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Antón Saavedra

¡No a las guerras!

El conflicto de Ucrania solo se podrá resolver dialogando con Putin; además, no hay que olvidar otros enfrentamientos que suscitan menos atención, como el de Yemen o el del coltán en el Congo

Después de casi tres meses sin poder ponerme delante de un ordenador, debido a mi enfermedad de columna que me dejó inmovilizado en la cama, hoy, en pleno aprendizaje para volver a andar, vuelvo a asomarme a las páginas del periódico para tratar sobre la guerra que se viene librando entre las dos exrepúblicas hermanas de la URSS: Rusia y Ucrania.

¡No a las guerras!

Pero, antes de entrar en materia, debo de reconocer que me resulta muy difícil, por no decir imposible, comprender este conflicto aduciendo únicamente a consideraciones de índole personal, idiosincrasias caracterológicas, cualidades demoniacas o pasados imperiales o autoritarios redivivos y siempre útiles para no pensar políticamente el presente, como también me resulta mucho más difícil todavía comprender, a las sectarias exposiciones de los “OTAN-brothers” que aparecen en los distintos medios de comunicación mediante la imputación de la predilección por uno u otro bando a una u otra descripción de los hechos que no coincide con la propia.

No obstante, comenzaré manifestando que soy un admirador del pueblo ucraniano en donde me cabe el honor de haberlo visitado en tres ocasiones, concretamente la cuenca minera del Donbás, donde hice varios amigos, alguno de ellos asesinados en la guerra de 2014, con miles de muertos, por lo que pienso que esos insulsos cartelitos del “No a la guerra” llevan 8 años de retraso, porque la guerra global que se viene librando ya comenzó hace mucho tiempo. Otra cuestión es que los medios de comunicación de los que nos alimentamos, decidan qué tiempo hace, o qué conflictos existen o no existen, pero son muchísimos rincones del mundo los que desde hace años están en guerra y son invisibilizados debido a qué los intereses económicos que hay detrás favorecen a la alianza occidental USA-OTAN.

¿Cómo es posible que Yemen, “la peor y más grande catástrofe humanitaria del mundo”, según el informe PNUD de la ONU, con cerca de 400.000 seres humanos muertos no haya merecido una sola línea en los medios de comunicación? ¿Existe Palestina o ya acabaron con ella los sicarios del Estado sionista de Israel? ¿Saben algo de la guerra que vienen librando nuestros hermanos saharauis contra Marruecos, apoyado por el sionismo del Estado de Israel y los EE UU ¿Alguien ha oído algo de la guerra del coltán donde su extracción, ha provocado un largo conflicto bélico interno en la República Democrática del Congo que, desde 1997 hasta nuestros días, ha causado más de cinco millones de muertes? Volviendo al tema concreto que nos ocupa, con la caída del muro del Berlín, allá por noviembre de 1989, se daba por finalizada la denominada “guerra fría” que durante tiempo mantuvo en vilo a la población mundial, de tal manera que todo lo que estamos leyendo y escuchando estos días sobre la crisis en Ucrania recuerdan mucho a la tensión que se vivió con la crisis de los misiles cubanos en 1962, una crisis que supuso el episodio más tenso de la Guerra Fría, entre EE UU y la URSS. Desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 la tensión era creciente, y en 1961 Kennedy intentó invadir Cuba a través de un desembarco de disidentes entrenados por la CIA en Bahía de Cochinos, resultando la operación todo un fracaso, por lo que Estados Unidos decidió poner en marcha la Operación Mangosta, para hacer caer al régimen de Fidel Castro a través de la guerra económica y de otras operaciones militares encubiertas, apareciendo la URSS en apoyo del pueblo cubano, aprovechando su líder, Nikita Kruschev, la coyuntura para instalar allí misiles de alcance medio en respuesta a los que EE UU tenía en Turquía y la República Federal Alemana.

A poco que exploremos los antecedentes de la situación, por poco que seamos capaces de situarnos en el lugar del otro, veremos que el principal pecado cometido por Putin, si es que se puede llamar pecado, radica en haber sacado a su país de la condición de estado fallido a la que lo había arrojado Boris Yeltsin, que sus posiciones son esencialmente defensivas y preventivas aun cuando, al tratarse de un país tan grande, su política afecte a muchos territorios, aunque todos próximos a sus fronteras. Una somera consulta de las hemerotecas desvela la machacona insistencia de Putin a lo largo de los últimos veinte años en la necesidad de que todos los países influyentes respeten la legalidad internacional. En que sólo si se construye un orden internacional multipolar que no contemple el monopolio de un país o de sus afines, en la definición de los criterios políticos, militares y económicos vigentes puede crearse una comunidad internacional de paz. En que solo si se respeta el derecho de todos los países a vivir con seguridad, puede evitarse la vandalización del mundo. Putin insistía, por ejemplo, en la sonada conferencia de Múnich de seguridad de 2007, en la importancia de que estos argumentos no acabaran ahogados en protocolos formales y buenas palabras, sino que fueran tomados en serio pues de ellos dependía la posibilidad de crear un orden internacional civilizado, pero los países de la OTAN se reservan para sí el derecho a vivir sin amenazas nucleares, provocando cambios de fronteras sin respetar la legalidad internacional y reconociendo la separación de Kosovo del territorio de Serbia en 2008. Bombardean países sin el respaldo de Naciones Unidas como sucedió con Serbia, Libia o Iraq, legalizando grupos nazis en sus territorios para usarlas contra Rusia.

La cuestión es que, hoy por hoy, después de aquel desgraciado periodo del Boris Yeltsin, el gigante euroasiático, echando mano de las inmensas riquezas que esconden sus entrañas en sus millones de kilómetros cuadrados de territorio, lograba tener con los beneficios obtenidos el ejército más fuerte del mundo, y el más avanzado en tecnologías punta en todas las áreas.

Es decir, la cerrazón y la intransigencia de unos dirigentes occidentales de USA-OTAN que no han sabido, en primer lugar, valorar el enorme poder militar de Rusia, hasta resultar ridículo la propaganda bélica en los medios de comunicación otánicos cargándole a Putin una derrota a manos del presidente Zelenski, cuando en manos del mandatario ruso está el poder destruir toda Ucrania en solo unos minutos si quisiera utilizar su arsenal de última tecnología, y en segundo, la línea roja que representa el ingreso de Ucrania en la OTAN con la seguridad absoluta del despliegue de misiles balísticos nucleares de rango intermedio en su territorio, a cinco o seis minutos de vuelo de Moscú.

Con ese matonismo que caracteriza a los yankees no podían prever, o no quisieron, entrar en razón cuando Putin les pidió públicamente garantías de que aquel escenario macabro que se proponía desde la OTAN jamás podría ser aceptado. ¿Cómo va a ir este pobre diablo ruso, medio comunista, a la guerra con nosotros, la toda poderosa OTAN? Pero, Putin fue, no a la guerra abierta pero sí a la destrucción del ejercito ucraniano y la defenestración del gobierno neonazi que lo dirige. Y ahora a la OTAN no le queda otro remedio que implementar una vergonzante y perversa campaña de desinformación y propaganda que da vergüenza ajena… ¡Que malos son los rusos, que masacran hospitales de niños, y que malo es el diablo Putin que, además está loco! Una cuestión debe quedar muy clara: echando gasolina al fuego, esto es enviando armas –algunas de las cuales en manos de los traficantes– solo se logra prolongar la agonía. Solo una negociación de la UE y Ucrania con Putin, puede parar la catástrofe de la guerra.

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