Hay épocas en las que coinciden acontecimientos muy relevantes desde el punto de vista histórico. “Cronologías calientes” que definen bien lo ocurrido en las Cuencas durante la Primera Guerra Mundial y la crisis posterior.
En ese período, debido a la neutralidad de España, las empresas mineras (y las fabriles) asturianas experimentaron entonces una expansión económica sin precedentes. Aprovechándose de esa favorable circunstancia, se amasaron fáciles, rápidas y extraordinarias fortunas. Hubo patronos, intermediarios y advenedizos de toda laya que no dudaron en utilizar los más vitandos métodos de explotación humana y material para obtener mayores beneficios. Se forzaron jornadas laborales de hasta quince horas, con salarios que nunca llegaron a cubrir la fulgurante subida de los precios.
Aún más: buena parte de las ganancias de los negocios mineros se invirtieron fuera de las Cuencas, incluso en el extranjero. Fue aquella la primera gran ocasión, desgraciadamente perdida, para modernizar las arcaicas estructuras productivas y organizativas de buena parte de las empresas de las comarcas mineras.
Acabada la guerra, se produce una grave crisis socioeconómica. En ese contexto surge la Mancomunidad de Ayuntamientos Mineros de Asturias, presidida por Manuel Llaneza, secretario general del Sindicato Minero Asturiano y alcalde de Mieres. En los primeros meses, la lucha de la Mancomunidad se centró principalmente en impedir que la Diputación de Asturias recibiera una peseta por tonelada de carbón extraído para sufragar los gastos de la celebración del doce centenario de la batalla de Covadonga. Ayuda que los ayuntamientos reivindican para unos servicios municipales muy deficientes.
Asimismo, para expresar la gravedad de la situación, el Comité Ejecutivo de la Mancomunidad hizo un llamamiento al Gobierno de España para que en las Cuencas, por falta de trabajo, no se volviera a repetir el triste y desconsolador espectáculo de cuando “millares de obreros demacrados y desfallecidos por las privaciones iban en numerosa caravana a los puertos de embarque en busca del trasatlántico que había de conducirlos a lejanos países, propagando así nuestra miseria nacional”. Una forzada y dramática emigración que se repetirá en muchas otras coyunturas críticas.
Todo ese proceso culminó en 1921, año en que Manuel Llaneza publicó su “Estudio de la Industria Hullera Española y la necesidad de su nacionalización”. Llaneza sostenía que la nacionalización era el único remedio estable para solucionar las periódicas crisis a que la minería se veía abocada, además “de ser un beneficio para el bien general de la nación”.
Un siglo después de aquel Estudio, en las Cuencas se ha quebrado el ciclo económico del “monarca carbón”, como se le llamaba en los años de esplendor. Un ciclo que ha identificado unas territorios durante casi doscientos años. Y aunque la minería haya quedado en el presente reducida a una actividad marginal, todavía persisten multitud de restos y reliquias de su potente legado histórico.
Por otra parte, desde hace algún tiempo se anuncian inciertas y difusas transiciones ecológicas que no se sabe bien a dónde pueden conducir. Y, sobre todo, si algo se diferencia el estado actual de las comarcas mineras de no hace tantos años es que ya no cuentan con el carbón como garantía, como tabla de salvación, para reivindicar nuevos modelos económicos alternativos a una descarbonización que ahora se presenta como irremediable.
En definitiva, si de algo sirve la historia es precisamente para conocer las rémoras que arrastramos. Que no existieron épocas doradas en el pasado. Para comprender también que “siempre nos vemos envueltos en los terribles pliegues del tiempo”, como dice un personaje de la novela “Muñecos de Sombra” de mi amigo Francisco J. Lauriño.