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Un adiós para tres poetas

En recuerdo de Joan Margarit, José Manuel Caballero Bonald y Francisco Brines

Puede que la función primordial de los poetas sea la de cuidar las palabras, de ahí que los consideremos como sus máximos custodios.

Los poetas son los guardianes por delegación de las palabras, los silenciosos artesanos que tratan de restituir sus verdaderos significados, de liberarlas de la mohosa banalidad de los discursos rectores de un mundo globalizado. Celaya, en otros tiempos de inclemencia, proclamó a la poesía como “un arma para transformar el mundo”, como un poderoso instrumento de liberación humana.

Las palabras, bien lo saben los poetas, no son inocentes, con ellas se construyen los relatos de nuestra cotidianidad y la suma de nuestros intereses colectivos. La poesía, en este caso la palabra, dándole la vuelta a la proclama de Celaya, también es el instrumento más efectivo de dominación y de manipulación de eso que llamamos realidad.

Por ello son ahora y siempre tan necesarios los poetas, sobre todo en un tiempo en el que el cada vez es más liviano el espesor ético y moral de nuestras sociedades, en el que se atomiza a las poblaciones con permanentes consignas y monsergas que depauperizan el valor de nuestro bien más preciado, del único instrumento efectivo para alcanzar cualquier anhelo humano, la palabra.

En este tiempo de mudanza, y no solo por los efectos pandémicos, de cambios de paradigmas tecnológicos, políticos y sociales, no deja de revestir cierto simbolismo el hecho de que nos hayan dejado, en este último año, tres de los poetas más relevantes de nuestro universo literario: Joan Margarit, José Manuel Caballero Bonald y Francisco Brines. Es como si todo un mundo, no solo una época, se despidiera de nosotros con sus últimos haces de luz. Joan Margarit, desde la orilla de sus dos idiomas, trató de restañar sus profundas heridas existenciales desde la dilucidación de la pérdida. Sus poemas son una Casa de Misericordia para todos aquellos que hemos vivido las usuras y destemplanzas del tiempo.

Ya lo decía Heráclito: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Todo es un fluir, y la mayoría de las veces una dolorosa pérdida. Caballero Bonald se distingue por su concepción de la poesía como hecho lingüístico, también por su barroquismo, pero sobre todo por su indomable independencia. Su poesía es un auténtico Manual de infractores que en todo momento trata de desacreditar a los héroes forjados y al servicio del poder.

Un poeta que recrea su infancia en Doñana en el mítico territorio literario de Argónida. Leer a Caballero Bonald es como tener una conversación con un inteligente amigo, alrededor de una botella de Palo Cortado. Francisco Brines es la contemplación, el permanente Ensayo de una despedida, la sosegada reflexión de un hedónico dilucidador del azahar mediterráneo. Un poeta epicúreo que vivió como un monje medieval bajo la desolación de su quimera, siempre rodeado de libros.

Estos tres autores han tenido una magnífica relación con la Asociación Cultural Cauce del Nalón. Un vínculo que ha ido creciendo más allá de cualquier convencionalismo literario.

Por ello, los responsables de Cauce organizarán el próximo otoño un homenaje a los tres poetas, premios Cervantes, en donde se analizará su obra y se recorrerá su trayectoria personal.

Se han ido tres grandes poetas, tres indispensables descifradores de nuestra realidad, tres lúcidos guardianes de nuestras palabras. Ellos se esforzaron por dejarnos en sus versos el legado de Juan Ramón Jiménez, de Antonio Machado, de Luis Cernuda… y de tantos poetas imprescindibles para sortear las celadas de este y de otros venideros tiempos. En su poesía encontraremos siempre, no solo consuelo, sino el insobornable valor de cada palabra.

Sus libros, por ello, son un buen antídoto para exorcizar las liviandades y banalidades de este tiempo.

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