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Ricardo Montoto

Dando la lata

Ricardo V. Montoto

Movimiento

Según salgo de la cochera me topo con una agradable pareja que conocí en mis tiempos de la academia de baile, donde merecidamente me gané el sobrenombre de “el astro de la cumbia”.

Él, tranquilo y paciente y ella, como enchufada a una torre de alta tensión. “¡No aguanto más!”, me espetó sin dar tiempo a saludarnos. “¡Necesito viajar, quiero salir, no soporto más esta situación!”, aullaba la esposa ante la mirada calmada y comprensiva del marido, entretenido mascando un trozo de regaliz. “Es que voy dando cabezazos contra las paredes de casa”, insistió ella mientras él la observaba de ese arrobo especial que proporcionan los años de amor y unión.

Yo también lo siento. La inquietud, la urgencia de movimiento, de recorrer distancias, de cambiar de aires, caras y acentos.

Me limité a divertirme con la aparatosa puesta en escena de su desesperación, aliñada con una retahíla de amenazas de incumplimientos y graves delitos como llegue a darse el caso de que los extranjeros reanuden su veraneo en España mientras nosotros permanecemos enclaustrados. Y me despedí de ellos recomendando paciencia y ocultando que mi estado anímico es similar. De hecho, venía de aparcar el coche. Porque el cuerpo me pidió conducir, sin rumbo, sin otro propósito que volver a sentir el placer del desplazamiento, el cambio de paisaje y el simple correr de los kilómetros en el contador del coche. Fueron solo cien, pero algo me han calmado.

Probablemente, la sensación de inquietud y agobio se acentúan con la percepción de que ya se vislumbra luz al final del túnel, que las vacunas van llegando y sus resultados comienzan a verse. Es como cuando te estás meando, que según te aproximas a un cuarto de baño la presión se hace insoportable.

Pues así estamos, con el baile de San Vito y pidiendo a gritos que esto acabe ya.

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