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Tomás Fernández Antuña

Veintiséis millones de hijos de puta

La polémica por la conversación entre altos cargos militares jubilados, en la que abogaban por fusilar a gran parte de la población

Nunca había escrito un artículo inspirado por un tipo que desearía fusilarme. A decir verdad, jamás he pensado que alguien quisiera hacerlo. Es cierto que uno ha cometido muchos errores a lo largo de su vida, pero no caigo ahora cuál de ellos me haría acreedor del paredón.

Si de hijos de puta hablamos, me vienen a la cabeza los integrantes de un chat compuesto por militares retrasados y retirados a quienes les encantaría limpiar España de todo aquel que no huela a rancio. Un chat en el que Abascal tuvo a bien participar para enviar un sentido mensaje de apoyo y un saludo a tan patrióticos personajes. Lo llamativo del caso es que nadie de Vox ha condenado el hecho, ni el chat, ni los putrefactos deseos de tan nauseabundos personajes. ¿Llamativo? Qué coño estoy escribiendo. Me disculpo y pido perdón al lector por el adjetivo, pues lo llamativo aquí no habría sido el silencio de Vox sino la enérgica condena al asunto. Perdonen mi error semántico, pero entiendan que ni soy escritor, ni periodista, ni intelectual, ni versado en el arte de las letras. Soy, sencillamente, un hijo de puta que defiende el pluralismo político, la democracia, la libertad y que, por tal motivo, debo ser fusilado. La diferencia entre estos individuos y Vox es que, al menos, estos tienen los cojones de decir lo que piensan. Abascal no los tiene; salvo para saludarles en el chat y soltar un ¡viva España! (y ya hay que tener huevos para hacer algo así).

Reconforta saber que para toda esta basura somos 26 millones de españoles los que creemos en una sociedad y en una España que se sitúa en las antípodas de sus enfermizas mentes; lo que no deja de ser un reconocimiento explícito de que ellos son muchos menos que nosotros.

Algún imbécil (al que he leído y escuchado) apela al derecho a la intimidad y la libertad de expresión para contextualizar instintos criminales de este calibre, sin entender el principio básico de que todos tenemos derecho a expresar libremente aquello que nos esté permitido decir; y desear matar a alguien no entra, afortunadamente, en dicho principio.

Confío en que la Fiscalía utilice aquí los mismos criterios jurídicos empleados para condenar a músicos, raperos, actores y artistas en general, cuyas provocativas e insultantes expresiones fueron consideradas un delito de incitación al odio. Porque en ese chat hay odio; mucho odio. Con el agravante de que estos hijos de puta juraron la Constitución para llegar al rango al que llegaron y cobrar la pensión que cobran. Es decir, mintieron en su juramento de guardar y hacer guardar los principios que la Constitución consagra. ¡Un militar que rompe su juramento! Válgame Dios. Si por mi fuera les quitaría la pensión de inmediato porque ningún patriota que se precie, puede desear que se fusile a 26 millones de españoles y, encima, cobrar una altísima retribución del Estado.

Pero algún imbécil, insisto, tira del sagrado principio de la libertad de expresión para justificarlo sin entender que la libertad de expresión es algo tan grande que no cabe en los cerebros estrechos. Por tanto, el excedente se desborda convertido en algo evidentemente nauseabundo.

Yo sí creo que toda esta gentuza son unos auténticos hijos de puta. Pero, desde luego, jamás se me pasaría por la cabeza fusilarlos.

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