resto de damnificados se ampara en la defensa de su modus vivendi, lo que no es ninguna broma, precisamente, dado que detrás de muchos cierres se puede atisbar un extenso panorama de ruinas.

Con quienes piensan así no resulta muy difícil ir rebuscando algunas soluciones en medio de tanto caos, la mejor de las cuales, como es lógico, consistiría en que cada clausura obtuviera una satisfacción adecuada, o dicho de otra manera, que cada uno de los perjudicados obtuviera una compensación: prioridad en los ERTEs, exenciones, ayudas…. parecida a la que tenían cuando los negocios estaban en marcha. Nada habría que objetar a ello, aunque todos sabemos que no es tarea fácil de conseguir, aunque solo sea porque el alargamiento de los plazos, a veces inevitable en el procedimiento, puede abrir una brecha muy difícil de taponar.

De ahí que, vistas las dificultades, haya quienes alarguen su campo de visión hasta la ansiada vacuna. Y aquí sí que los comentarios al respecto son variados y abundantes. Desde los que se muestran escépticos por naturaleza, hasta los optimistas por devoción, hay una larga hilera de opiniones, sin que falte la del empollón de turno que nos recuerda a todos lo sucedido con la vacuna de la viruela. La única dice, la única, repite, que ha logrado erradicar de la faz de la tierra –reitero la literalidad de la frase– el virus en 1979. Las demás, sigue el discípulo de Funes el memorioso, solo han conseguido reducir o eliminar una parte del problema, así que ¡ojo!, no sea que nos dé por comparar a la vacuna con alguna divinidad.

Y claro, el resto de los intervinientes también aportaron su grano de arena. Unos con que no tenemos idea de cuándo va a llegar, o sea, prudencia; otros con que no sabemos nada sobre su eficacia: si valdrá para unos o para otros y por cuánto tiempo; o los que se deslizaron por el terreno de las sospechas en cuanto a su validez para los mayores de 65 años.

No podía faltar a la cita el que indaga siempre en la procelosa relación entre la economía y la política, lo que significaba que la industria farmacéutica podría así aumentar más la división entre ricos y pobres (vacunas para unos y parches para otros, sobre todo para los habitantes del tercer mundo), además de usarnos a todos como cobayas.

Al final, como no podría ser de otra forma, nos despedimos sin llegar a ninguna conclusión. El bicho tiene mala pinta, para qué negarlo. Y a nosotros, a veces, nos falta el temple suficiente para torearlo un poco mejor.

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