Vivimos malos tiempos ocasionados por una pandemia derivada de un virus imposible y traicionero y, por si fuera poco ese mal planetario en nuestro País, la situación se ha vuelto muy negativa; con visos de ir hacia una bancarrota salvo que lleguen esos dineros europeos y nos alivien la maltrecha economía. En un escenario político y social complicado, el Gobierno de Sánchez y sus acólitos de apoyo, Unidas Podemos, está ofreciendo un espectáculo lamentable ante los ciudadanos que observan en esos enfrentamientos casi diarios un rocambolesco circo con malos augurios. Y estos actos, impropios de unos políticos con solvencia de Estado, resultan poco edificantes para un país moderno y con deseos de avance y progreso.
Y aparte de esa pandemia maléfica que todo lo estropea, los gerifaltes gubernamentales deberían actuar en conjunto y con cordura leal, para demostrar su espíritu de consenso y demostrar ante sus súbditos que trabajan con entusiasmo y ganas de llevar a buen puerto este país llamado España. Pero lo que se traduce de sus habituales encontronazos es un mal momento estatal y con poca gobernanza. Además, algunos de los ministros que conforman este Gobierno están ocultos no se sabe dónde; apenas se les conoce y con una imagen exterior muy poco edificante mientras la violencia callejera en Barcelona y otras ciudades españolas por el encarcelamiento de un músico rapero insolente refleja el desconcierto y la abulia de las autoridades ante hechos lamentables en un Estado de derecho. Cada vez existe menos justicia, la ley es sagrada y hay que respetarla, los tres poderes del Estado son intocables y la democracia nuestro mejor sistema de convivencia.
El país está sufriendo los brotes de la pandemia, pero también la mala praxis de un Gobierno en coalición poco serio y responsable. Muchos ministros van por libre, opinan estupideces, actúan –en ocasiones– con poca ética, y la oposición a verlas venir y casi contemporizando sus hechos políticos. Malos tiempos con una economía debilitada, un turismo hundido, miles de empresas cerradas, un paro juvenil desgarrador y el desempleo general bajo mínimos. El panorama es desolador.
Quisiera escribir con un sentimiento positivo pero la realidad es tozuda y los actuales gobernantes no están a la altura de este momento pandémico. No caben justificaciones, aunque para algunos puede haberlas; lo cierto es que España cada día está más perdida, sin identidad, alejada de sus sensaciones patrias y una nación vista por nuestros vecinos europeos como un territorio de farándula y enganchado a políticas equivocadas, a la mentira y a la algarabía. Los independentistas catalanes con sus ideas trasnochadas han hecho un flaco favor a esta piel de toro histórica, geográfica y solidaria, con un Gobierno central permisivo y casi cómplice de actuaciones incomprensibles.
Es urgente un cambio de actitud política, más responsabilidad gubernamental con políticas de Estado básicas, leyes más reales y eficientes, más entusiasmo ministerial, menos palabras vacuas y un limitado despilfarro en tanto ministerio sin sentido y vacío de contenido, y lo importante: más entendimiento entre los partidos constitucionalistas para alcanzar buenos propósitos de altura y progreso. Y es que la pandemia todo lo trastoca y nos convierte en seres anodinos, miedosos, tristes, dubitativos, alicaídos y con poca ilusión de vivir. Al igual que los políticos, pero ellos con una hogaza bajo el brazo y algo más.