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Ricardo Montoto

Dando la lata

Ricardo V. Montoto

Incógnitos

La mascarilla y la identificación personal

Abrigo plumífero con el cuello subido hasta las orejas, bufanda, mascarilla y gorro de lana calado hasta las cejas. ¡Qué interesante se ha vuelto reconocerse y saludarse por la calle!

Sin ir más lejos, ayer creí ver a mi socia y desde el otro lado de la calle comencé a agitar los brazos para llamar su atención. Pero, como suele suceder en estas ocasiones, se volvieron a observar mi coreografía todos a los que no pretendía dirigirme mientras la interesada permanecía en la inopia. Entonces crucé decididamente la calle, brazos al cielo, paso de carga y gritando su nombre. Pero, cuando se dio la vuelta, en vez de alegrarse de mi presencia, abrió desorbitadamente los ojos, que era la única parte del cuerpo que mantenía descubierta, sujetó el bolso con fuerza y retrocedió unos cuantos pasos. Porque no era mi socia. Uy, perdón, mi confundí. ¿Perdón? Menuda taquicardia que me has provocado. Esta noche tendré pesadillas con el yeti. Fijo. Y es que la gente está muy sensible y se asusta por cualquier cosita de nada. No sería para tanto, digo yo.

Pues eso, que con lo de salir casi de incógnito creo que estos días voy saludando a gente que no conozco y, seguramente, estará ocurriendo lo contrario. A mí también me dicen hola y hasta luego un montón de amables vecinos a los que actualmente soy incapaz de identificar con precisión. No se enfaden por ello. Lo digo porque los hay tan mal tomados que como te saltes un saludo te retiran la palabra “sine die”.

Y relacionado con esto, ¿a que ya no molesta tanto la mascarilla? Claro, protege del frío en la cara, evita que el aire gélido afecte a la garganta y disimula que nos está cayendo el moco. Son todo ventajas, salvo por la cuestión del reconocimiento facial.

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