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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

El color del futuro

Salir mejores de la pandemia o, por el contrario, reafirmar el individualismo por encima de los valores públicos

Es lógico que en tiempos tan convulsos como los actuales, cuando aún estamos sufriendo los efectos de una pandemia brutal y devastadora que hasta el momento se ha llevado por delante a más de 3,5 millones de personas, y que suma más de 169 millones de infectados, además de otras catástrofes que no cesan: las guerras o la violencia doméstica, entre otras, nos interroguemos acerca de las posibilidades de encontrar la luz a la salida del túnel.

De modo que una vez recuperado el espíritu de tertulia en el bar en el que tomo mi primer descafé del día, (hasta ahora las medidas sanitarias lo hicieron imposible), el tema estrella en esta ocasión fue precisamente el del color que tendrán nuestras vidas en adelante. Si, como auguran algunos expertos, estas desgracias nos harán mejores o, por el contrario, aumentarán los tintes borrascosos del paisaje que atravesamos a diario.

Y, como es lógico, de nuevo las opiniones volvieron a ser variadas. Hubo quien sostuvo que nos aguardaba un futuro brillante, lo que hizo que otro tertuliano interviniera preguntándole, en un tono entre cariñoso e irónico, si se refería a una playa luminosa de las pintadas por Sorolla, y quien, más inclinado a las pinturas tenebristas, entreveía un panorama orlado por oscuros nubarrones.

Cuando me llegó el turno, preferí adoptar una postura más indagatoria, e hice referencia a mi asistencia el pasado jueves a una actuación musical celebrada en Mieres –justo es alabar el esfuerzo realizado por el ayuntamiento de esa villa para ofrecer una Semana cultural de alta categoría– y que tuvo a Luis Pastor como protagonista. Durante la misma, el cantante extremeño, ejemplo de resistencia y coraje social donde los haya, que nos deleitó con una maravillosa gala, se refirió a que por primera vez la generación de nuestros hijos iba a vivir peor que la de sus padres, algo que ni siquiera hubiéramos podido llegar a imaginar. Dicho lo cual, a continuación fui yo quien pregunté a los amigos tertulianos si se mostraban de acuerdo con esta afirmación.

De nuevo hubo movimientos a favor y también alguna que otra brazada en sentido contrario; si bien, creo que al final encontramos un punto de apoyo bastante coincidente. No se trataba solo del problema del paro (hubo alusiones, entre otros, a los altos índices de desempleados en otras épocas: cuando el crac del 29 o durante los primeros años de nuestra posguerra), sino más bien a la pérdida de ese sentimiento colectivo que había ido anudando nuestras vidas. Volvimos a mostrarnos de acuerdo en que en la actualidad resulta evidente la sustitución de los valores públicos por representaciones privadas a las que vamos entregando nuestro destino (el caso de Ayuso en Madrid no tardó en aparecer). Hasta el punto que de nuevo asistimos a la primacía de la fe, o de su sustituta las emociones, que ha arrumbado principios básicos como la razón, el diálogo o la tolerancia, lo que viene muy bien a la extrema derecha, que explota esta desarmonía a la perfección.

Al final quedamos en que cada cual escogiera el color que entendiera más adecuado para darle la pincelada al futuro que nos aguarda. Por mi parte, y mientras me retiraba hacia mi casa, fui pensando que ese tinte tendrá mucho que ver con los esfuerzos que nosotros hagamos día a día. Así que era lógico que entonces me vinieran a la memoria unos versos de la poeta nicaragüense Gioconda Belli:

Armar tu vida / Irla haciendo como rompe-cabezas / Conjurar el futuro / Construir la esperanza.

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