En el Valle de la Luna Azul, oculto en la cordillera del Himalaya, el escritor James Hilton situó en 1933, en su novela “Horizontes perdidos”, el Monasterio de Shangri-La. Un lugar idílico, donde la gente era feliz y no envejecía. Estaba dirigido por un monje tibetano, de origen francés, el Padre Perrault, persona visionaria que creó un edén de espiritualidad y de salvaguarda de la cultura y la civilización, y que los acontecimientos futuros harían peligrar ante la proximidad de la Guerra Mundial.
En el Valle del Alto Aller también se alternan el agua, el bosque y la nieve. Parten rutas centenarias hacia el Gumial, las Foces del Río Pino y Ruayer. Y caminos de peregrinos coherentes, que saben que no deben visitar antes al criado que al señor. Caminos de trashumancia, con despertares de primavera, entre esquilas y cencerros, de hombres y ganados al encuentro con las brañas, mayaos y morteras.
Acurrucada y protegida por las montañas, ha nacido la residencia de mayores del Montepío de la Minería, imponente y alba. Señorial e inmutable ante los cambios y colores que las distintas estaciones transforman el paisaje. Podría ser también un moderno monasterio, donde priman las humanidades sobre las matemáticas y los números.
Habitan personas con ambición de ser pueblo de arraigo, con servicios necesarios. Lugar de convivencia, de paz y sosiego. Se respetan los sueños no cumplidos y se protegen los recuerdos de toda una vida.
En el valle del Aller, bajo el abrigo de la Peña Pando, renace un nuevo Shangri-La.