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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

Cuestión de generaciones

Desde siempre, las personas jóvenes se han comportado de forma distinta a sus mayores

No hace falta moverse mucho para escuchar casi a diario las diatribas que se dirigen contra los jóvenes. Basta con darse una vuelta por el parque, estar atento a las conversaciones de los bares o participar en alguna tertulia en la que predominan personas que hace ya tiempo que han dejado a un lado los adolescentes años.

En todos los casos, las pullas son siempre muy parecidas, una cantinela que se repite a lo largo de los tiempos (casi me atrevería a decir que desde que la historia comenzó a ponerse pañales) y que si tuviéramos que hacer una síntesis podríamos resumirla en pocas frases, hasta el punto de que quizás bastaría con algo así como “estos jóvenes de ahora….”

Resulta obvio que quienes pronuncian estas palabras están mirándose en el espejo de las comparaciones, ese cristal orlado con las astillas del subjetivismo: “Cuando me examino saco una pobrísima idea de mi mismo; pero todo cambia cuando me comparo” (Jean Sifrein Maury) y lleno de abolladuras cíclicas: la muda de los tiempos hace que cualquier intento de semejanza se pierda en un bosque de escasa claridad.

Hace una buena temporada que la tertulia en la que participo (ya saben: el mismo bar, el primer descafeinado de la mañana…) vela armas que apuntan siempre en la misma dirección: la política, el fútbol o las noticias más relevantes que surgen de la pantalla y que, por lo común, en estos momentos tienen su epicentro en el asunto de la pandemia. De ahí que al entrar en el bar, y visto que el mediodía en el que se consume la tertulia afectaba en esta ocasión a los jóvenes, no pude menos de alegrarme. Siempre es bueno, pensé, cambiar de tercio, si bien mi reflexión estaba lejos de orientarse hacia la controversia taurina.

Eso sí, antes de que tomara asiento, los tertulianos (en esta ocasión el número se elevaba a cuatro) me advirtieron de que en realidad no hacían más que prolongar un pequeño debate que ya estaba presente en el bar cuando ellos llegaron. Y así era, pues en una mesa del extremo un par de mujeres y un varón que las acompañaba (cercanos todos ellos al medio siglo), continuaban con su cháchara acerca del mal comportamiento de los jóvenes de ahora. Quedaba claro, pues, que los jóvenes de antes, es decir, ellos mismos en su momento, exhibían otro tipo de modales muy distintos, lo que, naturalmente, les otorgaba la bula correspondiente para poder pontificar con acierto en el tema.

Era inevitable que el asunto de la falta de comunicación saliera a relucir, como así sucedió. Pues he aquí, dijo una de las mujeres, que ahora pierden una parte de su tiempo en las maquinitas de turno, la Nintendo, sobre todo, apostilló el varón, de modo que el resultado es inevitable: están a lo suyo, apenas hablan… Se comportan como autómatas, remachó la mujer que aún no había intervenido.

Pasada una hora, más o menos, me despedí de los tertulianos. Me faltaba por comprar el pan y entré en un local cercano a un bar en el que acostumbro a tomar otro descafeinado antes de ir para casa. Tomé asiento y pedí la consumición de turno. Mientras me la servían, alargué la mirada a mi derredor. En una mesa cercana, cinco personas mayores estaban en aquel momento afanadas en su móvil. Siguieron así durante un buen rato. No se hablaban, no se miraban… Era lógico, pues, que se me escapara una sonrisa.

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