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Ricardo Montoto

Dando la lata

Ricardo V. Montoto

La caja de Pandora

Disculpen si me pongo insistente de más, pero es que desde que desenterraron a Franco no nos suceden más que desgracias. Vamos de cráneo y sin frenos. Pavorosos incendios, tempestades de hielo y nieve, gotas frías espantosas, ahora una destructiva erupción volcánica que tiene pinta de ir para largo... ¡Y una pandemia!

Lo que escapó de la caja que abrió Pandora, fisgona donde la haya, fue una broma comparado con lo que se desencadenó el infausto día en que se descubrió la tumba del dictador y su traslado desde donde no quería estar a donde sí quería estar, o sea, dando cumplimiento a sus deseos, que vaya telita.

Desde este rinconcito hago un nuevo llamamiento a desandar el calamitoso camino y, aunque con menos cobertura informativa, como si es con nocturnidad y una “fragoneta”, en vez de a plena luz del día y con un espectacular despliegue aeronáutico, devolver a Franco al primer agujero y sellar aquello como si fuese radioactivo. Entonces, no nos quedará otra que cruzar los dedos y confiar en la indulgencia de la mala suerte.

Pero hay que intentarlo porque así no podemos vivir, que no hay tregua desde entonces, que damos en todos los vicios, de botellón en botellón para anestesiar las penas y mirando constantemente al cielo tratando de adivinar por dónde llegará la siguiente catástrofe. Porque cada día tenemos algún espanto nuevo que nos encoge el corazón.

Reconozco que mi ruego suena a superstición barata y soy consciente de que los problemas graves no suelen tener soluciones sencillas, pero es que veo que parecemos un cascarón de nuez en medio de la galerna, expuestos y desprotegidos frente a las furias que se nos echan encima.

En 1979, la localidad manchega de Valdepeñas sufrió una inundación tremenda que acabó con la vida de una veintena de vecinos. Días después, en una tapia junto a las vías del tren, se podía leer en enormes letras negras: “Con Franco llovía menos”. A lo que conduce la desesperación.

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