Y así era la comida de Navidad, donde todos bebían y solo unos pocos de abstenían con el fin de llevar al resto a su casa. Y, repito, esto ocurría año tras año en vísperas de la Navidad.
Había empresas más generosas, donde se repartía juguetes entre empleados que tenían hijos pequeños, sin olvidar la fenomenal llamada “cesta de Navidad”, donde abundaban los turrones y otros artículos diversos de embutidos. Algunas más generosas, enviaban hasta un pavo. ¡Qué tiempos aquellos!
Y de pronto llegó la pandemia que nos asoló a todos, casi por igual.
Las comidas o cenas de empresa fueron al traste, porque el número de comensales quedó reducido y la hostelería no tuvo más remedio que cerrar sus puertas, limitando el número de comensales por mesa y local. Hoy no sé si las cestas de Navidad siguen llegando a las casas, porque aquellos almacenes que las preparaban no sé si mantienen el número de empleados y si hay repartidores suficientes.
Habrá que pensar en otras Navidades y, con optimismo, otra etapa sin virus que nos ataque. Quedémonos felices en nuestra casa y solo con los que nos siguen rodeando.