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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

Los grandes premios literarios

Reflexiones a raíz de la concesión del último premio “Planeta”

Hace ya unos cuantos años la Asociación Cultural “Cauce del Nalón”, dentro de los importantes actos que celebra todas las semanas, trajo como invitada a una conocida escritora catalana. Sin necesidad de dar su nombre, estaríamos refiriéndonos a una novelista en posesión de alguno de los más importantes premios del país, que desempeñó relevantes cargos públicos y que fue musa de la Gauche Divine. Después del acto, se celebró una cena, a la que asistimos sobre veinte personas, aproximadamente, y que, como era natural, contó con la presencia de la novelista catalana.

Durante la cena, la literatura, y también la política, estuvieron en primera fila, y tras varias intervenciones de la referida escritora (en algunas ocasiones cargadas de un aire de manifiesta superioridad), le pregunté si acaso ella poseía el don de la ubicuidad. Como quiera que no advertía el sentido de mi frase, redondeé la interrogación aclarándole que su nombre aparecía siempre entre los miembros de los jurados de los premios literarios más importantes del país, motivo por el cual, continué, me parecía casi una señal prodigiosa que pudiera dar lectura a todas las novelas que concurrían a esos premios.

Su respuesta vino precedida de una mirada curiosa, que se cruzó con la mía, para después contestarme: “Pero bueno, chico, cómo eres tan ingenuo” (recojo sus palabras casi de un modo literal). Tras esta frase, me explicó que todos esos premios a los que yo me refería ya estaban asignados de antemano, y que el jurado no hacía más que certificar esa elección previa.

Como quiera que mi ingenuidad parecía no agotarse, intenté encontrar un resquicio por el que pudiera filtrarse algún atisbo de honestidad, de modo que le planteé la posibilidad de que algunos de los miembros de esos jurados no estuviera dispuesto a acatar esa regla preconcebida y, en consecuencia, quisiera leer el resto de los originales que habían concurrido al premio, por si alguno de ellos pudiera tener más valor literario que el designado de antemano.

De nuevo me encontré con la mirada de la escritora, que esta vez me pareció que venía envuelta en una ligera brisa burlona, lo que corroboraron sus siguientes palabras: “Sería imposible que pudiera ganar otro, pues, por lo general, se buscan finalistas que no tengan mucha calidad, por lo que si sucediera eso que tú me apuntas (difícil, muy difícil, por cierto, apostilló), no cambiaría para nada el resultado de la votación”.

Viene esta retórica a colación por el reciente premio “Planeta” que, como se sabe, ha recaído en la última obra del seudónimo Carmen Mola, tras el que en realidad se esconden tres hombres. Hace días, un conocido quiso saber mi opinión al respecto (estábamos en el bar donde comienza mi ronda de descafeinados mañaneros), y si yo creía que el hecho de haberse presentado con un seudónimo femenino podría haber influido en el fallo. Respondí que yo no podría saber si esto habría sido importante, pero que, en todo caso, y de una u otra forma, el mercado estaba detrás, entendiendo que en última instancia es el lucro económico quien pilota la nave de estos grandes premios. Tras lo cual, le comenté el suceso al que me refiero al principio de este artículo.

Su contestación fue la siguiente: “Qué pena. ¿Eso significa que tú o un escritor parecido a ti nunca podrán ganar un premio importante? Momento que aproveché para decirle que los premios importantes no lo son, precisamente, por el altavoz que tengan detrás o por la cuantía de la recompensa económica, sino por su calidad. Y que hay muchos organizadores de concursos: ayuntamientos, diputaciones, asociaciones, entidades culturales diversas y editoriales independientes que no se guían por intereses bastardos, sino, y sobre todo, por criterios de mérito.

Dicho esto, dimos por finalizada la conversación y pedimos un par de descafeinados.

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