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Javier García Cellino

Velando el fuego

Javier García Cellino

Fútbol, año cero

Las repercusiones que la mercantilización del balompié ha tenido sobre la esencia de este deporte

Si tuviéramos que referirnos al nacimiento de este deporte, tendríamos que remontarnos a la mitad del siglo diecinueve, cuando se atribuye a Inglaterra su reglamentación. Desde entonces hasta aquí han caído lluvias en abundancia y se han producido un sinfín de temporales de nieve y borrascas de todos los tamaños y colores que han dejado el verde de los estadios convertido en un terreno abonado para la más pura especulación.

Se ha pasado del espíritu amateur y solidario que rodeaba a la pelota (esa “vieja” a la que Di Stéfano daba las gracias), a una versión moderna y malévola del “laissez faire”, referida a una completa libertad en la economía: oligarcas, jeques y millonarios compran clubes y hasta algunos países utilizan este deporte para mejorar su imagen. Son astronómicas las cifras que se manejan a nivel mundial sobre los ingresos que produce el fútbol y asusta el índice bursátil de los clubes cotizados. De esta forma, se ha convertido no solo en el deporte más popular del planeta, sino también en uno de los más rentables. Hasta el punto de que el índice Stoxx Europe Football, que reúne a los clubes europeos cotizados, triplica casi las ganancias del Ibex 35.

De los estudios realizados en 2019, y no parece que hayan sufrido ninguna variación, sino más bien todo lo contrario, se desprende que los salarios medios más elevados de los profesionales del deporte mundial corresponden al fútbol. Sin embargo, cuando se realizan estadísticas sobre los porcentajes que representan estos multimillonarios en comparación con el resto de los jugadores que no forman parte de esa liga de las estrellas, vemos que su dimensión es mucho menor, lo que, una vez más, viene a demostrar la separación tan grande (y en constante crecimiento) que hay entre ricos y pobres.

Basta con fijarse en los sueldos de los futbolistas de nuestro país, pues salvo quienes compiten en primera división, el resto debe ingeniárselas, del mejor modo posible, para conseguir subir por las escaleras que conducen a fin de mes. Esta nueva revolución de los ricos a buen seguro que dejará hermosos vencidos, especialmente en los clubes pequeños. Nada nuevo, por cierto, en las páginas de la historia.

Poco a poco, este bello deporte (no confundir su grandeza con el gran negocio que se ha apropiado de él) se va abismando hacia sus límites morales. Algunas lacras de la humanidad han vuelto a resurgir en su forma moderna, y así es fácil constatar que en algunos casos se juega en estadios que fueron construidos por trabajadores en régimen de esclavitud. La pelota ya no se orienta hacia el eje de la portería en busca del gol, sino que ahora su finalidad última es servir de puente de oro a los déspotas de turno. Se blanquea dinero, se conculcan derechos humanos, todo sirve con tal de hacer crecer la hierba siempre por el lado de la especulación. La fiebre del oro ha vuelto a saludarnos desde las pantallas mientras asistimos a un encuentro de la Champions.

He leído en alguna parte unas declaraciones de un responsable de uno de estos clubes privilegiados que decía que el fútbol ha llegado a su año cero. Es decir, que acaba de nacer una nueva forma de gestión y de cambio en sus raíces primitivas. Por mi parte estoy de acuerdo en lo de su nuevo origen, siempre que quede claro en el registro, cuando se bautice al fecundado ubérrimo, que ahora “industria”, “feroz”, e “implacable” son su nombre y sus dos apellidos.

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