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Ricardo Montoto

Dando la lata

Ricardo V. Montoto

Nuestro hogar

Primero, el confinamiento domiciliario y después, el cierre perimetral sostenido en el tiempo deberían enseñarnos a apreciar la importancia de tener nuestras casas, la personal o familiar y la común, o sea, el territorio que ocupamos, en las mejores condiciones posibles. Pasar semanas enteras recluidos en el domicilio te hace reconocer el valor del espacio y la luz. Y vivir entre cuatro paredes, en unos pocos metros cuadrados pagados a precio de oro, amontonados, está muy lejos de lo deseable.

¿Por qué nos hacinamos en conejeras? Es inhumano. Y las autoridades, en adelante, deberían impulsar una mayor calidad residencial, que implica un espacio habitable suficiente, acceso a la luz y el aire naturales y condiciones de intimidad. O sea, menos colmenas y más viviendas unifamiliares con un poco de terreno para un huerto, unas flores y un lugar donde colocar un asiento y disfrutar del sol en la cara.

Venimos al mundo para intentar vivir lo mejor posible, no malvivir dentro de una impersonal caja de zapatos que cuesta una fortuna.

Y la casa común, nuestros concejos, ahora que no se nos permite salir de ellos, deberían estar impecables, cuidados con cariño y esmero. Porque, quién sabe, igual no es la última vez que nos quedamos enjaulados sin poder relajar la vista frente al mar, por ejemplo. Así que lo suyo es mantener las cuencas en condiciones óptimas y no medio abandonadas, una ruina aquí, un vertedero ilegal allá, etcétera.

El lugar en que hemos de pasar la mayor parte de la vida debería estar en buen estado y eso es una responsabilidad colectiva. Menos exigir a los ayuntamientos, que ya hemos comprobado que dan poco de si, y más arrimar el hombro.

Porque, digo yo, mejor tener nuestro hogar bonito y decente que pasar los días suspirando por escapar de aquí para pasear por calles limpias y parajes cuidados.

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