Ahora, ya sin fiebre, con menos tos y comenzando a recuperar algo de la vitalidad perdida, experimenta las consecuencias del miedo. “Muchas noches en tensión, de temer abrir los ojos y comprobar que la situación se agrava aún más, de verme más cerca del respirador, te destrozan”, reconoce.
Hoy mi amiga me pide que intente trasladar su mensaje de alerta, de precaución, porque el coronavirus no es ninguna broma y las consecuencias pueden ser graves y permanentes.
“Si fueran conscientes del miedo que se pasa durante unos cuantos días, que se hacen eternos, tendrían mucho más cuidado”, remarca mi querida amiga, que lleva grabadas en el rostro las huellas del sufrimiento padecido. “Las heridas más dolorosas están en el interior, en la cabeza”, recuerda. “Y a día de hoy no soy capaz de saber si llegarán a cerrarse porque, aunque las pruebas dicen que he superado la enfermedad, me encuentro fatal, sobre todo en el estado anímico”, añadió.
Esto no es simplemente un molesto y pasajero catarro. Ojo, mucho ojo. Hagan caso a la voz de la experiencia.