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En recuerdo de Senén Rodríguez

Una persona de finura espiritual y humana

Paulino Senén Rodríguez.

La Casa Sacerdotal fue como su casa. Vivió en ella más cuarenta y cinco años. Inaugurada en 1973 por Don Gabino Díaz Merchán, también actual residente en ella, fue uno de sus primeros moradores. Además de sacerdotes jubilados, fueron en su comienzo usuarios de ella varios sacerdotes jóvenes o de media edad que desempeñaban diversas misiones pastorales en la ciudad de Oviedo. Uno de ellos fue don Senén, entonces dedicado en cuerpo y alma a la enseñanza en la antigua Escuela de Comercio y que ahora nos acaba de dejar.

Había nacido en Ciaño, en julio de 1932. Finalizados los estudios de bachiller, comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Oviedo. Allí sintió la llamada del Señor y pasó al Seminario del Prau Picón incorporándose a los estudios de Filosofía y Teología, en un curso de personalidades muy ricas y distintas. Años más tarde le seguiría, también en años juveniles, su hermano menor Silverio, actual párroco de la Resurrección de Gijón. San Esteban de Ciaño, en los tiempos del párroco Don Amalio, fue semillero de vocaciones en aquella cuenca minera del Nalón. Recibió la ordenación sacerdotal el 4 de abril de 1957, disfrutando de 64 años de sacerdocio.

Conocí a Don Senén muy de cerca. Cuando fui nombrado vicario general, él regentaba ya la secretaría de la Vicaria con mi antecesor Don José Manuel Álvarez, “Pepe el comunista”. Era una persona cercana, entrañable y con sonrisa afable, de finura espiritual y humana; de educación exquisita en el trato. Riguroso, hasta con exceso, en la limpieza, en el orden y la responsabilidad. De paciencia y escucha infinitas, cualidades esenciales para el ministerio que ejercía. Coincidió con la transformación copernicana de las oficinas y la aparición de las nuevas técnicas que provocaron el paso de la olivetti al ordenador. Él mismo me dijo que eso era para personas de una nueva generación. Comenzó su andadura pastoral en Nava, siendo coadjutor de la parroquia y capellán del Santuario de la Virgen de la Salud de Lieres, durante seis años. Dejo su impronta y cariño. Con la misma misión se trasladó a Sama de Langreo con el famoso y original párroco Don Dimas Camporro. En septiembre del 1968 fue nombrado párroco de Tudela de Veguín, entonces una villa muy en alza por la fábrica de cementos y con un colegio de salesianos, pero ya con problemas del antiguo edificio de la Iglesia, hoy derribado.

Pero su vocación más específica fue la enseñanza de la religión. Estudioso, lector y con claridad de exposición, había comenzado de profesor en el instituto de Sama. Luego se le encomendó esa dedicación en la antigua Escuela de Comercio de Oviedo. Fue también inspector de la formación religiosa de la EGB y de la Formación Profesional de la Delegación Diocesana de Enseñanza, con el inefable Juan Bautista. Y acabó siendo profesor en el instituto de Formación Profesional de Cerdeño.

Su último servicio parroquial fue San Cipriano de Pando, en las cercanías de Oviedo, donde cuidó su templo que data de los tiempos de Ordoño II en el siglo X.

Jubilado ya, la enfermedad año tras año fue minando su salud poniendo a prueba su resistencia y su conformidad que él afrontó con silenciosa fortaleza. El día de la Virgen de Lourdes, el día del enfermo, nos dejó. Tenía ochenta y ocho años. Los cristianos sabemos que el misterio de la vida es un don que vuelve a las manos de Dios.

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