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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

Duro Felguera y el edificio de La Salle

Una empresa que abandonó Langreo y que ahora no llega a acuerdos para vender sus edificios vacíos

Existe un dicho según el cual una sola palabra puede conseguir una perfecta representación de la realidad, sin que tengamos necesidad de aumentar más nuestro caudal verbal. No seré yo quien me empeñe en llevar la contraria a esa cita, pues cierto es que en ocasiones un único vocablo es capaz de producir el adecuado fogonazo para iluminar del mejor modo una escena. Ahora bien, en otras ocasiones se necesita concatenar muchas unidades léxicas (y aún así puede resultar insuficiente) para definir una conducta o un modo de actuación.

Me estoy refiriendo en este caso al proceder de la empresa Duro Felguera negándose a vender un inmueble, el emblemático y antiguo edificio de La Salle (cuántos recuerdos respiran entre sus paredes), a una compañía que pretendía centralizar toda su actividad administrativa en el casco urbano. El desacuerdo, cómo no, es de índole económica, ya que a la empresa la oferta económica de 1,5 millones le parece insuficiente.

La historia de los pueblos se construye, sobre todo, alrededor de su patrimonio personal. La gente de Langreo, nuestros mayores, han sido quienes han escrito, con enorme sacrificio, el libro en el que se recogen las andanzas y vicisitudes de una comarca que va perdiendo una parte importante de su esplendor de antaño. Mas, a un tiempo, también nuestra historia está atravesada por otros elementos que ocupan su lugar en la extensa narración. Entre ellos, las empresas que se ubicaron en nuestro territorio, entre las que hay que mencionar a Duro Felguera que, atenta sobre todo a su cuenta de resultados (los trabajadores son meros peones en el juego del ajedrez económico), abandonó nuestro suelo de la peor forma posible, después de haberse aprovechado de las riquezas (agua, carbón, transporte…) que se le ofrecieron. Nada nuevo, por cierto, en el tablero capitalista, donde el único sonido que se escucha es el del tintineo de las ganancias, aun al margen de cualquier otra consideración (no olvidemos los capítulos dedicados a las luchas ejemplares de los trabajadores en defensa de sus intereses).

Por ello, la negativa de la empresa, por lo que se refiere a la venta del inmueble, no tiene un fácil encaje en el diccionario. Si la avaricia es el afán desordenado de poseer muchas riquezas, sin querer compartirlas con nadie, la definición se adaptaría como una prenda a medida en el cuerpo de Duro Felguera. Pero la deshumanización, término relacionado con los sistemas de dominación y poder, también le vendrían bien al traje. Y si continuamos buceando en el diccionario, no faltarían otros bordados que continúen la labor de sastrería.

El asunto ya viene de largo, como bien recuerda el entonces alcalde de Langreo Jesús Sánchez, que llegó a reunirse en dos ocasiones con la empresa, sin ningún resultado, ya que nunca llegaron a aceptar la propuesta. “Lo que no podemos permitir es que haya empresas que se van del municipio y nos dejen aquí sus bienes vacíos, sin facilitar su reutilización”, destacó acertadamente el actual portavoz de Unidas por Llangréu.

Si ya aniquila a cualquier rigor la huida de Duro en busca de otros horizontes más apetecibles económicamente, dejando a sus espaldas un páramo de tristeza y desolación, qué pensar ahora de su negativa a vender el inmueble.

Acierta quien dijo que la historia es un juego de repeticiones. Para confirmarlo, no habría más que regresar a Cervantes y leer su novela “Rinconete y Cortadillo”. Por sus páginas se pasean a todas horas golfos, granujas, sinvergüenzas… Personajes faltos de escrúpulos, fácilmente reconocibles en muchos casos y que tanto abundan por estos lares.

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