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Carlos Cuesta

A contracorriente

Carlos Cuesta

Mascarillas en Navidad

Unas celebraciones festivas que no serán como las de años precedentes

Este año debido a la fatal pandemia, la Navidad no tendrá el mismo ambiente de otros tiempos. El coronavirus traicionero sigue presente en nuestras vidas y todo lo trastoca y estropea. Y ante este bacilo perjudicial hay que seguir las normas que marcan las autoridades sanitarias refrendadas por los políticos de turno. En estos momentos existe cierta confusión en la toma de decisiones y en cada ´comunidad autónoma las reglas sanitarias son distintas en función de los contagios y la situación de fallecidos.

Todo muy complejo. Los bares, cafeterías,sidrerías y restaurantes están cerrados a cal y canto para controlar el virus y evitar la sociabilidad de las personas. Los empresarios del sector de los servicios no entienden esta postura gubernamental por dura e injusta según los afectados, igual el comercio y lo mismo que los cierres perimetrales de ciudades y comarcas.

En tiempos de pandemia la precaución y la solidaridad personal son básicas para evitar un contagio que está en cualquier parte. La salud de los ciudadanos es lo primero y así hay que comportarse. Bien es cierto que los trabajadores de la hostelería están al paro o en ERTES muy limitados y esta situación provoca desesperanza y angustia.

El momento es muy grave y la Navidad no será la misma de otros años. Desde la Administración se quieren evitar aglomeraciones populares y en los hogares que se limiten el número de familiares y amigos en las cenas y celebracionesnavideñas. ¿Y esto quién lo controla? Es de locos. No hay directrices directas y meridianas.

Y cada uno a su libre albedrío. Lo fundamental es vivir con la mascarilla, distanciarse del prójimo unos metros y lavarse las manos con frecuencia. El virus está en todo lugar. Sólo así evitaremos el posible contagio pernicioso del bicho malévolo e infecto.

Vivimos tiempos de duda, incertidumbre y mucha responsabilidad. La mascarilla o cubrebocas es un complemento exigente de cumplimiento obligado y habrá que acostumbrase a vivir con ese objeto de deseo un tiempo largo. En la calle parecemos zombis perdidos en nuestro sentimiento de culpa y ese bozal de fuerza mayor nos ofrece una libertad de acción y nos ahuyenta de los patógenos que pululan en nuestra cercanía. La mascarilla por Navidad es todo un atuendo que nos provoca una sensación de asepsia y una defensa ante esos aerosoles que todo lo inundan.

A ver si abren los bares y las terrazas para intentar ser más felices y no permanecer tirados por los bancos con un café, un vino o castañas de ánimo. Son imágenes tristes... y de un pueblo derrotado por una economía que se va al traste. Y Asturias no está siendo ejemplo de nada.Los políticos están desbordados.

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