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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

Cosas de atrás

Los políticos y su capacidad para evadir culpas y responsabilidades

Luis Bárcenas se sube a un vehículo antes de ser enjuiciado.

Del mismo modo que la vida va mudando sus hojas, a veces a una velocidad insospechada, la mayoría de los políticos acostumbran a cambiar el tercio de su faena y, como es lógico, siempre escogen el capote más favorable para sus intereses.

Durante bastante tiempo se han especializado en el síndrome de Pinocho, ese no querer mirarse al espejo, por si se les nota alguna imperfección; así que cuando alguien les hace una crítica, por leve que sea, su respuesta es siempre la misma: “no me vengas con esas; déjate de echarme a mí las culpas y mírate tú al espejo; todo lo que me dices son patrañas, el único responsable eres tú”. Y como quiera que los embustes repetidos, o las verdades no aceptadas acaban convirtiéndose en moneda al uso, una gran parte de los políticos se especializó en lanzar balones contra los contrarios, hasta el punto de que en muchos de ellos esta maniobra constituye ya una segunda piel.

Sin embargo, y como a veces sucede que el balón no llega a su objetivo, pues más bien se convierte en un boomerang que rebota en el rostro del lanzador, han decidido dar un giro a su estrategia. Y así, en lugar de que “el malo eres tú”, recurren cada vez con más énfasis a un argumentario que más se aparece a un limbo cronológico: “no me hables de ese asunto, ya son cosas pasadas”. No hace falta más que encender la televisión o pasear las arrugas de los ojos por los medios de comunicación para escuchar a Casado cuando se refiere a los papeles de Bárcenas sobre la Caja B o no hace mucho al mismo Rajoy sacudiéndose las pulgas con relación a este enredo.

“Son cosas pasadas” se ha convertido en la muletilla de moda, en la frase al uso que, de un modo mágico, hace desaparecer cualquier responsabilidad. No me extrañaría, pues, que la adoptara algún conjunto musical para enhebrar con ella la canción del verano, e, incluso, por qué no, quizás consiga el primer premio en el Festival de Eurovisión. Garra no le falta, y malas intenciones tampoco.

Además, no hay ninguna duda sobre su tono pegadizo. Hasta el punto de que sirve tanto para hacer ostentación de ella como para, de un modo más sibilino, colarla por la puerta falsa. Véase, al respecto, la negativa de Pedro Sánchez para investigar al rey emérito, a pesar del dictamen favorable de los letrados de la cámara (antes, la excusa era, precisamente, la falta de dichos informes). Claro que por esa puerta falsa no solo entran los tejemanejes del rey, sino también el rescate de la banca con fondos públicos (nada se supo desde entonces) o los privilegios de la iglesia.

Nada extraño, por cierto, este silencio, si bien hay que matizar que no todos son cómplices del mismo (Unidas Podemos y también algunos ministros del grupo socialista se han manifestado en contra). Pero fuera de estas excepciones, vivimos en un país donde el acatamiento a los poderes mediáticos continúa siendo la norma a seguir. Poderes que no son imparciales; muy al contrario, se han convertido en los principales instrumentos que construyen una determinada posición de la realidad, orientada, cómo no, a servir los intereses económicos y políticos de quienes gobiernan el mundo (según la organización caritativa británica Oxfam, el 1% de los ricos acumula el 82% de la riqueza global). “Cosas de atrás”, del año pasado, cuando comenzó una pandemia que agrandó aún más la brecha entre ricos y pobres. Y que dejó, de momento, la nada desdeñable cifra de más de 2,3 millones de muertos.

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