La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Tribuna

Una historia de reconciliaciones

La dinastía de los Borbones y sus exilios fuera de España

La estancia del rey Juan Carlos I en el extranjero no es un exilio “voluntario”, ni “forzado”, pues utilizar esa palabra es rebajar la importancia y trascendencia histórica del hecho al que se refiere. Más bien, se puede interpretar como un mecanismo de distracción dirigido a propiciar un alejamiento sentimental entre el rey y los españoles y mitigar las emociones negativas que puedan generar las noticias sobre los hechos de que se le acusan. En este sentido, llama la atención la transformación radical que está sufriendo la opinión pública sobre Juan Carlos, por no hablar de la evolución en el tratamiento informativo de las noticias relacionadas con todos los miembros de la Familia Real, que han propiciado cientos de posibilidades y ampliado extraordinariamente el campo de actuación de los periodistas.

Los medios de comunicación auguran cada día posibles movimientos del rey Juan Carlos I en el futuro, a partir de su temporal estancia en Abu Dabi. Imagino que tanto él como su familia planificarán el modo y momento para que el regreso sea lo más oportuno posible y, si bien las opciones no son muchas, no es baladí suponer que, cuando se produzca, será una noticia ampliamente tratada por los medios de comunicación, aspecto del que la Casa Real debe obtener un rédito positivo.

Un hecho llama poderosamente la atención y es la ausencia de apoyos sobre la figura del que los periodistas llamaron “rey emérito”. Aunque está imputado en varias causas, la inexistencia de sentencias bien podría animar a los que sin duda aún confían en su inocencia, pero ni con esas. Y dudo mucho que las informaciones sobre sus relaciones extramatrimoniales o actividades de ocio sean lo suficientemente poderosas como para provocar el rechazo absoluto por parte de los que, hasta hace poco tiempo, eran súbditos leales.

El rey Juan Carlos no es el primero de los Borbones que debe ausentarse por un tiempo de su patria. Recordemos que la dinastía entró en España, en 1700, y tuvo que ganar una guerra para quedarse de forma definitiva; recordemos también que casi un siglo después, la Familia Real tuvo que exiliarse en Bayona con motivo de la ocupación napoleónica; también que Isabel II tuvo que marchar al exilio, que su hijo Alfonso XII vivió en parte. En cuanto a Alfonso XIII, fue la proclamación de la Segunda República lo que le obligó a salir de España en un exilio también definitivo.

Por curiosidad histórica, he buceado en mi archivo de las figuras regias y su relación con el Principado de Asturias, en busca de noticias sobre la reacción de los asturianos cuando los reyes se hallaban en situación de peligro, y he encontrado noticias muy curiosas en las actas históricas de la Junta General del Principado, de las que he seleccionado las dos siguientes, producidas hace doscientos y cien años, respectivamente.

Alfonso XIII, en una visita a Covadonga. | JT / PIM

La primera está referida a Fernando VII. Muchos recordarán las etapas de su reinado y cómo tras el Trienio Liberal que transcurrió entre 1820 y 1823, la intervención de los “Cien Mil Hijos de San Luis” logró su vuelta a España. Las noticias de su regreso se extendieron como la pólvora y faltó tiempo para que sus más fieles defensores mostraran alegría, tanto por parte de las autoridades oficiales, como de la nobleza. Como ejemplo de las primeras, se puede mencionar el encargo que la Diputación del Principado hizo a un grupo de comisionados, para que cumplimentaran al rey una vez llegara a Madrid. Entre los nombres aparecen los del marqués de Camposagrado y los señores Fernando Mon y Juan Mier Castañón, quienes enviaron una carta en la que exponen cómo realizaron la cumplimentación el día 26 de noviembre, en Madrid. Además, en Oviedo también se organizaron eventos privados en honor a la libertad del rey. Un ejemplo fue el brindis ofrecido por la marquesa de Vista Alegre, al que estaban invitadas las autoridades provinciales y personalidades de la ciudad de Oviedo, celebrado a finales de noviembre o primeros de diciembre del año 1823. En los diez años que le quedaron de reinado, Fernando VII no llegó a visitar Asturias en ninguna ocasión, pero los asturianos, si hacemos caso a las crónicas de la época, se volcaron en las exequias celebradas con motivo de su muerte, también en los actos de proclamación de su hija Isabel, y en las visitas realizadas por su viuda, María Cristina, en 1852, y la reina Isabel, en 1858.

El segundo ejemplo que he seleccionado se produjo cien años de la vuelta de Fernando VII, cuando reinaba Alfonso XIII y la monarquía se tambaleaba a consecuencia de la profunda crisis económica y atraso cultural y social de nuestro país. La dictadura de Primo de Rivera era incipiente y no daba indicios de solucionar los complejos problemas, por lo que tanto la prensa como los representantes de los partidos políticos orientados a la izquierda, llamaban la atención de forma insistente sobre la responsabilidad del rey en los problemas nacionales. A juicio de algunos diputados asturianos se trataba de una “campaña infame” sostenida por “malos españoles en desdoro de la Patria, del Rey y del Ejército”, y así lo hicieron constar en una carta enviada al Directorio Militar el mismo día de Nochebuena de 1924. La misiva llegó a Madrid, también los diputados provinciales que acudieron a la capital al acto celebrado en homenaje al rey, para cuyos gastos se tuvieron que aprobar los presupuestos correspondientes. Las instituciones asturianas demostraban así su lealtad al rey y a la Corona.

Al año siguiente, en 1925, se organizó un viaje del Príncipe de Asturias por tierras asturianas, que se celebró en el verano durante varias semanas a través de un programa frenético de eventos de carácter institucional y social. Para su organización, representantes asturianos se encontraron con el rey aprovechando la estancia estival de la familia real en Santander. Tanto las autoridades como el pueblo se volcaron con el joven y débil príncipe y, aunque hubo los lógicos rechazos y reacciones adversas, la estancia se convirtió en un perfecto producto de propaganda no solo monárquica, sino también de los recursos de la región.

¿Qué relación tienen esas noticias históricas con la estancia del Rey Juan Carlos I en Abu Dabi y las posibilidades de regreso a España? Aparentemente, ninguna, pues las épocas y sus circunstancias son completamente diferentes. Pero me pregunto si, en caso de que Juan Carlos regresara con un estado de salud aceptable –como todos le deseamos sin duda– y el tiempo corriera a su favor, se acabarían produciendo reacciones de apoyo y alegría por su vuelta, tanto en Madrid como, por qué no, en Asturias. Y en caso de que la suerte le dé la espalda, la maquinaria de las instituciones de poder encontrará otros motivos para organizar eventos que alimenten esa centenaria relación de amor y odio que une a los Borbones con los habitantes de esta tierra llamada España.

Compartir el artículo

stats