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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Entre la magnanimidad y el sectarismo

La amplitud de miras de algunos políticos del pasado y los casos contrarios que se dan en la actualidad

La magnanimidad tal vez sea una de las cualidades morales que mejor definan el talante de los dirigentes políticos. Es decir: su dimensión humana e institucional. Dos ejemplos muy diferentes ilustran bien esa rara virtud política. Durante la guerra de Argelia, la mayoría de los intelectuales franceses, con Jean-Paul Sartre a la cabeza, se manifestaron a favor de la independencia del país norteafricano. Alguien insinuó al general Charles de Gaulle que castigara a Sartre como reo de alta traición, porque además era un “contumaz comunista”. El presidente de Francia le respondió sin ambages: no olvide usted que “Sartre es también francés”. Aunque muy alejado ideológicamente del famoso literato y filósofo, De Gaulle reconocía sobre todo los méritos de un ciudadano que gozaba entonces de un gran prestigio internacional y que recibiría poco después el Premio Nobel de Literatura. Aquella respuesta era una prueba de la grandeza moral de un presidente que, por encima de todo, abominaba de las miserias partidistas.

El siguiente ejemplo es más próximo y de distinta índole. Tras ser proclamado como primer alcalde democrático de Langreo tras la guerra civil, el socialista Maximino González Felgueroso pronunció un breve y conciliador discurso en el que se aprecia un evidente sentido de continuidad histórica. Pues bien, en aquel solemne acto tuvo un recuerdo emocionado para algunos de sus compañeros fallecidos, como Belarmino Tomás, Enrique Jardón Celaya y Manuel Llaneza. Y más allá de manifiestas diferencias políticas, también recordó “la gran labor realizada por José Álvarez Valdés”, primer alcalde franquista, que había presidido la corporación langreana entre 1939 y 1943, años de extrema dureza para el municipio. Era un mensaje sin prejuicios sectarios. Y un gesto que parece más improbable en nuestros días.

Por otra parte, hay casos en los que prevalece el tactismo, el cálculo partidista o el tópico hipócrita de las líneas rojas. Como es sabido, hace unos días se aprobaron en el Ayuntamiento de Madrid los presupuestos para el año 2022 con el apoyo de los concejales de Recupera Madrid, el grupo escindido de Más Madrid, cuyos votos favorables fueron a cambio de la bajada lineal del Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) y del nombramiento de Almudena Grandes como hija predilecta de Madrid.

El alcalde José Luis Martínez-Almeida llegó a este acuerdo con Recupera Madrid después de que fracasaran las negociaciones con Vox, su socio preferente. Un asimétrico intercambio de votos y una suerte de mezcla perversa de medios y fines que nada tiene que ver con el contenido de los presupuestos aprobados. Algo que también ocurre con frecuencia en el Congreso de los Diputados.

Y la polémica surgió cuando el alcalde declaraba en una entrevista que Almudena Grandes no merecía ser hija predilecta de Madrid, pero para sacar los presupuestos había que hacer cesiones: “Si puedo bajar los impuestos y que Almudena Grandes sea hija predilecta, creo que los madrileños prefieren que se bajen los impuestos”.

Estas afirmaciones revelan una grave imprudencia y un mezquino sectarismo por parte de un alcalde que nunca explicó los motivos literarios (o de otra naturaleza) que justificaran que la muy valorada escritora madrileña no mereciera el galardón honorífico que, paradójicamente, él mismo había apoyado por intereses partidistas. Por tanto, cabe deducir que sólo espurias razones políticas pudieron haber motivado tan extemporáneas declaraciones.

En conclusión, ya advertía Ortega y Gasset hace ochenta años que “es preciso ir educando a España para la óptica de la magnanimidad, ya que es un pueblo ahogado por el predominio de las almas mediocres. Y por el exceso de virtudes pusilánimes, que se dedican a aplastar todo germen de superioridad moral”.

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