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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

Monólogo interior

Los nuevos espías están instalados ahora en los teléfonos móviles

En mayor o menor medida todos nos hemos sentido atraídos alguna vez por las películas de espías. Sobre todo quienes formamos parte de una generación en la que los ecos de la Guerra Fría han dejado una cosecha abundante y rica en la literatura y el cine, entre otros. Novelas de John Le Carré como el “El topo”; “El agente secreto” de Joseph Conrad o las películas de Alfred Hitchcock son solo algunos de los cientos de ejemplos que sirven para constatarlo.

En mi imaginación ser espía era dedicarse a una causa noble. Personajes que ocultaban su identidad, a veces con un riego muy grande de su vida, para descubrir secretos que podrían poner en peligro a su nación. Gafas oscuras, cámaras fotográficas que cabían en una mano, bigotes y barbas al uso servían para proteger su misión. Lo mismo se movían con toda naturalidad por embajadas y despachos oficiales, como en otras ocasiones se mezclaban con bandas de gánsteres o entraban en lupanares en donde la contraseña segura venía envuelta en bolsas de droga. De modo que todos fuimos espías alguna vez en nuestros juegos; incluso era uno de los disfraces preferidos por Carnaval. (Confieso mi torpeza cuando en la única ocasión en que intenté imitar a uno de ellos: bolsa de plástico negra, gafas del mismo color y abundante barba, me confundieron con un vendedor del cupón).

Sin embargo, el deshielo de la Guerra Fría trajo también abundantes arroyos por los que comenzó a discurrir la vida política. Lo que sirvió para reafirmar la primacía de un sistema capitalista que no tiene ningún reparo en funcionar al modo del ojo de Dios, pues lo mismo saquea el medio ambiente como atraviesa de parte a parte nuestras conciencias, dejando abundantes desgarrones a su paso. Todo le vale con tal de incrementar la tasa de ganancias.

Había oído alguna vez que ahora el espionaje moderno había instalado su centro de operaciones en los dispositivos móviles. Conversaciones en casa o en el bar, con el móvil siempre presente, que acababan siendo descubiertas a las pocas horas; si bien, me resistía a creerlo. Sin embargo, ayer no me quedó más remedio que rendirme a las evidencias. Bastó con que alabara en familia las excelencias de un vino de La Rioja que ellos me habían comprado, y del que ni siquiera pronuncié su nombre (solo me referí a la leyenda que figura en la botella: “Para gente que dice lo que piensa y que piensa lo que dice”), para que al cabo de un rato apareciera la marca de ese vino en mi móvil y, además, con sus características completas: Monólogo, crianza 2017.

No pasé, precisamente, una buena noche. En mis pesadillas aparecían de continuo datos encriptados, claves de difícil comprensión para mí, mientras el espía lo mismo surgía del frío como de la cámara de los ordenadores o de las tabletas y teléfonos inteligentes. Horas después, cuando entré en el bar de mi primer descafeinado mañanero, un parroquiano me dijo que traía mala cara. “Como si estuvieras de funeral”, recalcó. Desde entonces, apenas me atrevo a acercarme al móvil, no sea que me bombardee con todo tipo y clases de funerales: el servicio funerario tradicional, más o menos completo; el entierro directo; la cremación a plazos o al contado; o las últimas novedades del mercado sobre incineraciones y depósitos mortuorios.

Eso sí, el rioja crianza 2017 ya pasó a mejor vida. Un Monólogo interior de color rojo granate brillante, de intensidad media y agradables aromas, al que despedí con una buena nota. Aunque sigo sin abrir el móvil, por si acaso.

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