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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

Recursos inhumanos

La reflexión que ofrece la serie televisiva sobre el actual sistema económico y la escala de valores

Las noticias de actualidad tienen siempre una pata fija, que en la mayoría de los casos está pegada con engrudo futbolístico o con cola política; pero, además, siempre se incorpora otro apéndice suplementario, un adosado coyuntural que proviene de las últimas novedades en circulación. Y que en estos tiempos continúa empeñado en hacerse fijo entre nosotros. Si bien, confío en que esa persistencia acabe por rendirse y se aleje hacia la tierra de nadie, un lugar en el que los virus están condenados a desaparecer por falta de abono.

La disputa por el título de Liga, las elecciones madrileñas o las incongruencias de algunos políticos, comparten mantel estos días con las innumerables informaciones, más o menos veraces, que la pandemia va desgranando a diario. Todo un puzle bastante difícil de encajar, por cierto.

Así que cuando en alguna ocasión las charlas entre conocidos o amigos discurren por otros senderos, es como si de pronto se hubiera abierto una ventana por la que se colara un aire fresco y gratificante. En uno de esos afortunados desvíos alguien se asomó a las pantallas del cine y nos hizo una recomendación. Algo así como: “si no habéis visto la miniserie titulada ‘Recursos inhumanos’, hacedlo pronto; merece mucho la pena”.

De modo que me faltó tiempo para atender ese consejo. Y a fe que mi satisfacción fue muy grande cuando terminé los seis episodios. Cierto es que el arte –y el cine es una parte muy importante del mismo–, tiene muchas funciones, pero entre las que yo prefiero está la que sirve para dimensionar el mundo, para ofrecernos una topografía ajustada de la realidad, una manera de aprender a conocerla mejor y evitar así en lo posible tantas esquinas tramposas como tiene.

Y puesto que de trampas hablamos, la película desnuda a la perfección los engaños de un sistema capitalista que pretende, sobre todo, subvertir nuestras conciencias, rellenarlas con un muestrario de falsos valores que para lo único que sirve es para despojarnos de nuestra verdadera identidad. Lo demuestra fielmente el protagonista de la cinta, un Éric Cantona –el exfutbolista francés– soberbio en su papel y que representa el drama de alguien que lleva en paro seis años, una situación en la que bien podrían verse reflejados los cerca de casi cuatro millones de personas que conforman la lista de desempleados de este país.

Después de tanto tiempo de humillación, una prestigiosa compañía selecciona al protagonista como candidato. En su empeño por conseguir el trabajo, está dispuesto a traicionar a su mujer, robar a las propias hijas o pegar a su yerno, pensando que, si finalmente es el elegido, será perdonado. Pero al final nada resulta ser como parecía.

Del mismo modo que la película desvela las oscuras entrañas de este sistema, también, por fortuna, ofrece una pequeña dosis de esperanza. No todo sirve con tal de conseguir los objetivos, y a veces valores como la lealtad, la fidelidad o el amor no se rinden fácilmente.

No hace falta insistir en la modernidad de la miniserie, un duro realismo social que bien podría haber sido construido en la fábrica de Ken Loach. Un alegato actual que nos invita a reflexionar. El panorama que tenemos delante de nuestros ojos es sombrío a veces, vacío en otras ocasiones y siempre desesperante. Mas queda la oportunidad de redimirnos, sobre todo si somos capaces de tejer nudos solidarios. De eso va la trama de la vida.

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